El lunes pasado, los medios que cubren el espectáculo informaron que los restos del cantante mexicano Juan Gabriel habían sido trasladados a una funeraria judía ubicada muy cerca del aeropuerto internacional de la ciudad de Los Ángeles.
No pocos se preguntaron por qué.
Debe quedar claro que, para una funeraria judía, las complicaciones que suscita atender a un fallecido que no es judío, cuyo cadáver no va pasar por los rituales funerarios judíos, son muchas. Y graves. Así que solamente hay dos posibles respuestas: 1) un gesto de buena fe en razón de la importancia de Juan Gabriel o 2) que así lo haya solicitado en su momento alguien cercano al fallecido. Esto precisamente me hizo reparar en un detalle poco conocido. Si bien Juanga fue conocido siempre como el Divo de Juárez (realizó una enorme labor de caridad para la ciudad y el estado de Chihuahua), él era originario de Michoacán.
¿Y qué tiene esto que ver con la pregunta inicial?
Llama a la suspicacia, pues el estado de Michoacán fue uno de los focos regionales en México donde con mayor fuerza se vivió el fenómeno del criptojudaísmo, es decir, personas de práctica católica —formal o cultural— que continuaban practicando en secreto algunos rituales judíos.
No estoy diciendo que Juan Gabriel lo haya sido. Pero es inevitable para el conocedor del fenómeno del judío converso obviar este detalle. Y ese es el tema de esta columna: el problema de la identidad que debe vivir oculta.
La primera fuente de carácter histórico que se puede citar son los mismos anales de la Inquisición. Respecto al número de detenidos en la Nueva España, es impresionante el porcentaje de personas acusadas de judaizantes o por práctica secreta de judaísmo. En términos generales, los descendientes de conversos resultaban ser la población mayormente perseguida. Sobre esta estadística aparece nuestra segunda fuente: el libro titulado The Mezuzah in the Madonna’s Foot: Marranos and Other Secret Jews in the American Southwest. El libro es de la autoría de Trudy Alexi, una refugiada judía de la segunda guerra mundial (convertida al cristianismo durante la ocupación nazi) que luego registra al menos 22 generaciones que a partir de la experiencia inquisitorial continúan viviendo en secreto su judaísmo. La mayor parte de estas comunidades son hispanas, católico-culturales, asentadas en el sudoeste de Estados Unidos. El texto de Alexi centra sus entrevistas en 1 500 familias de Nuevo México (y de otras regiones) que continúan practicando en secreto el judaísmo a su manera.
Cristianos por fuera, judíos en lo íntimo. Hacia afuera normalizo el control, pero en lo íntimo, en lo secreto, donde nadie me ve, permito que mi corazón exprese lo que realmente ama porque allí soy realmente libre. No se trata solamente de historias de resistencia. Como el título del libro lo dice, La mezuzá en el pie de la madona, se hace referencia a esa cajita donde los judíos practicantes introducen en pequeños rollos versos importantes del Antiguo Testamento. Esta cajita —llamada mezuzá— se pone en el dintel de la puerta y se besa como símbolo de sumisión. En la época de la Inquisición, esta cajita se escondía dentro de los pies de la madona. Y cuando un converso era obligaba a rezar o besar la imagen, el proceso era un tanto más fácil.
La figura del criptojudío, converso o marrano (forma despectiva de llamarlo) es la representación de lo que Schulamith Halevy (poeta israelí) llama el castillo interior: ese microespacio donde lo que no puede existir —ni siquiera en lo discursivo— se disfraza, modifica y rearticula para poder dar pie a la vivencia de lo que realmente somos. ¿Es el caso del criptojudaísmo otro ejemplo de la tragedia que Foucault refiere en Herculine Barbin? En ambos casos ha sido algún poder discursivo formal el que ha impuesto la identidad. El reto es la rebeldía identitaria, situación que los colectivos criptojudíos apenas han comenzado a explorar. En Estados Unidos ya existe la asociación estadounidense de criptojudíos, cuya tarea no es tanto normalizar una identidad como reconocer la validez de una experiencia dando espacio al testimonio personal. ¿Por qué al testimonio personal? Porque lo que yo construyo es al final mi realidad. Esta es una historia que no ha terminado, que obligará a los colectivos judíos a reconocer una hermandad olvidada, pero que volverá a poner al universo cristiano en contacto con su paso de violencia y persecución.
En ese sentido, en cuanto a la gesta personal de las identidades no comprendidas, vaya que Juan Gabriel cae como anillo al dedo. Abiertamente afeminado y sin problemas al respecto en un país increíblemente homófobo, actuó sin dar explicaciones. Y es que, cuando el converso rompe la camisa de control, cuando la mariposa sale del capullo (pienso en Juan Gabriel vestido de colores y en lentejuelas gigantes), la libertad de poder vivir sin temor alguno las fantasías personales es el verdadero premio a la tenacidad.
Y a la justicia de poder ser a nuestra manera. Como nos ronca la gana. Como nos gusta. Sin dar explicaciones.
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