Lo inquebrantable

Intento atrapar algunas hojas jalándolas hasta casi arrancarlas del suelo, solo para luego liberarlas. Arriba está ese cielo descubierto que por un momento se ha aclarado, ese que se ve quebrado a través de las ramas secas del árbol que está plantado a la par mía, ese mismo cielo que me ve a mí quebrada a través de las nubes llenas de agua. Es esta época del año de nuevo, la que es gris-azul-cuasioscura, la que está llena de nostalgia, de melancolía.

Me voy a quedar acá un rato más. O tal vez me voy a quedar en el jardín de ese parque oculto en medio de la ciudad, esa perla encubierta que fragmenta la zona 10, donde uno puede terminar leyéndose poemas, sentarse sobre algún tronco viejo y buscar en el índice el que más nos rompe, el que más nos identifica, el que menos complementa. Poemas de amores breves. «¿Como un huracán? No, un amor breve como el suspiro de una cabeza guillotinada». Tal vez solo así se deja de sentir miedo, ese miedo que al final no es más que el puro núcleo de la codependencia, el miedo que nos motiva a las compulsiones, a la negligencia y hasta a esos pequeños actos de corrupción que la mayoría somos incapaces de identificar, pero que también somos capaces de ejecutar frecuentemente y con frialdad.

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¿Será que se va volviendo costumbre el sentimiento de angustia, de trastorno? ¿Será que ya solo así sabemos vivir: alejados de la paz y de la serenidad al punto de que se sienten incompatibles? Puede que ahora ya no esté ni en la grama ni en el parque, sino desintegrada y divagando. Puede que eso sea lo que necesite. Puede que vaya y vuelva. O que de este descubrimiento, así como de muchos otros, ya no vuelva nunca.

Crecemos con la creencia de que tener problemas es algo por lo que avergonzarse, de que es algo que hay que esconder. Salimos a poner el pecho aunque ya nos arda de tanta adversidad. Cuánto daño hace no poder asumirnos como quebrados. Porque no nos deja arrogarnos nuestras culpas, nuestros problemas. Nos hace sentir que somos una esfera dentro de otra, alienados de la realidad. Esta falta de digerir sentimientos es la que nos hace creer que los demás son felices y nosotros no solo porque llenan sus redes sociales de sonrisas, de parejas, de viajes, de frases trilladas.

Así se me empiezan a apilar los pensamientos y el cansancio de estos cinco meses. Se juntan con este calor nocivo y con la tortura del aroma de la lluvia que no cae por las tardes. Pero ya no me quejo. Solo vomito palabras. Porque qué más se puede esperar de un bosque que se volvió concreto.

Además, ya están mis cartas sobre la mesa y lo único que toca es seguir adelante sin miedo.