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Marta Julia Puac viste un huipil elaborado por ella misma. Archivo

Mujeres tejedoras: Afuera somos exóticas, acá las «Marías»

«Nos hacen menos porque somos pobres, porque somos las Marías ¡Ahh pero el INGUAT sí tiene su arte folklórico y usan nuestra ropa!»
De un huipil valorado en 800 quetzales obtiene una ganancia de 200 quetzales. Sin embargo, entre el regateo las ganancias cada vez son menores.
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Mujeres tejedoras: Afuera somos exóticas, acá las «Marías»

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«Ante el mundo, Guatemala se vende como el país de las mujeres con huipil, pero acá no nos quieren». Esas son las palabras de Gloria Estela García, una mujer indígena que vive en el departamento de Sacatepéquez y quien, desde hace años, elabora textiles con sus propias manos. Además de ella, muchas otras mujeres tejedoras de Guatemala están enojadas y cansadas de ser la imagen con la que se promociona un país en donde su indumentaria vale más cuando no son ellas quienes la portan.

El 6 de noviembre pasado, las mujeres que integran el Movimiento Nacional de Tejedoras Ruchajixik ri qana’ojbäl festejaron una resolución anunciada por la Corte de Constitucionalidad (CC). Una de ellas era Leonarda Dionicio, originaria del municipio de Santa María Visitación, Sololá.

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«Ha sido uno de nuestros grandes logros. Algunas encendieron velas, otras elevaron rezos y otras se abrazaban entre ellas», relata. Ella y el resto de tejedoras que conforman el movimiento que defiende la propiedad intelectual de los tejidos y los conocimientos ancestrales de los pueblos mayas, consideraron esto como una pequeña victoria ante «un monstruo grande que en cualquier momento nos puede comer»: El Estado.

Veintisiete mujeres, en representación de las que conforman el movimiento nacional, promovieron y llevaron ante la CC una acción legal en contra del Instituto Guatemalteco de Turismo (INGUAT) por utilizar la imagen de las mujeres tejedoras como objeto de comercialización y folklorización. En palabras de María Elena Curruchich, una de las firmantes, hicieron esa petición porque durante años esta institución pública, en representación de todo el aparato estatal, se ha dedicado a tomarles fotos para vender la imagen de un país lleno de mujeres indígenas pero, en contraste, las excluye, desprecia y discrimina.

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En el amparo interpuesto denunciaron dos problemas: En primer lugar, la folklorización y mercantilización de la imagen de las mujeres indígenas como parte de una política de promoción del turismo impulsada por el INGUAT. En segundo lugar, la exclusión sistemática, en especial de las tejedoras, como beneficiarias directas de los ingresos que genera el Estado a través del turismo. Eso pese a que son sus rostros los que son utilizados para promocionar la marca «Corazón del Mundo Maya», el lema con el cual promueven las visitas de turistas al país.

A partir de eso pidieron que el INGUAT se abstuviera de continuar con estas prácticas y que el Estado adopte medidas administrativas y políticas públicas que incluyan beneficios para las mujeres indígenas tejedoras. La CC falló a su favor y solicitó al Instituto que «implemente mecanismos de participación adecuados que permitan la participación real y efectiva de los distintos colectivos de pueblos indígenas en la formulación y diseño de políticas públicas en la materia, específicamente aquellas susceptibles de afectar sus derechos, por medio de representantes legítimos, elegidos conforme a sus propias formas de organización».

Nosotras no estamos en contra del turismo comunitario, aclara Gloria Estela. A sus 58 años ha dejado de tejer como lo hacía antes porque, poco a poco, la vista se le fue debilitando. Ella intuye que es por tanto tejer, especialmente por hacerlo de noche.

Gloria comenzó a involucrarse en la realización de tejidos a los 5 años. Su mamá era tejedora, su padre también. Desde muy pequeña, Gloria supo dominar el telar de cintura, un artefacto utilizado para la elaboración de tejidos, huipiles, fajas, servilletas, etc. Aunque aprendió el arte en occidente, tras 42 años de vivir en Sacatepéquez se ha acoplado a las técnicas y diseños de esa región.

Para Gloria, el arte de tejer es un oficio que le ha permitido obtener ingresos para su familia y, además, contribuye para que no desaparezca una de las prácticas ancestrales que más enorgullece a las mujeres indígenas. Es decir, crear su vestimenta con sus propias manos. Por eso no le hace ni un poco de gracia la forma en que el INGUAT utiliza su patrimonio para atraer a turistas porque resultan visualmente coloridas y atractivas, pero son constantemente rechazadas de las fronteras del país para dentro.

«Lo que peleamos es que a nosotras como mujeres mayas, como mujeres de pueblo no nos quieren en la capital. Mucha gente ladina no nos quiere ¿por qué? Porque somos indias, somos shucas, somos las sirvientas de las personas que tienen dinero, las chachas, nos hacen menos porque somos pobres, porque somos las Marías, porque usamos ropa que no vale, que no sirve. ¡Ahh pero el INGUAT sí tiene su arte folklórico y usan nuestra ropa, la ropa de las comunidades!», reclama.

Gloria se pregunta: ¿Por qué a la ropa si la quieren? De inmediato, ella misma responde: Porque ganan buen dinero con eso, mientras a nuestras comunidades no llega ni un centavo para educación, para salud, para nada de lo que necesitamos.

Las fotos del INGUAT

La molestia de Gloria Estela y el resto de mujeres comenzó hace mucho tiempo pero se concretó hasta hace 4 años. Durante una de las asambleas del Movimiento, salió a la conversación uno de los problemas más normalizados en Guatemala, y preocupantes para las mujeres tejedoras.

«Siempre hemos hablado de ese tema, pero fue hasta ese año cuando nos decidimos para denunciar la folklorización como una forma de violencia, porque no nos gusta que nos cosifiquen», narra Angelina Aspuac, integrante del movimiento.

Algo que distingue a las mujeres de la organización, dice Angelina, con mucho orgullo, es que a partir de un problema intentan encontrar alguna solución. «Tuvimos asesoría legal y decidimos presentar una acción por la violación a nuestros derechos, ya es algo natural tratar así a los indígenas que se ven bien en los paisajes pero más allá de eso al Estado no le importa cómo viven», explica.

Inicialmente, la acción fue presentada ante una Sala de lo Contencioso Administrativo, sin embargo, este órgano rechazó la petición. A través de una acción directa presentada ante la CC, la resolución de la sala fue revocada y la Corte les dio la razón.

En el amparo presentado por Angelina, Gloria Estela y una veintena de mujeres más denunciaron la forma en que el INGUAT promueve los conocimientos de los pueblos indígenas como algo de fácil acceso.

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«El proceso y la práctica del tejido histórico para el turismo es transformado y reducido a un espectáculo para los turistas, en menoscabo de su importancia histórica y cultural, por lo que es clara la ausencia de una política integral que promueva el arte de tejer, su protección y resguardo por el Estado, convirtiendo a las mujeres indígenas tejedoras en objeto de comercialización», reza un fragmento del documento.

Todo esto se concreta en las campañas publicitarias de turismo, en las cuales se fomenta la idea de que la población indígena, sus formas de vida y su empobrecimiento «es algo pintoresco que hace única a Guatemala como destino turístico». Por ejemplo, cuando utilizan imágenes de niños vendedores de artesanías como si se tratara de un espectáculo el verlos por las calles, en algunos casos, descalzos.

Mientras niños, niñas y mujeres aparecen en las campañas turísticas como objetos atractivos, no son sujetos activos en la toma de decisiones o en la formulación de políticas públicas de turismo o de otra índole. Para muestra el hecho de que, en la Junta Asesora de Turismo, un órgano asesor del INGUAT, no hay participación de representantes indígenas, argumentan las denunciantes. Está conformado por representantes del sector empresarial e instituciones de gobierno.

Sumado a eso, dentro del país, su quehacer no es valorado y constantemente reciben comentarios ofensivos.

El esfuerzo por un huipil no lo compensa la paga

Claudia Saquiq vive en Santa Lucía Utatlán, Sololá, y tiene 38 años. «Soy tejedora, solo a eso me dedico», presume, pues aprendió el oficio desde que tenía 5 años. Junto a otras 19 mujeres, Claudia forma parte del Consejo de Tejedoras del municipio. Para realizar un huipil, explica, debe invertir alrededor de un mes. Otros más complejos pueden tomar hasta 3 o 4 meses. Pero las horas de trabajo, frente al telar no son bien remuneradas.

A Claudia, por ejemplo, le cuesta calcular su ingreso mensual exacto. Se dedica completamente a tejer y luego ofrece sus tejidos en el mercado. Explica que si, por ejemplo, teje un huipil valorado en 800 quetzales, estima una ganancia de 200 quetzales, al descontar el costo de los materiales. Sin embargo, entre el regateo de los compradores, las ganancias cada vez son menores.

Mis ganancias son de unos 200 quetzales mensuales, estima.

Por suerte no es la única proveedora de su hogar. Su esposo cuenta con un trabajo y ambos aportan para los gastos. De no ser así, Claudia tendría serios problemas económicos.

«Ya nadie valora nuestro trabajo y por eso surge nuestra lucha», dice.

Además del regateo, se enfrenta a comentarios de este tipo: «María, ¿a cuánto vendés tu tejido?».

«Todo el tiempo vemos mucha discriminación, cuando salimos al mercado nos hacen comentario ofensivos, nos tratan de Marías a todas y nosotras tenemos una identidad», añade.

La discriminación, el racismo, la desvalorización a su esfuerzo y horas de trabajo son fenómenos que para Claudia y el resto de compañeras (como ellas se llaman entre sí) están relacionados y forman parte de un problema estructural del cual el Estado ha sido parte.

Por eso es que, en su petición, buscan no solo que el INGUAT no promueva más estas acciones, sino que también adopte medidas y políticas que incluyan beneficios para las mujeres tejedoras.

El problema de «lo exótico»

Leonarda estaba entrando a la adolescencia cuando finalmente aprendió a tejer, pero empezó a experimentar con el telar desde los 10 años. Su primera creación fue un perraje. Mi abuela me dijo: «Tenés que aprender a tejer para seguir con la tradición», recuerda ahora que tiene 33 años y forma parte del Consejo de Tejedoras de Santa María Visitación, Sololá.

Al igual que muchas otras mujeres, Leonarda aprendió a tejer por dos razones: para que la práctica no muera entre una generación y otra; y para asegurarse un oficio que le garantice ingresos económicos (por mínimos que sean). En algunos casos, añade, las mujeres sobrevivientes de violencia encuentran en esta práctica un recurso para salir adelante.

Sin embargo, con el tiempo Leonarda ha notado que cada vez es menos rentable vivir de los tejidos. No por eso han dejado de aparecer imágenes de tejedoras en campañas publicitarias que promueven las visitas al país.

«El folklore nos convierte en curiosas, exóticas, en un objeto de comercialización mundial para fotografías de atracción», lamenta.

Lo que Leonarda dice lo respalda un estudio coordinado por el historiador Santiago Bastos y Aura Cumes, investigadora y docente maya. Según el documento, no solo en Guatemala sino en países con sistemas similares la herencia cultural se ha convertido en un generador de divisas, a un costo alto para las mujeres indígenas.

«Su confinamiento en el área rural es lo que las mantiene “tradicionales”, ''coloridas”, “exóticas”, “curiosas”, objeto de comercialización mundial, de portadas de fotografía. Sus rituales, su ropa colorida, el tejido de sus manos, los idiomas que hablan, son aspectos que atraen a turistas de todo el mundo», se lee en el estudio.

Pero, -continúa-, paradójicamente, estas mujeres son quienes llevan el mayor peso de las desigualdades en sus cuerpos porque sostienen un «nacionalismo» que se avergüenza de sus símbolos humanos pero los utiliza para la mercantilización.

Lo más grave de esto, dice Elena Curruchich, una mujer tejedora ubicada en el municipio de Comalapa, es que se vende la imagen de los indígenas para promocionar un turismo que no trae ingresos a las comunidades en donde se realizan los tejidos. No son tomados en cuenta sino para ilustrar un folklore que atrae visitantes.

El estudio citado lo explica de esta forma: «El mercado, al aprovecharse de "lo indígena" sugiere que las mujeres y hombres indígenas servirán para los símbolos pero no para ser actores por sí mismos».

«Entonces, ¿quiénes se favorecen? Los grandes hoteles y los empresarios que están ubicados en las zonas más visitadas», intuye Elena.

Según la antropóloga Alejandra Colom, en medio de este fenómeno, preocupa que se construye una caricaturización de la mujer tejedora. «Entonces, las mujeres tejedoras e indígenas le sirven al INGUAT mientras no se expresen, mientras no diga nada, no reclame nada», agrega.

Y es que, según Colom, con las acciones impulsadas desde el Movimiento de Tejedoras, las mujeres han dejado de ser más que una figura maya folklórica y se convierten en sujetos incómodos que reclaman derechos. «A la élite les molestan los indígenas que hablan», añade la experta.

La respuesta del INGUAT

Plaza Pública solicitó una entrevista con funcionarios del INGUAT para cuestionar su postura respecto a las exigencias de las tejedoras y la visión institucional ante el problema de la folklorización. Ante el requerimiento respondieron con un comunicado en el que se limitan a decir que son respetuosos del Estado de derecho y las leyes, así como de las resoluciones emitidas por órganos de justicia.

El único recurso para entender la visión de la institución ante los reclamos de las tejedoras se encuentra en la resolución emitida por la CC, en la que el INGUAT expone sus razones para defenderse de la acción interpuesta.

En principio, señalaron los argumentos de las tejedoras como infundados.

Vía escrita respondieron ante la CC que su función es promover «por todos los medios» el desarrollo del turismo interno.

«Se pretende que se abstenga de promover la cultura nacional, la cual constituye patrimonio cultural de la nación de carácter intangible, con lo que se limitarían sus atribuciones y se propiciaría un impacto económico negativo para el país, debiendo apreciarse entonces la prevalencia del interés social frente al particular», argumentaron respecto a la petición realizada por las tejedoras.

Sobre el recurrir a imágenes de niños y mujeres indígenas para cumplir con ese objetivo, aseguran que se realiza con la intención de «promover ante el mundo nuestra cultura, destacando que los guatemaltecos nos sentimos orgullosos de nuestras raíces».

Entre sus argumentos, el INGUAT incluso cuestionó la representatividad del movimiento de tejedoras.  Algunas de las firmantes del amparo, además, comenzaron a recibir llamadas del INGUAT para ser interrogadas. «Les preguntaban si sabían qué era lo que estaban firmando, si querían dinero o qué era lo que querían, que deberíamos estar agradecidas», relató Angelina Aspuac, una de las involucradas.

A Leonarda, que es de Santa María Visitación, el cuestionamiento a la legitimidad no le resulta ofensivo, más bien le parece una invitación a demostrar que el grupo de mujeres va tomando fuerza cada vez en más lugares del país. Por el momento tiene representación en Santiago Sacatepéquez, San Juan Comalapa, San Martín Jilotepeque, Santo Domingo Xenacoj, Santa Lucía Utatlán, San Juan Sacatepéquez y Santa María Visitación. «Todas fuimos elegidas mediante una asamblea comunitaria, en ningún momento nos auto nombramos», insiste.

En su caso, explica, fueron más de 100 mujeres las que participaron en una asamblea comunitaria en la que fue elegido el Consejo de tejedoras del lugar. Ella fue una de las seleccionadas.

A pesar de las objeciones presentadas por el INGUAT, finalmente la CC por decisión unánime se inclinó a favor de las tejedoras. Para ello, invocó una serie de normativas internacionales que sustentan los reclamos de las mujeres, especialmente el de su derecho a ser incluidas en la discusión e implementación de políticas para promover el desarrollo de sus comunidades.

Según la Declaración Americana sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, las comunidades indígenas deben de participar en la adopción de decisiones en las cuestiones que afecten sus derechos y pueden hacerlo directamente o a través de sus representantes, de acuerdo a sus propias normas, procedimientos y tradiciones.

Mientras tanto, el INGUAT aún no ha tomado acciones concretas para implementar lo ordenado, explica Angelina. Y explica que ellas, por su lado, están en proceso de profundizar en los alcances reales de la sentencia y su ejecución.

«Estamos analizando de qué forma vamos a exigir al Estado el cumplimiento de esta sentencia», explica.

La llegada de la pandemia, las complicaciones en comunidades afectadas por las tormentas que afectaron al país también han complicado la realización de asambleas entre tejedoras. Angelina estima que el próximo año trabajarán en un plan para exigir acciones concretas al INGUAT. 

Así fue como empezó todo

El rechazo y la discriminación hacia las mujeres indígenas y su trabajo ha sido una constante en la sociedad guatemalteca. La necesidad de organizarse, cuenta Angelina Aspuac, integrante del Movimiento, surgió hace más de 10 años. En 2005, las mujeres comenzaron a tejer una red para apoyarse mutuamente en el proceso de comercialización de sus tejidos. Y es que uno de los problemas latentes ha sido la subvaloración al trabajo que realizan, los precios injustos y los compradores que no están dispuestos a pagar el tiempo y trabajo que un tejido requiere.

«Muchas de las compañeras piensan en su sobrevivencia, por eso tejen y tejen, pero no ganan mucho y como no hay muchas oportunidades de trabajo lo siguen haciendo a un bajo precio», explica Angelina.

Poco a poco, la organización se fue tornando en una fuerza para lograr cambios a través de acciones legales. Desde su fundación a la fecha han interpuesto denuncias contra personas particulares por recurrir a nombres como «María’s bag» o «María Chula» para promocionar productos con detalles de textiles mayas.

De hecho, relata Angelina, la gota que derramó el vaso y generó más cohesión en el movimiento fueron las amenazas de diseñadoras de patentar diseños de textiles mayas realizados por tejedoras. «María’s bag» es el caso más concreto y está relatado en este reportaje publicado en 2016.

«Lo que decidimos con un equipo jurídico fue reclamar al Estado porque no se había preocupado y no había una ley que protegiera la propiedad intelectual de las mujeres y pueblos indígenas sobre sus textiles», cuenta la integrante de la agrupación.

Fue así como se presentó una acción parcial por omisión ante la CC. La Corte tardó dos años en fallar a su favor y emitir una exhortativa al Congreso para que apruebe una ley específica para proteger el trabajo de las tejedoras. Sin embargo, la normativa es un sueño que aún no se concreta.

La ley con la que sueñan las tejedoras

Desde febrero de 2017 figura en los archivos del Congreso la iniciativa de Ley de derecho de autor y derechos conexos y ley de propiedad industrial. En otras palabras, una propuesta para defender la propiedad intelectual colectiva de pueblos y comunidades indígenas. El proyecto de ley fue presentado por el Movimiento de Tejedoras.

En 5 artículos, la iniciativa propone blindar a las comunidades y mujeres tejedoras de la amenaza de empresas que, desde hace una década aproximadamente, se han dedicado a replicar diseños textiles en máquinas industriales o impresiones sobre telas para venderlas a un precio competitivo.

Desde Santiago, Sacatepéquez, Marta Julia Puac, explica la importancia de una ley que evite que empresas extranjeras o nacionales lucren con diseños que son patrimonio de las comunidades. Y, sobre todo, que frustren el trabajo de las mujeres que dedican meses a la elaboración de huipiles y otros productos.

«Así como este huipil que tengo puesto, -explica-, mínimo se hace en 3 meses o más. Eso trabajando desde las 6 de la mañana a las 6 de la tarde, sin levantarse del tejido», asegura. Y un trabajo de ese tipo puede estar valorado en hasta 2 mil quetzales. Pero nadie está dispuesto a pagar ese precio, cuando hay réplicas de tejidos en el mercado, que valen un precio hasta cuatro veces menor.

Otro de los problemas, agrega, es que muchas mujeres mayas en situación de pobreza optan por vender sus huipiles usados a precios exageradamente bajos. Quienes los compran son personas interesadas en obtener pequeños fragmentos para realizar diseños en zapatos, bolsas u otros accesorios. «Eso es una falta de respeto hacia nuestra ropa. Cada indumentaria tiene su historia, a veces es ropa exclusiva para autoridades indígenas, pero algunos solo despedazan nuestra ropa y hacen diseños diferentes», dice Marta Julia.

Ante eso, la iniciativa plantea prohibir el registro de marcas, nombres comerciales, emblemas, expresiones o señales, diseños, letras, caracteres o signos que utilicen las colectividades indígenas, así como la reproducción de los tejidos textiles e indumentaria indígena por terceros. Excepto cuando exista consentimiento previo de la comunidad vinculada.

A finales de 2017, la iniciativa recibió dictamen favorable de parte de la Comisión de Pueblos Indígenas. Pero desde entonces ha estado estancada.

«El fin último es nuestra dignidad»

Pero la lucha, según Angelina, es mucho más amplia que presionar al INGUAT para desistir de utilizar a las mujeres indígenas, y los pueblos en general, como objetos. También va más allá de la aprobación de una ley que les permita proteger la propiedad intelectual de los textiles. Se trata de dignidad.

«Hemos hablado muchas veces de lo duro que ha sido esto para nosotros y de lo duro que es vivir con el racismo que impera en Guatemala y que recae en el cuerpo de las mujeres que vestimos nuestra indumentaria», explica.

Es una lucha por su dignidad, dice Angelina, porque mientras estas prácticas continúen las mujeres mayas no dejarán de ser sujetos coloridos al que el Estado les toma fotografías, promociona como atracciones turísticas, sin reconocerlas como personas dignas, con derechos y con necesidad de desarrollo.

«Se trata de dignidad porque mientras nada de esto cambie, somos nosotras, las mujeres tejedoras, las que seguimos pagando el costo económico y las que subsidiamos a las empresas que lucran con nuestros textiles. Es más sobre dignidad que otra cosa», continúa.

Y continuarán promoviendo batallas legales mientras haya mujeres tejiendo hasta horas de la madrugada, pero viviendo en situación de pobreza. Todo seguirá igual «mientras haya afuera consumidores que no cuestionen lo que compran», dice.

Según Angelina, su batalla tiene dos estrategias: cuestionar y exigir leyes y normativas al Estado; y seguir promoviendo la organización comunitaria desde la libre determinación de los pueblos.

 

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