Hice notar que la publicación de La guayaba tiene dueño anunciaba veladamente un intento de volver a Guatemala no precisamente para rendir cuentas ante los tribunales competentes, y lancé —entre otras—, dos preguntas torales: “¿Por qué desea este perjuro volver a la Patria? ¿Qué componendas está urdiendo y con quiénes?”
Y el felón lo hizo. Nos colocó al borde de otro desbarajuste. Un año después de mi publicación, la Sala Tercera de la Corte de Apelaciones del Ramo Penal —en una leguleya maniobra digna de La Tremenda Corte—, colocó a Guatemala en un peligroso intríngulis volviéndose comparsa de quien, un poco más y se aparece por estos lares vestido de procónsul romano y con una corona de laurel en la cabeza.
Con fecha 25 de junio de 2013, la Sala en mención falló a favor del Aprendiz de dictador dejando sin efecto la orden de captura que en 1993 el Ministerio Público solicitó por la comisión de 12 delitos cuando menos. La violación a la Constitución de la República es el más grave. Afortunadamente, dos días después, la Cámara de Amparo y Antejuicio de la Corte Suprema de Justicia suspendió la resolución de marras devolviéndole a Serrano su condición de prófugo.
Ingenuamente creí que las galanuras de este malhechor las había detallado con lupa en aquella ocasión, sin embargo, a la luz de los recuerdos traídos al presente gracias a los magistrados de la sala que lo favoreció, me he percatado de que no fue así. Y revisado de nuevo los hechos, si Serrano es inocente yo soy Napoleón Bonaparte.
Qué duda cabe, ¡lo malvado tiene astucia! Aprovechando la ola del no menos pérfido Efraín Ríos Montt, utilizó tecnicismos para lograr que le quitaran de encima, muy efímeramente, los delitos que cometió. Así, acorraló a la justicia en una especie de cuchitril donde los tribunales parecen estar constituidos para proteger a los delincuentes y encarcelar a los inocentes. En esa borrasca que convierte al sistema jurídico en una madrastra que aporrea a los hijos buenos en aras del bienestar de los fraudulentos. En un vórtice donde el Maelstrom parece haber sido trasladado de, entre las islas Sorland y Væroy, al corazón de Guatemala convirtiéndola en un infierno digno de una novela de Edgar Allan Poe.
El artículo ¿Otro Serranazo? lo cerré diciendo: “¿Soportará Guatemala otro Serranazo? No lo sé, pero seguro estoy: ¡No lo permitiremos!” Por ello, en este ¡Otro Serranazo!, —esta vez asertivo—, bajo la égida de ¡No lo permitiremos!, insto a ciudadanas y ciudadanos honrados a pronunciarse, porque esta afrenta, la cometida por Serrano Elías y dos magistrados de la Sala Tercera de la Corte de Apelaciones del Ramo Penal, está vinculada a la impunidad que ha mucho nos está carcomiendo.
Esta nueva sobada de cara debe ser enfrentada —en una forma elegante y académica— por universidades, el Tribunal de Honor del Colegio de Abogados, la misma Corte Suprema de Justicia y toda la sociedad, porque trasciende del hecho nefasto —y aceptado ya— de las argucias a la que nos han acostumbrado los leguleyos (Vg., interpretaciones absurdas de la ley, entrampamiento de juicios y abuso de los recursos de amparo) para situarse en una categoría que puede ser imitada por futuros mandatarios.
Insisto en que debe ser enfrentada en forma erudita para dejar escuela. De estos casos las y los estudiantes de Derecho deben aprender para que sepan discernir entre un error de juicio y la estulticia. Nuestros niños, nuestras niñas deben saberlo. Así, podrá ser realidad el tácito deseo del conciente colectivo mundial plasmado en la estrofa de La Marsellesa llamada De los Infantes: “Nosotros tomaremos el camino cuando nuestros mayores ya no estén”. Pero, para ello, es preciso saber la verdadera historia.
* http://www.d6.plazapublica.com.gt/content/otro-serranazo
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