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Jéssica Hernández, 32, posa frente a la casa abandonada donde suele pasar las noches, a la par del hospital San Juan de Dios, el martes 24 de marzo. Lleva 4 años de vivir en la calle. Simone Dalmasso

¿Adónde van, en el toque de queda, los que no tiene adonde ir?

Vidas quemadas, como las neuronas que el solvente vapulea por montones con cada bocanada
Madre e hijos observan la calle desierta, en la zona 1, justo después de las 16:00 del martes 24, donde sólo quedaban los indigentes que solían pasar la noche en la acera del lugar. Simone Dalmasso
Frente a la entrada del hospital San Juan de Dios, la habitual congregación nocturna de indigentes adelantó la cita a la hora del toque de queda. Simone Dalmasso
En una casa abandonada, los grafitis pintados por unos jóvenes. Simone Dalmasso
Un joven de 19 años huele solvente. Lleva 8 de vivir en la calle. Simone Dalmasso
El jueves 26, un niño con su madre mira a los policías que lo rodean, frente al albergue de la zona 8 donde llegaron para refugiarse en compañía de otras dos menores y dos adultos más. La señora, viuda, cuya familia había sido desalojada ese día, estaba desesperada por otra hija que, supuestamente, andaba vagando en la calle amenazada de muerte. Simone Dalmasso
Los dos payasos Canchirulín y Lanchirulín estrenan su número cómico en una estructura abandonada en la que solían pasar la noche. Simone Dalmasso
Benjamín, 28, originario de Gracias a Dios, departamento de Lempiras, Honduras, saca una mano de la lona en la que suele pasar la noche, en el parque central de la ciudad, provocando las risas de Janilet. Simone Dalmasso
Jéssica Hernández, 32, posa frente a la casa abandonada en que suele pasar las noches, a la par del hospital San Juan de Dios, el martes 24 de marzo. Lleva cuatro años de vivir en la calle. Simone Dalmasso
La entrada de una casa abandonada, refugio de unos vagabundos. Simone Dalmasso
Un vagabundo descansa en el piso de una casa abandonada donde luce el detalle de la portada de un periódico de reciente publicación. Simone Dalmasso
Carlos Rodríguez, 20, originario de Santa Ana, El Salvador, posa frente a la entrada del hospital San Juan de Dios, donde suele pasar las noches. Simone Dalmasso
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¿Adónde van, en el toque de queda, los que no tiene adonde ir?

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«¿Cuántos años tiene usted?», pregunto a un anciano que descansa encima de un cartón en un rincón de la zona 1, recién pasadas las 16:00 horas, el martes 24, tercer día de toque de queda. «¿Cuántos me calcula? Bien, ponga eso», contesta Roberto L., que vaga por las calles del centro histórico de la ciudad.

La mirada opaca de Roberto L., su ausencia del presente, ese estar sin estar, se repite en muchas de las 400 personas que, según información del Ministerio de Gobernación, viven sin hogar en el departamento de Guatemala.

A veces están lúcidos, y a veces menos. La calle mina.

El grupo de jóvenes indigentes aglomerados frente a una casa abandonada a la par del hospital San Juan de Dios, el martes 24 de marzo / Simone Dalmasso

A un par de cuadras, al mediodía del jueves 26, un grupo de jóvenes se reúne en el habitual punto en que los voluntarios del Movimiento de Jóvenes de la Calle –Mojoca– distribuyen frijol y arroz de almuerzo, todos los días. Mano a la boca, solvente en los pulmones, la concentración de fantasmas despeinados, ojos grandes y pantalones enormes amarrados a piernas esqueléticas, se dispersa en el lapso de la entrega de la comida. Es el tiempo que le toma a José David, 20 años y 8 de andar en la calle, de probar la mascarilla recién regalada besando a Mercedes, de 18, justo lo que no se debería hacer.

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Pero cómo va a alarmar una epidemia viral a estos seres humanos que tuvieron que abandonar cualquier aspiración, cualquier pretensión de derechos, si su vida se llenó de abusos y violencias que los obligaron a refugiarse en la calle para sobrevivir.

Vidas frágiles.

Vidas quemadas, como las neuronas que el solvente vapulea por montones con cada bocanada.

Vidas que huyeron de hogares en que las pisotearon brutalmente, cuerpo y espíritu, o que no tuvieron.

¿Adónde van, en el toque de queda, los que no tiene adonde ir?

Unos se esconden. Otros, los mayores y los más niños, buscan albergues.

Un joven de 20 años huele solvente en una casa abandonada. Lleva 6 meses de vivir en la calle y de no ver a su hija de dos años

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A las 16:00 del jueves 26, tal como el día anterior, doscientos indigentes, la mayoría adultos, hacen cola frente a uno de los tres albergues habilitados por el Ministerio de Gobernación, en la zona 8 capitalina. Mujeres y ancianos bajo un techo, jóvenes bajo otro, a la par. Es la hora del toque de queda.

Otro albergue ubicado en la zona 7 sirve para familias y parejas. Los ministros de Salud, Gobernación y Desarrollo Social hablarán, un par de horas después, de la importancia de respetar las órdenes presidenciales, liberar las calles y resguardar las vidas de las cientos de personas que normalmente viven en las ellas , en condiciones insalubres, darles de comer y de dormir.

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Mascarillas a la boca, son los únicos que pueden presumir esa medida de prevención al contagio, ya que ni los policías que ayudaron con el control de los huéspedes frente a la entrada del refugio las tenían, obviando las máscaras de motoristas que suelen usar durante sus rondas.

Los ojos grandes de los jóvenes esqueléticos que acudían al almuerzo callejero, pocas horas antes, no se ven en la concentración de indigentes ordenados descansando encima de las colchonetas puestas por el Estado, bajo el techo del albergue.

Ellos escapan de todo.    

Policías y voluntarios de ONGs humanitarias controlan a las mujeres y adultos mayores concentrados frente a la entrada de uno de los dos albergues habilitados por Gobernación en la zona 8 capitalina, el jueves 26

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