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Marta Choc y su hija cosechan el maíz de su parcela, a las orillas del río Polochic.

De tormentas y sequía: historias de pérdidas y daños para la población q’eqchi’

El Ministerio de Agricultura no realiza mediciones de la producción de maíz de los agricultores de subsistencia
Pero con la sequía, las personas han tenido que usar el agua del río contaminado, incluso con heces fecales, para regar sus plantaciones de maíz y cocinar alimentos.
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De tormentas y sequía: historias de pérdidas y daños para la población q’eqchi’

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Guatemala se encuentra en la lista de las naciones en riesgo elevado ante eventos climáticos extremos. En Panzós, Alta Verapaz, un municipio de población maya q’eqchi’ en donde lo rutinario es la pobreza, llevan cuatro años con pérdidas y daños en sus cultivos debido a las lluvias extremas y las constantes sequías. 
 

El 18 de junio de 2024, mientras el centro y el sur del país atravesaban un estado de alerta por el impacto de las primeras y tardías lluvias del año, en Panzós, un municipio al noroeste del país, apenas cayó una llovizna.  El cielo estaba gris, pero lo que más se sentía era un vapor que hacía hervir la piel a fuego lento. Algunas personas se atreven a predecir que esta sensación de calor sin evidente sol “es señal de que la lluvia va a venir con mucha fuerza”. 

En esta localidad del departamento de Alta Verapaz hablar del estado del tiempo no es un asunto trivial. El clima determina los tiempos de siembra y eso es útil para las poblaciones agrícolas como Panzós. Pero desde 2020 el calendario climático está descontrolado. Llueve cuando nadie se lo espera y las precipitaciones son abundantes en cortos periodos de tiempo. A esto hay que sumar las sequías, que también afectan las cosechas. Este año, por ejemplo, en Panzós se esperaban las primeras lluvias a mediados de mayo, pero solo llovió unos pocos días a inicios de junio. 

Cuatro años de cosechas fallidas de maíz

Esteban Caal, un agricultor de San Vicente 2, un poblado de 47 familias ubicado al borde del río Polochic, tiene la piel tostada de trabajar bajo el sol. Según sus cuentas, en el pasado podían obtener hasta cuatro quintales de maíz blanco por cuerda de tierra (441 metros cuadrados). En la actualidad, dice, solo logra rescatar un quintal en esa misma extensión. No hay datos técnicos que corroboren esta información. El Ministerio de Agricultura no realiza mediciones de la producción de maíz de los agricultores de subsistencia, como se les llama a los que siembran, principalmente, para su propio sustento. 

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La caída de la producción de maíz blanco en Panzós se debe a una mezcla de factores que tienen como elemento principal al cambio climático. En mayo de 2024, en Panzós vivieron la temperatura más calurosa de los últimos 54 años. Llegaron a tener un promedio de 41 grados, esto es 1.5 grados Celsius más caluroso que en 1970. 

Por un lado, hay aumento de las temperaturas máximas y mínimas diarias, menos lluvia a lo largo del año, pero precipitaciones extremas en cortos periodos de tiempo. Especialmente en los meses de mayo, octubre y noviembre, durante la temporada ciclónica del Atlántico.

El meteorólogo de la Universidad Mariano Gálvez Paris Rivera, analizó los datos diarios de precipitaciones y temperaturas máximas y mínimas de la estación climática de Panzós a lo largo de 53 años (periodo de 1970 a 2023) y determinó que la temperatura ha ido en aumento desde mediados del periodo evaluado. Utilizó la herramienta RClimDex, desarrollada por la Organización Meteorológica Mundial y observó que durante varios años, la temperatura máxima ha superado los 40 grados Celsius. En 2023, el año que la NASA catalogó como el más cálido a nivel mundial, en Panzós llegaron a los 41 grados.

Rivera señala que el aumento de la emisión de gases de efecto invernadero y el cambio del uso de la tierra provocan el calentamiento global. “El aumento de la temperatura afecta el ciclo hidrológico, alterando la frecuencia y la intensidad de los eventos de precipitación. Esto puede llevar a periodos más prolongados de sequía, así como a eventos de lluvia más intensos, aumentando el riesgo de inundaciones y erosión del suelo”, explica.

La tierra que trabajan Esteban Caal y sus vecinos de San Vicente 2 y otros poblados cercanos al río está mezclada con arena. Las devastadoras tormentas Eta e Iota, que impactaron al país entre octubre y noviembre de 2020, provocaron lluvias tan elevadas que, en sectores como Panzós, los ríos se rebalsaron y trasladaron piedras, palos, arena, lodo y otros elementos a tierra firme. El Polochic es el principal río de Panzós pero, antes de llegar a este punto, atraviesa todo el departamento de Alta Verapaz. Es un afluente de 194 kilómetros de longitud que llega hasta el Lago de Izabal, para desembocar en la costa atlántica. 

En 2020, hace casi cuatro años, llovió tanto que la tierra no pudo absorber tanta agua y el cauce del río se desvió hasta anegar varios kilómetros de planicies en donde había cultivos y comunidades. Cuentan los agricultores que el agua parecía brotar del suelo. Las letrinas colapsaron, los pozos de agua desaparecieron y sus viviendas quedaron sumergidas. 

Cuando dejó de llover, esa mezcla de componentes que arrastró el río se asentó y no hubo poder humano que pudiera removerla. La empresa de palma Naturaceites, de la que dependen pobladores y hasta la alcaldía para desarrollar algunos proyectos, apoyó con la maquinaria para apelmazar la tierra. «Esto ahora se ve plano, pero antes parecían callejones» cuenta Guillermo Chiquín, también vecino de San Vicente 2. Chiquín vive ahora sobre una montaña de tierra de más de dos metros de altura que la empresa Naturaceites construyó a lo largo de varios metros para evitar que el río se desborde sobre el pueblo y sus cultivos. 

La Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (Cepal), reportó que las dos tormentas provocaron pérdidas por reducción en superficie cosechada o activos agropecuarios y que estas totalizaban el 66% de la estimación total en pérdidas a nivel nacional. La Cepal cuantificó que el monto afectado ascendió a 655 millones de quetzales (84 millones de dólares) en todo el país. Alta Verapaz, el departamento al que pertenece Panzós, aparece en segundo lugar de los territorios más afectados y cuarto en el orden de los que tuvieron más perjuicios en productividad agropecuaria. 

.Esteban Caal asegura que están vivos de milagro, pero las consecuencias de esas tormentas los atormentan casi cuatro años después. 

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Aunque la Cepal hizo cálculos sobre las pérdidas y daños, ni el trabajo de la población, ni las donaciones, ni los préstamos o fondos estatales alcanzaron para reponer lo afectado o implementar planes para reducir los riesgos. 

Los agricultores de San Vicente 2 y sus vecinos que se ubican cerca del río, no pudieron sembrar en 2021 porque la tierra estaba dañada y mucho más arenosa. En 2022, también hubo pérdidas por lluvias extremas. Ese año las tormentas Celia y Julia provocaron que el río se saliera de su cauce y la mayoría de los cultivos se echaron a perder. En 2023, la cosecha también fue baja por las condiciones climáticas y los daños en el área cultivable. La situación se agravó en algunos poblados porque el río Polochic se volvió a desbordar por un fuerte temporal ocurrido en noviembre de ese año. 

En 2024, la crisis que padecieron fue por una sequía que provocó que las matas de milpa no pudieran crecer. La población de Panzós es en extremo vulnerable y depende del maíz para alimentarse. Antes de las tormentas Eta e Iota ya ocupaban los primeros lugares entre los municipios más pobres del país. De acuerdo al censo nacional de 2018, el 91.1% de la población vive sin servicios básicos como agua entubada, drenajes o energía eléctrica. En Panzós hay casi 85,000 personas, la mayoría son mayas q’eqchi’. El 65% de toda la población está en condiciones de pobreza extrema, lo que significa que no pueden proveerse los alimentos necesarios para subsistir. 

Después de las tormentas Eta e Iota, los pobladores que viven cerca del río Polochic dejaron de sembrar dos veces al año. Pocos se arriesgan, porque saben que una lluvia que haga crecer el río puede resultar en la pérdida de toda su inversión y esfuerzo de trabajo.

Las casas de Panzós reflejan la falta de desarrollo

En San Vicente 2 no solo tienen que sembrar en tierras arenosas, también hay familias que viven en lo que quedó de las casas dañadas en 2020 porque no tienen fondos para repararlas o construir una nueva. La de Margarita Pop es una de ellas. Su casa es un cuarto de tablas y palos de madera con techo de lámina que sobrevivió a las inundaciones, pero la mitad de la estructura está hundida entre tierra y arena. 

En esa habitación hay una cocina a leña, unas camas con tablas y espacios para hamacas en donde duermen los siete integrantes de la familia. En una esquina resguardan los sacos de maíz de la cosecha que utilizan para alimentarse hasta donde alcance. La parte más alta de su casa ahora mide 1.60 metros. En algunas esquinas esa altura se reduce a un metro y medio. 

Panzós es una zona calurosa. En las pequeñas comunidades como San Vicente 2 nadie tiene acceso a energía, por lo tanto no hay quien posea un ventilador. La familia de Margarita Pop prefiere pasar las horas del día fuera del cuarto porque por la baja altura se convierte en un sauna. Y cuando llueve, todo se transforma en un lodazal porque tanto el interior como el exterior son de tierra. 

Lo que sucedió en Panzós en 2020 no es un hecho aislado. En las últimas décadas, las poblaciones más vulnerables del mundo y que menos contribuyen a la contaminación y el calentamiento global sufren las consecuencias de eventos climáticos extremos. Cada vez hay más huracanes y tormentas o periodos de sequía prolongados y, según el Banco Mundial, estos eventos provocan que aumente el número de personas en condiciones de pobreza. 

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La plataforma Fews Net, una Red de Sistemas de Alerta Temprana de Hambruna creada por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo y que provee información y análisis sobre inseguridad alimentaria, alertaba en mayo pasado que la situación climática, por falta de lluvias, había perjudicado el inicio de la segunda siembra del año en varias regiones de Guatemala. 

En territorios como Panzós solo siembran cuando llueve. Ese es el sistema tradicional, porque no existen mecanismos como el riego por goteo. Ante la reducción de las cosechas, las mujeres son las encargadas de identificar mecanismos para que los pocos alimentos alcancen para toda la familia y durante varios días. En algunos hogares, cada persona puede comer tres o cuatro tortillas, y complementan esa dieta con frijol o chile molido. En 2020, cuando escaseó la comida por las lluvias e inundaciones, Tomasa Tení Caal, una mujer de 62 años, mezcló la masa de maíz con plátano machacado. 

Doña Tomasa vive en San Vicente 1, otra población que no logra levantarse de una seguidilla de pérdidas y daños constantes. En idioma q’eqchi’ cuenta que, después de sobrevivir a Eta e Iota y a las fuertes tormentas de 2022 y 2023, lo único que quiere es tener una casa elevada, que tenga por lo menos un metro de altura para evitar vivir por semanas entre el agua y poder guardar sus alimentos en un espacio seco. 

Las autoridades de Guatemala no han contemplado este tipo de requerimientos. Después de las tormentas, el aporte institucional en emergencias ha abarcado desembolsos monetarios hasta por 1,000 quetzales (132 dólares), bolsas de alimentos, insumos agrícolas y, desde 2023, el pago de un seguro por pérdidas de cultivos, pero la póliza no cubre inundaciones.

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Un fondo para cubrir las pérdidas y daños

Después de tres décadas de negociaciones, en 2022 los países más vulnerables lograron la creación de un fondo de pérdidas y daños, cuya puesta en marcha fue aprobada a fines de 2023, con el fin de que beneficie a las comunidades más vulnerables que están en riesgo por el cambio climático, como ocurre con Panzós. La aprobación de este fondo ocurrió en el marco de las conferencias climáticas o Conferencias de las Partes (COP en inglés) de las Naciones Unidas. Sin embargo, la debilidad de este programa es que todavía no tiene suficientes fondos para atender tantas necesidades. 

De acuerdo con las Naciones Unidas, las pérdidas y los daños económicos son todos aquellos a los que se le puede asignar un valor monetario. También se ha clasificado la existencia de pérdidas y daños no económicos por causa de eventos como huracanes o tormentas tropicales. Esto abarca los traumas o el sentimiento de pérdida. 

Patricia Quej Quix, habitante de San Vicente 1, en Panzós, tiene una experiencia personal de pérdidas y daños no económicos. En 2018 perdió a su hija por causa de una inundación. Estaba embarazada y justo en el noveno mes de gestación llovió tanto que la comunidad se convirtió en una enorme laguna. Cuando esto ocurre, la serpenteada y angosta carretera desaparece y ningún vehículo puede ingresar. 

«Caminamos entre el agua con mi esposo» relata. Su comunidad está a por lo menos cuatro kilómetros del centro municipal, en donde se encuentra el centro de salud. La única manera de  avanzar era buscar una balsa al pie del río Polochic. Cuenta que el agua le llegaba al cuello. Ella es una mujer de por lo menos 1,60 metros de altura. Su esposo, Eduardo Laurensen, dice que quizá el frío o el miedo hicieron que el corazón de su hija se detuviera. 

El evento que describe Patricia parece extraordinario, pero el meteorólogo Paris Rivera recuerda que el incremento de la temperatura que se ha verificado en los últimos años se ha convertido en el ingrediente que altera los eventos naturales, como la lluvia. Una precipitación por cinco o más días tiene el poder de destruir y afectar a comunidades enteras. También hay que tomar en cuenta que Panzós tiene un área boscosa en la sierra y otro sector con planicies en donde la principal vegetación la componen la palma y las zonas para siembra de cultivos. En esa área se ubica San Vicente 1, donde vive Patricia. La cercanía con el río, la falta de vegetación que funcione como barrera y la alteración del clima forman una combinación peligrosa para las poblaciones.

En el centro de salud le avisaron que su hija no tenía pulso y la trasladaron de emergencia al hospital de La Tinta, a 32 kilómetros de distancia. Tuvo que parir a su hija muerta, se despidió de su cuerpo, pero el recuerdo le provoca un ardor en los ojos y un dolor en el cuerpo que no puede evitar. 

«Yo no quiero que muera otro hijo mío ahí», dice, mientras ve al más pequeño de sus hijos, un niño juguetón de siete años, y al adolescente que para estudiar segundo básico está obligado a cruzar el río todos los días. A Patricia le da miedo el río Polochic. Y ese miedo es constante. 
En su situación no hay salidas fáciles. Corren peligro si tratan de huir, porque la única forma de ponerse a salvo es cruzar el cauce. Se arriesgan si se quedan, porque deben caminar entre el agua por muchos días hasta que esta baja. A lo largo del recorrido entre las poblaciones afectadas, las personas repiten que se enferman cuando el río los invade. Hay diarreas y los pies se tornan pálidos y les brotan ronchas que provocan comezón. 

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El centro de salud de Panzós reportó que de enero a junio de 2024 atendió a 142 niños y adultos con dermatitis por el calor. Los casos de hongos solo se disparan en temporada lluviosa. Con diarrea tenían a 220 pacientes, a 546 personas con resfriado común y a 29 atendidos por neumonía. Enrique Xol Botzoc, el enfermero de emergencia y encamamiento, explicó que las enfermedades se potenciaban por la falta de higiene y el consumo de agua inadecuada. Pero con la sequía, las personas han tenido que usar el agua del río contaminado, incluso con heces fecales, para regar sus plantaciones de maíz y cocinar alimentos. En época de lluvia, aunque ellos no quieran, el río los invade y colapsa las letrinas e inunda los pozos o abastecimientos de agua limpia que usan para su consumo personal.  

El miedo a las futuras inundaciones

En Panzós el miedo a futuras inundaciones ha llegado hasta el área urbana del municipio. A cinco minutos de la alcaldía se encuentra la comunidad La Playa. Se trata de dos hileras de viviendas de madera con techos de lámina que están divididas por una calle de tierra de unos tres metros de ancho. 

El patio de la casa de Julia Xol se convirtió por un momento en el punto de concentración para los representantes de las familias que querían hablar sobre cómo viven el impacto de los fenómenos climáticos. Aunque en esta parte del país había llovido poco a inicios de junio de 2024, la comunidad estaba preocupada por lo que les depararía la temporada lluviosa. No es un miedo infundado. En noviembre de 2023, La Playa se inundó. 

Julia cuenta que en esa ocasión apenas tuvieron tiempo de meter ropa y documentos importantes en una mochila. Salieron para buscar refugio en un área elevada y permanecieron a la intemperie casi por un mes. Al unísono, los vecinos de Julia señalan las marcas oscuras en los árboles o la madera de las casas, o colocan la mano a la altura del pecho para indicar a qué nivel les llegó el agua. Algo inédito en este sector y que ocurrió porque la empresa Naturaceites, que posee plantaciones de palma africana en las planicies de Panzós, decidió construir una barrera de tierra de más de dos metros de altura en algunos tramos del río.Se desconoce si esta barrera se edificó con criterios técnicos. Naturaceites no respondió a un pedido de explicaciones. 

La empresa de palma es un referente en estas comunidades. Provee empleo temporal, apoya durante emergencias con maquinaria, repara carreteras, construye bordas. 

«Antes el Polochic no nos afectaba, pero por la inundación ya no entran carros ni motos en esta calle, sino cayucos» dice Julia, con angustia. Los cayucos son pequeñas embarcaciones que funcionan con un motor improvisado o a fuerza de remo. Los poblados al otro lado del río los usan con frecuencia para cruzar el tramo del Polochic que los divide del centro urbano, o como medio de transporte cuando llueve y las carreteras quedan inundadas. 

Julia teme por su propiedad. “Las bases de nuestra casa se pueden poner suaves y se pueden derrumbar”, dice. No es alarmista, a uno de sus vecinos le sucedió. Un hombre de la tercera edad que vive desde hace siete meses en el salón comunal. Julia explica que viven a la par de un río porque no hay otro lugar por el que puedan pagar. 

Panzós tiene un historial de conflictividad agraria. En el siglo XIX, el gobierno liberal entregó grandes extensiones de tierra a extranjeros y relegó a los habitantes originarios. Durante años, comunidades q’eqchi’ han exigido tierra y ante la falta de respuestas han decidido tomarla. 

En la pequeña plaza central de Panzós hay un mural que recuerda que hace 45 años el Ejército masacró a 37 personas que formaban parte de una multitud que llegó a la municipalidad para exigir acceso a tierras. De manera que Julia y sus vecinos tienen una justificación evidente para vivir tan cerca del peligro. 

Mientras el esposo de Julia trabaja como maestro de educación primaria con un sueldo fijo, una rareza en este territorio, ella y su hijo de 10 años contribuyen a la economía familiar a través de la elaboración de artesanías y la crianza de patos, pollos y cerdos. En su patio también cultiva árboles frutales, pero la mayor inversión familiar son los cultivos de maíz que tienen en un terreno rentado a un costado del río Polochic. 

Julia vivió días de estrés a mediados de junio, por causa del clima. La escasa lluvia que cayó a inicios del mes alborotó el calor, sus cerdos se enfermaron, el lodo terminó por matar a las plantas de yuca y plátano y su cosecha corría el peligro de inundarse. Julia sabe que en su comunidad necesitan de la lluvia, pero ella y muchos más desean que el cielo permanezca cerrado unos días más para que las mazorcas se sequen y puedan almacenar el maíz sin riesgo de humedad, vender los animales antes de que enfermen o para no vivir tanto tiempo en medio del agua.

Mientras su suerte se define, de acuerdo a lo que el clima dicte, sueñan con soluciones o medidas paliativas, como el dragado del río, que implica cavar en sus bases para que sea más profundo y no se rebalse. Una actividad que requiere de una inversión millonaria y que solo se puede ejecutar en temporada seca. Lo único que pueden hacer ahora es esperar y monitorear el río. 

Este artículo fue producido en el marco del programa Pérdidas y Daños en América Latina  de Climate Tracker con apoyo de Oxfam

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