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Miles de hectáreas de selva arden cada año en Petén, incluyendo las zonas protegidas, tal como la Laguna del Tigre. La pérdida de los bosques ha barrido con muchas de las plantas que los terapeutas mayas utilizan. Manuel Morillo

Salvar las plantas medicinales de la extinción en tres departamentos es una carrera contra el tiempo

Salud Verde es una carrera contra el tiempo para salvar de la deforestación a las plantas medicinales usadas por generaciones que todavía existen.
Guatemala es uno de los 18 países megadiversos que en conjunto tienen el 70% de la diversidad biológica del planeta.
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Salvar las plantas medicinales de la extinción en tres departamentos es una carrera contra el tiempo

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  • Desde 2019, 20 terapeutas mayas de Petén, Izabal y Alta Verapaz elaboran un registro de las medicinas naturales, las enfermedades que curan y la creación de un jardín etnobotánico para asegurar la supervivencia de las plantas medicinales.
  • El proyecto se llama Salud Verde y uno de sus objetivos es preservar las plantas medicinales que se podrían perder para siempre debido a la deforestación.
  • Entre 2010 y 2016, Petén fue el departamento que más cobertura boscosa perdió: 165,000 hectáreas, según un estudio multisectorial.
  • La terapia maya también corre peligro por la discriminación y los prejuicios, así como las plantas medicinales peligran por la deforestación.

Salud Verde tiene dos propósitos: primero, documentar la medicina maya q’eqchi’ para salvar las plantas medicinales de la deforestación en Petén, con la creación de un jardín etnobotánico —ya en curso—; segundo, demostrar que un sistema médico intercultural, que combina las medicinas maya y moderna, sirve mejor a los pacientes con menor acceso a servicios de salud.

Salud Verde tiene dos propósitos: primero, documentar la medicina maya q’eqchi’ para salvar las plantas medicinales de la deforestación en Petén, con la creación de un jardín etnobotánico —ya en curso—; segundo, demostrar que un sistema médico intercultural, que combina las medicinas maya y moderna, sirve mejor a los pacientes con menor acceso a servicios de salud.

En 2019, les preguntaron a 20 terapeutas mayas de Petén, Izabal y Alta Verapaz si querían participar en la elaboración de un registro de las medicinas naturales que utilizaban, las enfermedades que curaban y la creación de un jardín etnobotánico con distintas especies para asegurar la supervivencia de las plantas medicinales de las que depende el sistema etnomédico q’eqchi’. Se trataba del proyecto Salud Verde.

Todos respondieron que sí. No había nada que pensar. La pérdida de los bosques por la depredación barrió con muchas de las plantas que utilizan en sus terapias, y este proyecto podía ayudarlos a rescatar parte de cuanto quedaba, según José Ché, secretario del Consejo Acgers o Consejo Releb’aal Saq’e’, de Poptún, una asociación de origen q’eqchi’ que conforman guías espirituales (aj qij), médicos herbalistas y terapeutas mayas (aj ilonel), y comadronas (aj xokol k'ula'al).. Fue un proyecto que creó el Consejo Acgers.

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Ché dice que la deforestación es el principal motivo por el cual se involucraron en Salud Verde. Las cifras comprueban la urgencia. Entre 2010 y 2016, Petén fue el departamento que más cobertura boscosa perdió: 165,000 hectáreas, según un estudio del Instituto Nacional de Bosques (Inab), el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap), y las universidades Rafael Landívar (URL) y del Valle de Guatemala (UVG).

Petén perdió por año, en promedio, el equivalente a unos 32,000 campos de fútbol de bosque. El municipio de Poptún es uno de los más afectados.

«En Petén ya no hay bosque, solo potreros, solo fincas de ganado; ha costado mucho recuperar las plantas», dice el secretario del Consejo Acgers. «Hay plantas que todavía recuerdan los abuelos y que ya no existen, no las encuentran desde hace años. Algunos dicen, ‘Yo la encontraba en tal punto y ahora ya es finca, ya es ganadería’». Otras áreas son propiedades privadas y a los terapeutas no les permiten entrar.

La antropóloga médica Mónica Berger de White señala que la zona tiene una alta degradación ambiental y el cambio del uso del suelo es acelerado. Berger, investigadora y catedrática en la UVG, dice que el proyecto Salud Verde se estableció en Poptún, en parte (el vivero), debido a que en Petén hay una alta degradación del bosque por la expansión de la frontera agrícola, los monocultivos como la palma africana, y la ganadería. Según el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA), Petén es el departamento de expansión ganadera número uno del país.

«Los abuelos q’eqchi’ diseñaron la investigación conmigo, aprobando y rechazando diferentes componentes, y la propiedad intelectual del proyecto le pertenece al Consejo Acgers», dice Berger. «Es de verdad transdisciplinario, y un encuentro de saberes, [donde] nosotros, antropólogos, biólogos, y etnofarmacólogos, estamos al servicio del consejo, trabajando con el consejo, cuyos miembros son investigadores comunitarios, y han recibido un salario. Nosotros tenemos el privilegio de aprender al lado de ellos, pero no somos ni dueños de la información, ni es mi proyecto».

Salud Verde es una carrera contra el tiempo para salvar de la deforestación a las plantas medicinales usadas por generaciones que todavía existen. La investigación también se concentra en los usos médicos de la biodiversidad, con base en prácticas de salud indígenas, para fortalecer su potencial donde es limitado el acceso a servicios de salud. El proyecto documenta la colaboración entre la medicina occidental y la medicina maya, en un contexto que Berger llama «ciencia en las fronteras».

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«La Asociación de Consejos de Guías Espirituales Releb'aal Saq'e’ quería trabajar conmigo y la universidad en investigar su propia medicina, documentar y sistematizar», dice Berger. «Fue un acuerdo de beneficio mutuo en el cual yo les dije, ‘Podemos traer estos fondos a Guatemala como un fondo de investigación; y ustedes pueden manejar una parte de ellos». En condiciones normales, y sin el proyecto, los abuelos no podían trabajar en documentar su medicina porque debían trabajar para comer.

«El consejo q’eqchi’ (quiso) sistematizar su etnomedicina para proteger su propiedad intelectual, incluyendo la parte antropológica del cuidado terapéutico y muy especialmente la fitoterapia: todo el uso de las plantas ancestrales», agrega Berger. Entonces, a petición del Consejo Acgers, los abuelos q’eqchí y la antropóloga elaboraron el proyecto Salud Verde, con fondos ingleses.

El Consejo Acgers de Poptún había trabajado con la antropóloga, entre 2010 y 2016, y otros cuatro grupos etnolingüísticos de Guatemala, en el proyecto Maya and Contemporary Concepts of Cancer (MACOC), o Concepciones Mayas y Contemporáneas del Cáncer.

La antropóloga explica que querían trabajar en una región de Guatemala donde un hospital, centro o puesto de salud no es la única opción, o ni es siquiera opción, para curarse. «La gente tiene miles de estrategias, o mecanismos de afrontamiento, para atender sus necesidades de salud», dice la antropóloga, refiriéndose a zonas donde el sistema biomédico es casi inaccesible.

El sistema biomédico excluye factores psicológicos y sociales y parte de que una enfermedad es causada por un agente externo (una bacteria, por ejemplo), que puede ser curada por otro agente externo (la medicina). «La medicina maya parte del concepto de que el ser humano es producto de un cuerpo físico, con un componente mental que produce ideas, un componente emocional que responde con sentimientos, y un componente energético espiritual particular», explica Berger en un vídeo del tema.

«Concibe una enfermedad infecciosa como la consecuencia de un desequilibrio en alguno de los cuatro componentes, y debe encontrar la causa para que el paciente recupere su equilibrio», refiere la experta y este concepto fue parte de Salud Verde. 

Ché explicó que el proyecto tuvo tres fases:

  1. Los abuelos o terapeutas mayas registraron cuántos pacientes recibían al mes, las plantas que utilizaron, y el tratamiento administrado.
  2. Recolectaron las plantas que usaron en los tratamientos.
  3. Reconstruyeron cada caso. Comenzaron con 20 abuelos o terapeutas, pero acabaron con 14, porque los demás dejaron de recibir pacientes.

«El terapeuta maya nos refería el caso, para darle seguimiento en lo espiritual y con medicina occidental», afirma Ché. «Un médico occidental evaluaba a la persona y daba su punto de vista. El terapeuta maya daba su punto de vista. Se hacía una comparación de qué enfermedades padecía la persona, y del proceso de curación», añade.

Además, comparaban la medicina que recetaba el médico y las plantas que utilizaría el terapeuta maya. El proceso permitió que los médicos mayas sistematizaran sus plantas medicinales, los tratamientos y la elaboración de cuadernos de epidemiología cultural con los tratamientos de los médicos occidentales, según Berger.

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Otras referencias

Hay varios registros publicados de medicina maya, pero con diferencias fundamentales entre unos y otros. En 2016, se publicó el libro Raxnaq’il Nuk’aslemal: Medicina Maya en Guatemala, a instancias del Consejo Mayor de Médicos Maya’ob’ por Nacimiento, autor del texto. El texto documenta los conocimientos de 67 abuelas y abuelos en sus idiomas (además de español): Kaqchikel, K’iche’, Mam, Mopan y Q’eqchi’. Berger fue la coordinadora del proyecto.

Para 2018, la UVG había participado en otros proyectos como una guía de plantas para medicina tradicional en tres municipios de Quetzaltenango. La guía se elaboró con diez representantes de una asociación de guías espirituales mayas, que permitió catalogar 91 plantas clasificadas en 43 familias botánicas y 79 géneros.

Cada región es tan rica en plantas medicinales, que Guatemala es uno de los 18 países megadiversos que en conjunto tienen el 70% de la diversidad biológica del planeta. Por eso es imposible que un solo registro incluya todas las variedades de medicina maya en el país.

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Berger explica que también hay un registro de las plantas de Salud Verde en el herbario de la UVG, donde la bióloga Ana Isabel García Ambrosy coordinó la herborización y la identificación taxonómica de al menos 300 especies medicinales, con el apoyo del Consejo Acgers. Fue un proceso que duró por lo menos un año. Según Berger, se trata de una colección botánica que es una contribución académica para el país y el mundo, aunque el Consejo Acgers resguarda y controla la base de datos de los usos de cada especie.

Resultados preliminares

Ché afirma que el registro de las plantas con Salud Verde ya suma 50 especies, y un total de 300 plantas, como señaló Berger. Ha sido un esfuerzo colaborativo de los aj ilonel que desde 2019 trabajan en el compendio. El grupo incluye terapeutas de San Luis, Poptún y El Chal, al suroriente de Petén, y de La Libertad y Sayaxché, al noroccidente y suroccidente del departamento. También de las comunidades Juan El Paraíso en el municipio Chahal, en Alta Verapaz, y Los Zapotillos, en Livingston, Izabal, además de otras en la Franja Transversal del Norte en los departamentos mencionados.

El acceso a las terapias mayas es clave en estos municipios donde el índice de pobreza oscila entre el 50% y 90%, según un informe del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi). Además, porque en Petén, hay 2.4 centros de atención ambulatoria por cada 10,000 habitantes, según un estudio de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Estas cifras apuntan a que la conservación de la biodiversidad asume un mayor significado social y político, según lo subraya Berger en un artículo (el número 765) que la revista académica Frontiers in Pharmacology publicó en 2020.

Mientras tanto, Salud Verde implicó un proceso de aprendizaje mutuo entre los terapeutas mayas del proyecto. «Había plantas que unos abuelos no conocían y otros sí», afirma Ché. Los aj ilonel reconocieron que entre ellos llamaban a la misma planta por diferente nombre, o que había plantas distintas de un municipio o departamento a otro en la región q’eqchi’.

El secretario del Consejo Acgers dice que son muchos los abuelos que murieron sin que sus conocimientos fueran preservados. Habla de hasta 400 especies, no todas reproducibles o rescatables, pero de las que medio centenar reproducen en el vivero, que está en proceso de convertirse en un jardín etnobotánico. El equipo de trabajo lo construye en dos manzanas de terreno en Poptún que se compró con los fondos del proyecto.

«Queremos que tengan acceso a las plantas los abuelos y quienes practican la medicina natural», dice Ché.

Durante la producción del vivero, si los terapeutas encuentran una mata, una semilla, o una ramita, la recolectan y siembran en su casa, en sus huertos, para tener la capacidad de reproducirla. El proceso de recolección es complejo, no solo por la dificultad para encontrar las especies, sino por los recursos y el tiempo que implica llegar hasta el punto donde está la planta.

«Se necesita personal, vehículos, dinero para viajar a las comunidades para ir a traer las medicinas, las semillas», explica Ché. «No es asunto de ir a tal lugar cerca de la comunidad, sino que hay que caminar unas dos o tres horas para encontrar esas plantas». El proyecto también documenta cuán difícil es recolectar esas plantas medicinales.

Desde 2019, el proyecto ha recibido al menos 3 millones de quetzales, y en febrero de 2021 tuvo una asignación adicional de 500,000 quetzales para mitigar el impacto de Covid-19. Una parte de los fondos se utilizan para documentar las terapias mayas utilizadas para tratar síndromes respiratorios, según un comunicado de la Embajada Británica en Guatemala.

El Reino Unido financia el proyecto desde hace tres años, y lo respaldan la UVG, el Instituto Suizo Tropical de Salud Pública (Swiss TPH), el University College London en Inglaterra, y el Conap.

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Complejidades para armar un jardín etnobotánico

Las dos manzanas de terreno adquiridas para el jardín etnobotánico necesitaban un proceso de iniciación. «Se hizo una ceremonia general con todos los terapeutas mayas en el grupo pidiendo permiso a la madre tierra naturaleza para que nos dé la bendición de que se pueda reproducir las plantas», explica Ché. «Sin pedir permiso, se corta y se siembra, y a veces se pega, y otras, no. [Así que] se hizo una ceremonia para que todo saliera bien», añade. El concepto aquí es que todos los seres vivos y el medio ambiente están enlazados y son canales de energía.

El secretario del Consejo Acgers explica que no cualquier planta se puede reproducir en un vivero. Hay plantas que deben estar en un bosque nuboso o a la orilla de un río. De esa cuenta, es posible que la única fuente para ciertas plantas sean sitios de difícil acceso como las áreas protegidas que administra el Conap.

«Hay áreas protegidas que tienen encargados o guardianes, y hay que hacer una solicitud al Conap», explica Ché. «Pero se han arriesgado los abuelos al ir a colectar, o porque conocen a la persona que cuida, ya tienen la confianza y los entran. Algunos no piden permiso. Entonces, [los encargados] destruyen la planta para que no siga entrando la persona». El secretario del Consejo Acgers dice que solicitarán un permiso al Conap que acredite a los terapeutas mayas autorizados por el consejo, para que puedan ingresar a las áreas protegidas, con las salvedades pertinentes.

La semilla del proyecto

La idea de Salud Verde surgió y se elaboró mientras estaba en marcha otro proyecto, Una Salud Poptún, que coordinó Berger, y se sustenta en el impacto del medio ambiente en la salud de los humanos y los animales. El objetivo de Una Salud Poptún era la detección y tratamiento en tres caseríos de Poptún, Petén, de dos enfermedades zoonóticas (que los animales transmiten a los humanos) y que el Ministerio de Salud no vigila: brucelosis y leptospirosis. La primera la transmite particularmente el ganado, que la contrae de otras especies animales. La leptospirosis se transmite por el contacto con agua estancada o alimentos contaminados con la orina de las ratas.

Ambas enfermedades surgen como consecuencia de la destrucción del hábitat de otras especies que contagian al ganado, o se alimentaban de los roedores, que ahora llegan hasta las zonas pobladas. El proyecto empleó un abordaje combinado de medicina maya y medicina occidental para diagnosticar y tratar las enfermedades en personas y animales.

«Cuando definíamos los síndromes con un componente cultural, era más específico el sistema; capturaba más casos», explica Berger. «Quería demostrar que la medicina intercultural llega más lejos, y es más pertinente que cuando solo usamos el modelo biomédico». Sin embargo, la opción del abordaje intercultural peligra mientras que la deforestación, que propaga las enfermedades zoonóticas, además destruye las plantas que contribuyen a curarlas. El objetivo es que Salud Verde ayude a frenar la última parte de ese proceso.

Antes de empezar y al terminar, Una Salud Poptún (noviembre 2016 a noviembre de 2018), solo un caserío donde se trabajó —Sabaneta— tenía acceso a un puesto de salud. En los otros dos, La Romana y San Marcos, el proyecto montó clínicas para la toma de muestras de sangre y ofrecer atención primaria en salud. Después, las clínicas permanecieron en estos lugares, pero cerradas y sin enfermeros del Ministerio de Salud, que solo hacen una visita mensual como ocurre con otras comunidades. Es el único acceso que tienen a servicios de salud (salvo uno a dos horas de distancia, donde la cola de espera puede exceder el tiempo que tienen para tomar la única camioneta de regreso para el caserío). En este contexto, la medicina maya es crucial. 

Alexis López, médico que participó en el proyecto Una Salud Poptún, cree que sin el acceso a la medicina natural que tienen muchas comunidades, el sistema de salud público habría colapsado. Berger coincide. En los primeros meses de la pandemia de Covid 19, algunos centros y puestos de salud solo atendían los contagios, postergando la atención de cualquier otro caso.

En El Estor, Izabal, por ejemplo, Cristian Xol, en cuya familia hay miembros de la Gremial de Pescadores Artesanales y autoridades ancestrales, dice que poca gente acude al centro de salud porque solo atienden a las personas vacunadas —y no todos lo están— porque no consiguieron vacunarse o rehusaron a hacerlo. Entonces, acuden a los terapeutas maya q’eqchi’es.

La medicina natural también resuelve la falta de acceso a medicamentos para animales que se enferman, porque no los pueden pagar, y el Estado no los provee. De eso fue testigo el médico veterinario Danilo Álvarez, director de la Unidad de Enfermedades Infecciosas Emergentes y Zoonosis, en el Centro de Estudios en Salud (CES) de la UVG, que participó en Una Salud Poptún, y observó cómo el aj ilonel Crisantos Botzoc curó unas gallinas con medicina maya.

«Al día siguiente fuimos a la comunidad, vi las aves tratadas, y normalmente cuando ya están en un grado de enfermedad como el que vimos antes, muchas mueren al día siguiente, o están muy débiles, pero en este caso muchas habían mejorado», dijo Álvarez en un vídeo del proyecto.

«Fue una sorpresa porque no esperaba que un tratamiento de este tipo tuviera un efecto tan marcado y, para mí, muy rápido. Abrió mi mente a la posibilidad de la colaboración entre los dos tipos de medicina, y a que puede haber soluciones de ambos lados para lograr un mejor resultado», explicó. López y Álvarez quedaron intrigados por cómo funcionan las terapias mayas.

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Puente hacia lo desconocido

«Una vez que fuimos a Santiago Atitlán, el abuelo (terapeuta) que llegó no sabía español, solo q’eqchi’, y lo pusieron frente a una paciente para hacerle un diagnóstico», recuerda Ché. «El abuelo le tomó la muñeca para interpretar su pulso y decirle qué le sucedía. Después de hacer unas oraciones, le dijo ‘tú tienes diabetes’ en q’eqchi’». Ella no entendió. Luego, el médico occidental le preguntó directamente si tenía diabetes, y ella respondió que sí. «Todos quedaron sorprendidos de cómo supo antes el abuelo que la señora tenía diabetes», dice Ché.

El Consejo Acgers reconoce que la medicina maya tiene límites. No ofrece equivalentes a una intervención quirúrgica, o un análisis de sangre, pero cura fracturas, o rehabilita pacientes después de una histerectomía, o de sufrir un derrame (si le tratan de inmediato), según Ché. Sin embargo, en Una Salud Poptún, los investigadores comprobaron que combinar las medicinas era exitoso. El proyecto se apoyó en Pablo Axcanti o Ax, miembro del Consejo Releb’aal Saq’e’, aj qij o guía espiritual, y aj ilonel o médico tradicional q’eqchi’.

Ax también es auxiliar de enfermería, tiene 20 años de trabajar con el Ministerio de Salud en Poptún, y asistió a Botzoc para administrar medicina maya, y tomar muestras de sangre para el proyecto.

Para Berger, Ax facilitó la conversación de dos vías acerca de las dos medicinas por ser un puente entre ambos sistemas. Ese perfil en los enfermeros persuadió a todos los pacientes a recibir tratamiento occidental si lo acompañaba o precedía la terapia maya.

Fue la primera vez que Ax trabajó como aj ilonel a la par de un médico occidental. «He trabajado con otros médicos occidentales, guatemaltecos que no lo valoran a uno; lo miran a uno como basura, y eso es lo más triste, porque esos son golpes para nosotros», dijo en un vídeo de Una Salud Poptún. «Por eso la necesidad nuestra nunca se termina: no hay atención como la que merecemos».

Si la deforestación es el principal peligro de las plantas medicinales, la discriminación es otro peligro para la terapia maya. Ché admite que varios terapeutas temen reconocer abiertamente lo que hacen por los prejuicios.

«Un terapeuta maya es acusado de ser brujo, hechicero», dice. «Es el temor de las personas que quieren seguir practicándolo, o de quienes quieren aprender». Berger agrega que los prejuicios afuera de la comunidad q’eqchi’ amenazan la práctica. Un ejemplo fue el asesinato en junio de 2020 del terapeuta y guía espiritual Domingo Choc, quien era parte del equipo de investigación de Salud Verde, un proyecto termina en marzo de este año.

«Tenemos una historia de no escucharnos mutuamente», dijo Berger cuando aún estaba en curso Una Salud Poptún, en un vídeo del proyecto. La antropóloga concluía que la exclusión y el racismo terminan influyendo en las políticas públicas. Además, dificultan que el sistema biomédico se aproxime a un modelo intercultural.

Terapeutas mayas e intermediarios

Para Ché, el componente espiritual de la medicina maya es su esencia, y quizá es lo que más intriga a los médicos occidentales como López y Álvarez. No se puede aprender de un manual, ni siquiera con Salud Verde, porque los terapeutas solo lo aprenden y preservan por tradición oral, de generación en generación.

El registro final sí servirá como una fuente de consulta para cualquier persona interesada en la medicina maya q’eqchi’, pero será más una ayuda de memoria para los aj ilonel en formación, que complementará su aprendizaje con los guías ancestrales.

Uno de los pocos que compartía estos conocimientos con no q’eqchi’es era Domingo Choc. Un artículo de prensa señala que Choc identificaba especies de plantas con la Unidad de Antropología Médica de la UVG, «y les explicaba a los estudiantes cómo hacer las invocaciones para pedir permiso a la esencia de la planta antes de cortarla, y cómo utilizarla». 

Según Ché y Botzoc, piden permiso al Ajau (o Ajaw), el gran creador, para ser intermediarios en el proceso, de la misma forma que han pedido permiso para rescatar las plantas medicinales en la región q’eqchi’ antes que se pierdan para siempre, para ganarle esta batalla a la deforestación.

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