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Caminar para avanzar, el reto de una cultura resistente a moverse de manera eficiente

Todo esto es la consecuencia directa de no caminar y no pedalear, de un culto al automóvil que nos está matando.
Al final un pueblo que no camina, que no pedalea es un pueblo que no avanza.
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Caminar para avanzar, el reto de una cultura resistente a moverse de manera eficiente

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 Guatemala es un país hermoso lleno de potencial, un país de gentes amables con sonrisas que brillan. Esto aplica siempre que no hablemos de movilidad, pues como si se tratara de la novela de Robert Louis Stevenson El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, ese amable ciudadano de sonrisa brillante se transforma al subirse a un automotor, sin importar tipo, tamaño o cilindrada.  En la transformación su amabilidad desaparece, aquella sonrisa se desdibuja y brota una faceta temible. 

Esta transformación es causa de una cultura de uso indiscriminado de automotores, algo que roza con la adicción y una pobre planeación del espacio público que trae consecuencias serias para la sociedad. Una situación que requiere atención urgente y empezar a ser vista como el problema de salud pública que es.

Aunado a lo anterior, el treinta y ocho por ciento de la población adulta tiene sobrepeso. Un pueblo con altos porcentajes de diabetes e infarto al miocardio, ciudadanos ansiosos y con salud mental perturbada, además de hospitales que no se dan abasto y salas de traumatología sobrepasadas por la cantidad de víctimas de siniestros viales deberían ser suficientes para tomar acciones claras e inmediatas acerca de cómo se mueve el país.

Si no es suficiente, pensemos por un segundo lo que representa tener uno de los peores aires de la región incluida la ciudad con el peor aire de América Latina según el Air Quality life index de 2023.

Todo esto es la consecuencia directa de no caminar y no pedalear, de un culto al automóvil que nos está matando.

La desidia, falta de empatía hacia el ciudadano que camina, hacia el ciudadano que opta por pedalear y ni decir del que está en condiciones de movilidad reducida se ven reflejadas en una casi nula e ineficiente infraestructura pensada para ellos.

Priorizar los pasos a desnivel y las vías rápidas son un error desde todo punto de vista, errores que retrasan el avance de un país y condenan a un pueblo a mantenerse enfermo.

Son suficientes las evidencias y datos que proporcionan los estudios e informes del Banco Mundial, OMS y OPS acerca de los beneficios y el impacto positivo para la economía y salud pública que conlleva la promoción y adopción de la movilidad sostenible.

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Mientras que un ciudadano en bicicleta a ritmo tranquilo tarda de zona 1 a zona 10 en la capital 20 minutos y mejora su salud física y mental, el mismo ciudadano en un carro puede tardar 90 minutos para el mismo recorrido, 90 minutos en los cuales sus niveles de estrés se elevan y su sedentarismo aumenta. El primer ciudadano puede realizar varias paradas rápidas comprar un café o entrar a una tienda dinamizando la economía, mientras el segundo, por el contrario, se desespera aislado en su jaula de metal mientras contamina.

De haber banquetas dignas, ya no solo veríamos personas transportándose en bicicleta, sino también ciudadanos de todas las edades y condiciones ejerciendo su derecho a la libre locomoción. Detengámonos un momento a reflexionar:  si la jornada laboral es de 8 horas y pasamos 4 adicionales en el tráfico no solo estamos haciendo un pésimo negocio, sino que además estamos desperdiciando el recurso no renovable más valioso, un recurso llamado TIEMPO, y el tiempo se traduce en dinero.

Es tiempo de una Ley de movilidad que le dé garantías suficientes a los ciudadanos para moverse de manera eficiente y segura en medios sostenibles; es decir, que le permita caminar, pedalear o usar un scooter de manera segura, una ley que acerque a Guatemala al resto del mundo.

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La solución no es nada novedosa, basta ver ejemplos cercanos como Rosario, Bogotá, Quito o más recientemente, Nueva York. La solución empieza con incentivar el caminar, el pedalear y racionalizar el uso del vehículo automotor particular, incluso podría limitarse por medio de peajes, el acceso a ciertas zonas. Redistribuir el espacio público y devolver al ciudadano sus derechos implica, en este caso, nada distinto que otorgar el porcentaje que les corresponde a peatones y ciclistas. Esto se traduce en banquetas, pasarelas accesibles para todos y ciclovías diseñadas principalmente para el transporte y no solo como espacios recreativos.

Desde los años 70 con Downs, pasando por la Ley fundamental de la congestión de las vías de Litman y más recientemente con la Ley fundamental de la congestión vehicular de Duranton y Turner (2011), queda más que claro que la solución en las ciudades no es ampliar autopistas.

La actual cultura vial de Guatemala no es sostenible económicamente, carece de toda lógica y no es viable. Por el contrario, repito, es un problema de salud pública.

La solución como en todos los países es la misma: Caminar y pedalear, más banquetas dignas, ciclovías bien diseñadas, reducción de velocidad de circulación. Todo esto acompañado de sistemas de transporte público BRT, TRAM, Metro según el caso y mucha educación vial. Mucha.

Desde la institucionalidad hace falta voluntad política, un interés real por el ciudadano traducido en una Ley de movilidad, desde el pueblo; es decir, el ciudadano de a pie, el compromiso de respetar las normas, el respeto al prójimo que opta por caminar o pedalear y un ejercicio de amor propio que lo lleve a disminuir su dependencia al automotor.

Al final un pueblo que no camina, que no pedalea es un pueblo que no avanza.

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