Se que de nada me servirá acelerar. Se me va quitando el miedo cuando finalmente me rebasa y veo cómo se alejan jactanciosas sus luces que transmiten y repiten el blanco, azul y rojo de manera intermitente. Puede que no haya servido para nada, pero durante ese apresurado brote de temor que sentí en la coincidencia espacio-tiempo en que esa patrulla pasó mi lado, he pensado en mi madre. Ha ocupado mi mente como si estuviera hipnotizada y la he vuelto a escuchar, justo como antes de salir de su casa, diciéndome que todas las noches, antes de dormir, se sienta a pensar en nosotras y pide, no me ha dicho a quién ni a qué ni cómo, pero pide por nosotras. Les encomiendo, fue exactamente lo que dijo. Esas palabras abren la puerta hacia un sótano desconocido donde guardo aquellos sentimientos que hasta ese momento no sabía que existían. Es la materialización de un miedo que creía casi imposible. El de mi madre. Y ese temor no es poca cosa.
[frasepzp1]
Hallaron muertas a las dos chicas apenas unos días después de haberse activado una alerta por su desaparición. El «apenas» está de más. Lo sé. Lo sé aún con más precisión mientras me acostumbro a sentir que algunas esperas asfixian más que otras. Iban a hacer un viaje a la ciudad, pero ya ni eso se puede hacer acá. «A morir muriendo vamos» dicen las primeras líneas del libro que compré hace unas semanas pero que no me atrevo a empezar a leer. «A morir muriendo vamos» sobre todo cuando las condiciones son más propicias para morir que para vivir. No aparecieron, fueron asesinadas las dos chicas y yo estoy dándole vueltas a ese pensamiento cuando me interrumpe una voz de esas infladas y apestosas a plástico de licencia autoconcedida para parecer relevante, una voz que afirma que no le tiene miedo a la muerte. ¿Cómo qué no le tiene miedo a la muerte?, pienso, ¿Será que acaso no leyó la nota que leí yo? Una nota que da esos detalles con los que se familiariza cualquiera, como que eran amigas, que dejaron de responder los mensajes, que se activó la alerta, que las buscó su familia. Solo alguien que sea incapaz de reconocerse o verse en estos detalles puede no temerle. Y yo me reconozco en todos, pero prefiero eso a no hacerlo en ninguno.
Me preparo de nuevo para salir a la calle por la noche. Ya no es un miércoles, pero es uno de estos días tortuosos de las últimas semanas. Me veo al espejo varias veces antes de sentarme unos minutos a la orilla de la cama. Regreso a pensar en las chicas. La noticia me ha impactado tanto y, mientras, también pienso en mis amigas, en mi hermana, en mi mamá, medito sobre nosotras, sobre mí. Y finalmente, antes de levantarme para aventurarme a la calle de nuevo, pese a todas las adversidades y violencia, nos encomiendo yo también.
Más de este autor