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«¡Jallalla la solidaridad con los pueblos!»

Más de cien días de resistencia permitieron que nuestro último proceso electoral culminara con la toma de posesión de Bernardo Arévalo y Karin Herrera el recién pasado mes de enero. Y la segunda, el 26 de junio de este año, cuando el pueblo de Bolivia se volcó para apoyar a su presidente legítimamente electo. Ambas circunstancias aderezadas por el decidido apoyo de la comunidad internacional.
Tipo de Nota: 
Opinión

«¡Jallalla la solidaridad con los pueblos!»

28 de Junio de 2024
Palabras clave

Más allá de una felicitación como se traduce una de las acepciones de la palabra jallalla, en idioma quechua significa «aceptación, sí, así es, está bien, estamos de acuerdo».1 Supone adhesión y compromiso. También significa esperanza y bienaventuranza.2

El nombre de este artículo lo tomé, precisamente, de la exhortación que cierra el comunicado del Estado Plurinacional de Bolivia publicado en La Paz, el recién pasado 26 de junio, unas tres horas después del intento del golpe de Estado liderado por el general Juan José Zúñiga. La notificación, que se trata de un agradecimiento a la comunidad internacional, reza: «El Estado Plurinacional de Bolivia agradece el apoyo de la comunidad internacional en respaldo al Gobierno del Presidente Luis Arce Catacora, democráticamente elegido por el pueblo boliviano, ante el intento de golpe de estado. La democracia, la paz y la estabilidad son conquistas de la lucha de nuestros pueblos. ¡Jallalla la solidaridad de los pueblos!».

Demás está argüir acerca de la burda intentona condenada por la comunidad internacional (excepto por el gobierno de Javier Milei que no por todos los argentinos) porque muy bien documentada está por la prensa internacional, pero sí llama a tres reflexiones muy puntuales.

1. La derecha latinoamericana, más allá de su conversión al populismo, se identifica ahora como una derecha vulgar. Se le dijo adiós a la academia, al traje y la corbata, y, se dio paso a la identificación con las masas populares mediante el histrionismo, la mentira burda y la improvisación. Javier Milei y el ahora defenestrado general Zúñiga son su mejor prototipo. El general golpista, mascando goma o quizá hojas de coca (casi se escuchaba el tronido del chicle), tuvo que retirarse de la casa de gobierno de Bolivia cuando el presidente Arce le plantó cara y le mostró quién portaba el bastón de mando. Poco tiempo después Zúñiga declaró que todo el movimiento se trataba de un autogolpe. Algunos periodistas que lo apoyaban repitieron la acusación como muñecos de ventrílocuo, sin tener, por el momento, una sola prueba de sustento. Queda por ver cómo les irá a él y a sus comparsas en los órganos jurisdiccionales.

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2. «¡Si pierdo, arrebato!» gritó un pseudopolítico en una cantina de mi pueblo allá por 1962 (yo tenía unos 8 años de edad). Borracho salió vociferando de aquel cuchitril –intento de taberna– situado en una calle por donde yo transitaba a diario para llegar a la escuela donde estudiaba la primaria. Meses después, al comentar en mi casa el hecho que presencié, me enteré de que se trataba de un fulano que pertenecía a un grupo político que había perdido las elecciones donde Miguel Ydígoras Fuentes había salido vencedor. El hombre tenía entonces unos cuatro años de estar bebiendo a causa de la decepción. Mas, tragicomedia esa aparte, la advertencia/amenaza de «¡Si pierdo, arrebato!» comencé a darla por cierto a través de hechos tangibles como el mismo golpe de Estado contra Ydígoras (porque las clases conservadoras de Guatemala supusieron que favorecería la candidatura del expresidente Juan José Arévalo), el cuartelazo de Augusto (Pinocho) Pinochet en Chile, el levantamiento de Juan Carlos Ongonía en contra del presidente Arturo Illia en Argentina y un sinfín de movimientos similares que ocurrieron durante mi adolescencia y juventud. A causa de ello llegué a cuestionarme si realmente valía la pena intentar vivir en democracia, porque era la de nunca acabar. Guatemala no se quedaba atrás. Ydígoras Fuentes depuesto por Peralta Azurdia; Lucas García por un grupo de oficiales que le entregaron el mando a Ríos Montt, sacado por la fuerza por Óscar Humberto Mejía Víctores y, ya en la era democrática, los rústicos intentos de golpe de Estado en contra del primer presidente de ese período, me refiero a Vinicio Cerezo Arévalo. 

3. El oxígeno del siglo XXI en contra de las maniobras burdas y asfixiantes para hacerse del poder de manera ilegítima. El perverso «¡Si pierdo, arrebato!» se vino al suelo en dos ocasiones en menos de un año en Latinoamérica. La primera sucedió cuando los 48 Cantones de Totonicapán (Guatemala) nos enseñaron cómo rescatar la dignidad de los pueblos y cómo hacerlo apegados a la legalidad, la justicia y la moral. Más de cien días de resistencia permitieron que nuestro último proceso electoral culminara con la toma de posesión de Bernardo Arévalo y Karin Herrera el recién pasado mes de enero. Y la segunda, el 26 de junio de este año, cuando el pueblo de Bolivia se volcó para apoyar a su presidente legítimamente electo. Ambas circunstancias aderezadas por el decidido apoyo de la comunidad internacional.

El oxígeno de la democracia pues –que implica adhesión, compromiso, esperanza y bienaventuranza– radica en la decidida intervención de los pueblos a nivel nacional e internacional cuando esta se ve amenazada. Guatemala y Bolivia recién lo demostramos. Así que: «¡Jallalla la solidaridad con los pueblos!».

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