El efecto de la masificación global del consumo ha ocasionado paulatinamente la dislocación de la cultura letrada por la cultura del video. Esto no es tan simple como la sustitución de los libros por las pantallas digitales, pero sí es tan avasallador como el relevo de la función cognitiva del cerebro, que se estimula por la comprensión de nuevo conocimiento a través de la abstracción de las palabras. Ello da lugar al adormecimiento del músculo craneal, que se hace sedentario porque no hay desafío cognitivo al consumir solo imágenes. Hoy los padres se debaten en negociaciones con los hijos para permitir tiempo con el celular, tiempo con la tablet, tiempo con la computadora, a cambio de lectura o deporte. Pero son esos mismos padres negociadores los que mantienen la cabeza agachada en su artilugio celular mientras el hijo pide o pregunta por el suyo.
El ser humano ha decidido sustituirse a sí mismo. Y para ello avanzan la tecnología robótica y la llamada inteligencia artificial, que más temprano que tarde concluirán en el escenario en el que dejaremos de hegemonizar en el planeta para darle paso a una versión artificial de nosotros mismos, sobre la aspiración egocéntrica de superar nuestro propio yo. Cualquier niño o joven de estos días está sujeto a información y a fuentes de conocimiento miles de veces más de lo que estuvo la generación de sus padres. Y de forma paradójica, no necesariamente tenemos más científicos. Es decir, tenemos más alternativas de conocimiento, pero no necesariamente más personas formadas. La ilusión de que podemos aprehender cualquier discernimiento es solo eso. Porque, a la par, las condiciones de exclusión siguen inertes. Los pobres consumen basura en la realidad y también en la virtualidad, y los ricos acceden a las mejores oportunidades materiales y en el mundo virtual también pueden pagar las mejores licencias.
Y es que no nos bastó con la realidad y sus desafíos. Hemos creado una versión imaginada de la realidad que podemos alterar, que podemos ajustar a los gustos más exigentes o más delirantes. Es el imperio de la realidad virtual, que seduce a todos por igual. Incluso, llegará pronto la hiperrealidad, una en la que se combinarán objetos inducidos o creados en medio del contexto de la vida. Pero me detengo en esta argumentación para alertar que lo malo no son los medios que creamos para conocer, sino la condición humana en su empeño por el ego, para lo cual la persona trata de escapar de la realidad en el afán de crear otra versión de su contexto, una en la que lo relevante sea ella misma. Bajo esta lógica, no basta leer o consumir libros, sino que esa lectura sea liberadora bajo la conciencia crítica que se genera de la cognición del proceso abstracto de la construcción de ideas y conceptos. De lo contrario, los jóvenes terminan devorando literatura mágica tipo The Maze Runner, Divergente o Potter como si consumieran las series en video.
Dicho de otro modo, los libros no le servirán al ser humano para trascender a través de la cultura letrada si no rebasa la condición de escape o la pulsión consumista. Pero, además, ver imágenes en pantallas obviamente no tiene comparación con la lectura, la escritura o el lenguaje, todos los cuales son herramientas que proveen, entrenan y enriquecen al individuo de una manera única para desarrollar identidad cultural, es decir, para la capacidad de reflexión sobre sí mismos.
Si bien todos los esfuerzos suman, tal como regalar libros, fomentar clubes de lectura, inducir la lectura desde temprana edad en los niños o incluso quitar los impuestos a la importación de los libros, como dije arriba, no se trata de textos o compendios, sino del efecto liberador o emancipador que podría llegar a producir la condición de un colectivo social que opta por su autodeterminación. Y eso lo produce la cultura letrada.
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