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“Nuestra región se parece a nada y los demonios que nos devoran se parecen a nada”

Nos hemos contado nuestra historia sobre la base de mitos.
El traslape entre víctimas y victimarios incomoda, pero mi trabajo no es complacer al lector sino incomodarlo.
De izquierda a derecha, Daniel Valencia, Roberto Valencia, Marcela Zamora, José Luis Sanz, Carlos Martínez y Óscar Martínez.
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“Nuestra región se parece a nada y los demonios que nos devoran se parecen a nada”

Historia completa Temas clave

Allá por mayo, Sala Negra, el proyecto del periódico digital salvadoreño El Faro que explora el crimen y sus efectos en la mitad norte de Centroamérica, publicó un libro. Crónicas negras desde una región que no cuenta recoge algunos de sus trabajos con mayor poder de explicación, y esconde a la vez una propuesta de cómo hacer periodismo hoy y una mirada crítica a cómo se ha hecho casi siempre. En esta conversación, que tuvo lugar también en mayo, Carlos Martínez y José Luis Sanz, dos de sus seis integrantes, los dos escogidos para contarnos las cárceles que terminarían contándonos sobre todo las pandillas, apuntan algunas ideas.

Algunas maneras de ilustrar cómo se relacionan con el periodismo los periodistas de Sala Negra.

a/ Óscar Martínez, su coordinador, Marcela Zamora, su documentalista, y Edu Ponces, uno de sus viejos fotógrafos, llevan tatuada en la espalda, en la nuca y en el brazo la palabra “migrante” para recordar la huella que les dejó En el camino, un proyecto anterior. El periodismo que se vuelve vida.

b/ José Luis Sanz se presenta así en el libro que andan presentando: “Se unió al periódico El Faro en 2001 como editor y codirector, y desde entonces ha ascendido hasta lograr ser únicamente reportero”.  El trabajo de campo como el único que merece verdaderamente la pena, como el que da acceso a los misterios y a las respuestas. La calle en lugar de la oficina.

¿Y c/? c/ es una actitud.

Está en la página inicial de Ser nadie en tierra de narcos, de Óscar Martínez, una de las crónicas del volumen.

(Aunque está en todas las páginas).

Comienza:

-Entonces, ¿aquí viven ustedes, los narcotraficantes?

-Aquí mismo, mire usté.

Son hombres abandonados en un diminuto poblado de champas, polvoriento y reseco, niños raquíticos y panzones, y olor a animal muerto.

-¿Ustedes son los narcotraficantes de Centro Uno? –pregunta el periodista. Después de desalojarlos de una finca, de eso les ha acusado el Gobierno.

-Nosotros somos –me contesta Venustiano, el líder de los moribundos–, ¿qué le parece?

Y el periodista, escéptico, irónico:

-No sé qué decirle, Venustiano.

La actitud: por un lado, el periodista escéptico e irónico; el que busca, atestigua y piensa. Lejos de ese ídolo falso de la objetividad. La actitud: y por el otro lado, el que sospecha de los comunicados de prensa, de las versiones oficiales, de las palabras del poder.

El que pisa el terreno y describe y duda.

Alberto Salcedo Ramos, el distinguido reportero colombiano, dijo una vez que hay tres clases de reporteros: el reportero que dice lo que ha visto; el reportero interpretativo que dice lo que piensa que es el significado de lo que ha visto; y el experto, que explica el significado de lo que no ha visto.

Los de Sala Negra pertenecen a la segunda clase: son gente que intenta comprender qué significa lo que han visto o, por lo menos, lo que han investigado y conocen.

¿Y qué investigan?

En octubre del año pasado se celebró en México D.F. el Encuentro Nuevos Cronistas de Indias 2, organizado por la Fundación de Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. La FNPI pretendía que se debatiera, entre otras cosas, el mapa de la crónica actual y sus opciones de futuro. En el turno de preguntas, Óscar Martínez preguntó, filoso, sobre uno de los puntos de discusión que apenas se habían examinado: la crónica medular vs. la crónica anecdótica. Su pregunta pretendía agitar algunos ánimos y azuzar el debate entre el periodismo narrativo que busca, grosso modo, entretener y el que pone en el centro la idea de informar, de explicar la sociedad. Los panelistas capotearon la pregunta, pero alguien, en realidad, la había respondido ya. Cuando le había llegado su turno, Camilo Jiménez, un destacado escritor y editor colombiano, había lanzado un ruego provocador, había dicho: “Quiero hablar de lo que no encuentro como lector en crónicas. No quiero leer más perfiles de chefs. En 15 años Colombia pasó de ser un país cafetero y agricultor a ser un país minero y petrolero. Y el periodismo parece no haberlo notado”.

Sala Negra es eso: Notar que Colombia dejó de ser un país cafetalero para convertirse en uno minero y petrolero. Sólo que en El Salvador, en Centroamérica. Es contar las formas en las que se transformó la guerra, esta de ahora; las formas en las que nos transformó esta guerra de ahora. Sala Negra aborda varios temas o, como ellos dicen, “ejes” (tan centrales son, que son “ejes”): la ausencia del Estado, el crimen organizado, la normalización de la violencia, los sistemas penitenciarios/pandillas, y la niñez. En palabras de su coordinador, se trata de explicar qué diablos ocurre en Centroamérica. No hablan de chefs. Son asuntos medulares. Y sus periodistas los relatan con agudeza y buena prosodia. Sin dogmas, como les gusta recordar, han asimilado muchas de las lecciones del Nuevo Periodismo y evitan muchos de sus excesos. Sus crónicas, extensas por lo general, no aspiran al ritmo febril de una gacela, sino que adoptan con frecuencia la respiración pausada de las ballenas. Intervalos a menudo extensos, profundos, el largo chorro potente. Párrafos que se extienden y encogen como un acordeón, entrelazando la anécdota reveladora con los cursos más amplios y abstractos de la historia, o con fogonazos de antropología, o de criminología, o de sociología.

Y así, este proyecto de alrededor de media docena de periodistas que comenzó como poco más que un pacto entre amigos, según han contado ellos, con una firma colectiva en una caja de pizza, se ha convertido en apenas tres años en un pequeño faro dentro de El Faro. En un proyecto que ilumina y sirve de referente para mucho del periodismo narrativo y de investigación (quizá ese sea su único dogma: que de nada sirven las florituras literarias sin un denso magma de información. O quizá haya otro: que para ejercer bien el oficio hay que excavar en la realidad con un interés visceral y absoluto, que hay que dejarse la vida) de Iberoamérica.

Y en una fuente obligada para quienes quieran comprender un poco mejor las razones de la sangría centroamericana. Por eso, entre otras cosas, esta semana recibieron por su cobertura del pacto entre las pandillas y el gobierno salvadoreño el Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación, del Instituto de Prensa y Sociedad de Perú, el más importante de la región en esta rama del periodismo. Y por eso sus textos aparecen en varias de las antologías en español más recientes. Y Crónicas Negras, su nuevo libro editado por Aguilar, está a la altura de la mejor producción periodística iberoamericana de los últimos años. Al terminar este volumen uno se puede quedar abismado, con cierta sensación de asombro, con la certeza de haber presenciado una lección incomparable de periodismo; y también de narrativa. Y de historia. (Borrada por un momento la sensación que Carlos Martínez tiene de que “el periodismo a estas sociedades nuestras tan necesitadas de su propia historia, les ha hecho un terrible y profundo daño”, de que más que servirles, “ha sido un lastre”, dice. Y apuntala de inmediato, desatando por fin la conversación: “Por ejemplo, durante demasiado tiempo se nos vendió la historia de que al hablar de pandillas nos tenemos que centrar en un paradigma maniqueo −un grupo de malos, generalmente tatuados, que hacen daño a la gente buena, que no estamos tan tatuados− sin la necesidad de explicar los motores profundos que hay detrás. Entonces cuando nos preguntamos por qué carajo se mata la MS13 con el Barrio 18, de dónde viene esa guerra y cómo comienza, cómo surge la enemistad furiosa y esencial de estas dos hermanas peleadas a muerte, visitamos Los Ángeles y desde luego que encontramos respuestas. Al parecer, algunos de los homies de estas dos pandillas que surgieron siendo hermanas se encontraron en una fiesta en un callejón cerca de King’s Boulevard. Estaban en la fiesta tomando copas. Uno de una pandilla tenía una novia, otro coqueteó con ella. Al primero no le hizo ninguna gracia, le dio una trompada. Lo que al otro le hizo menos gracia aún. Salió de la casa, sacó una Uzi y lo mató. Esa es la anécdota. Claro, quién era la novia depende de quien te cuenta el cuento. Si te lo cuenta un 18, la novia era de la mara Salvatrucha. La gente de la 18 terminó matando a otro. Si te lo cuenta otro, pues es de otra manera. Si te lo cuenta otro, sucedió en la casa, u ocurrió afuera o no era uno, sino tres. O no era por una mujer. Los detalles son lo menos relevante, pero hay algo relevante en la anécdota: que no es una enemistad surgida de principios, sino de aquellas cosas que derivan del roce cotidiano en la calle. ¿Sirve rebuscar para conseguir el nombre de esa mujer? Nosotros pensamos que no. En ese sentido, más que hacer historia lo que hacemos es intentar explicar cosas con nuestros propios métodos, regresando al pasado y hurgando en el sentido esencial de las cosas. Brincándonos aquellas cuestiones anecdóticas que más que servir estorban”).

Pero ustedes ponen en entredicho la idea de actualidad que hemos manejado en el periodismo. Cada vez que se retrotraen 30 o 40 años, nos vienen a decir que la actualidad no empezó ni siquiera este año, que la actualidad es un proceso de larga data que no se entiende sino desplegándolo.

JOSÉ LUIS SANZ: Eso como conclusión a posteriori es genial, pero no es que sea nuestro proyecto. Volver tanto tiempo tiene que ver con la necesidad de entender, cazar el sentido de los momentos, el sentido de futuro de lo que está sucediendo. Esa es una parte fascinante del periodismo. El Barrio roto, crónica que está en el libro, es la historia de la ruptura en el seno de la pandilla 18 de El Salvador.  De esa escisión surgieron dos pandillas que se han vuelto enemigas, que se han matado, que tienen zonas diferentes, líderes diferentes, ideas diferentes.

CARLOS MARTÍNEZ: Los primeros acontecimientos que generaron esa ruptura ocurrieron en 2002, y para entender qué sucedía, tuvimos que irnos hasta los años noventa.

JLS: Le ocurrieron a personajes que llegaron a principios de los 90, que habían construido su liderazgo entonces y que habían venido de los Estados Unidos. Entonces, para entender por qué la muerte de un pandillero, uno de los diez asesinatos que se cometían a diario (una nota que nosotros, periodistas, habíamos convertido en un pequeño cuadro de unas pulgadas con unas fotos y con unos nombres que no significaban nada), por qué eso había significado algo tan importante como un cisma en una de esas estructuras míticas que son las pandillas y por lo tanto una cadena de muerte, tuvimos que remontarnos a principios de los noventa. El motor de esto es una búsqueda que nos obliga a desandar caminos. No es que el periodismo haya fracasado porque ahora no hacemos el periodismo que deberíamos hacer. Es que tenemos una acumulación de deudas con la sociedad. No es un trabajo que termine nunca, pero en realidad es tarea pendiente.

En el libro hay una crónica de José Luis que se llama La cárcel de la vergüenza. Contiene esta imagen: “La última vez que los internos decidieron no encerrarse, en noviembre de 2010, no intentaron abrir los cerrojos ni tumbar las puertas. Fue más fácil derrumbar los viejos muros junto a ellas, abrir huecos por los que podían pasar dos personas al mismo tiempo”. Me parece una metáfora, por ejemplo, de la migración. Pero también de cómo las vías obvias, la línea recta (las puertas), no son las más evidentes aquí. Los italianos dicen que en Italia la línea más corta entre dos puntos es el arabesco, y esto es un poco eso: siempre hay que emplear subterfugios para salir adelante.

JLS: Yo creo que también refleja que juzgamos una realidad desde los castillos de cartón que hemos construido y nos asombra que de repente se rompan. Tenemos democracias construidas por gente que no es demócrata. Nos sorprendemos de que nuestras sociedades fallen cuando lo que pasa es que están erigidas sobre cartón. Tal vez pensamos que hay una manera lógica de fugarse de la cárcel. En realidad es ese absurdo en el que vivimos; cómo creemos que deberían ser las cosas cuando en realidad no son así. La realidad desborda eso todos los días. Cuando juzgamos por qué un chaval decide meterse en la pandilla, lo hacemos desde el cómo creemos que debería funcionar su cerebro y responder a factores que pensamos que deberían determinar su vida. Pero es mentira. No son esos factores, ni ese el día a día. Este libro está lleno de situaciones que en realidad se alejan de eso. En parte por eso el trabajo es lento: hemos tenido que ir descubriendo lógicas que no nos pasaban por la cabeza. Y lo que hay en estas crónicas es parte de nuestro propio descubrimiento. Una vez un amigo me pregunta: “¿Por qué escribís textos tan largos?”, y la respuesta es: “porque me ha costado tanto entender que o te explico todo lo que ido entendiendo o no soy capaz de decirte lo que pasa hoy”. Y probablemente sea un fracaso como periodista (risas), porque la concisión no es parte de nuestros valores, pero es que no sé contártelo de otra manera. Estamos en un proceso constante de ruptura con muchos de los paradigmas que teníamos.

CM: Nuestra región se parece a nada y los demonios que nos devoran se parecen a nada. Gran parte de nuestro trabajo ha sido entender esas lógicas díscolas. Nos imaginamos a una comunidad completamente amedrentada por las pandillas, pero nunca al líder de la pandilla en la junta directiva decidiendo dónde van a poner unos túmulos para que la policía entre más despacio, o que este farol, por favor, me lo quitan de aquí, o que le pidan: “por favor, al del agua embotellada no lo retés que luego sale el agua muy cara”.

Cuando hablamos de la cobertura que Sala Negra hace de Centroamérica nos referimos a una visión muy restringida de ésta: sólo Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. ¿Es la violencia el tema central en esta Centro América? ¿Por qué no escogieron la desnutrición, por ejemplo, un asunto que atraviesa todos los países y condena a la gente o estas economías esquizoides que tenemos, tan extremas? ¿Por qué la violencia, cuando no es el tema por ejemplo en Nicaragua?

JLS: A Roberto Valencia le preguntaban por qué hacer periodismo sobre violencia en Centroamérica. La respuesta, dijo, era evidente: lo dictaba el sentido común. “La pregunta debería de hacérsele al que hace periodismo sobre otros temas: sobre modas, sobre cultura o literatura, sobre deportes”. Bueno, yo creo que al final el periodismo tiene que cubrirlo todo. Pero sucede que la violencia es el gran determinante de nuestras vidas en nuestros países. Escribí hace un tiempo una columna en la que explicaba que en El Salvador solo viven las personas que no tienen más remedio. Recuerdo a una mujer que me dijo: “Yo adoro a mis hijos, y uno tiene doce y otro catorce, y si yo hubiera sabido lo que sé, no los habría tenido. Porque a esa edad son un factor de riesgo, para mí y para toda mi familia”. Eso es que tu vida esté determinada. Tener que mudarte porque tu hija es demasiado bonita y los pandilleros del barrio le han puesto el ojo. El de la violencia no sólo es un tema en sí mismo, sino también un enorme manto que cubre otras cosas más, y se trata de la mayor herramienta de control político de nuestras élites en las últimas dos, tres décadas. Es decir, la violencia ha sido la principal forma de comunicación política en Centro América.Y por otro lado, aunque tú estés convencido de que ciertos temas son importantes, el periodismo tiene que hablarle a la gente partiendo de lo que piensa la gente, partiendo de sus prejuicios y de lo que cree que es importante. Si la violencia es el gran tema de discusión, lo que había que hacer era hablar sobre ella y tratar de cambiar la lógica del debate. Pero la violencia callejera es la que marca el aliento del país. Creo que es equivocado pensar que alguien nos iba a escuchar si no entrábamos por la herida sangrante.

CM: Cuando decidimos trabajar en Nicaragua, lo tomamos casi como grupo de control. Nicaragua ya pasó por los procesos insurreccionales de los ochenta. Nicaragua es un país muy pobre, muy desigual. ¿Por qué en Nicaragua no ocurría lo mismo? Elegir entre fenómenos es un ejercicio de artificio. Es decir, la economía está vinculada con que el Cranky sea ubicado en el barrio 18, la desnutrición infantil tiene que ver mucho y mucho con que las cárceles de mi país estén saturadas. Creemos que todo tiene que ver con el punto del que partimos para contar el cuento. Nos parece que la violencia es uno de los flancos que más aflige nuestra cotidianidad, generando un mirador extraordinario para contar cosas. Dos ejemplos: el primero, que las deportaciones hayan permeado a los tres vecinos del norte y a Nicaragua no, habla del cuerpo que tenemos. Es decir, si comemos la misma comida y me enferma a mí, pero a ti no, no estamos hablando de la comida, sino de nosotros: explica cuáles son mis defensas. Otra, por ejemplo, nos metemos a nuestro sistema penitenciario. En El Salvador hay cabida para 8 mil seres humanos encarcelados, pero hay 26 mil viviendo como animales, padeciendo la brutalidad medieval de quien cree que quien está intramuros ya no es persona. Eso explica cómo hemos concebido el Estado y la forma en la que hemos entendido cómo hay que arreglar nuestros problemas. Si en lugar de arreglar las cosas, te embodego, entonces no necesito saber quién sos, qué edad tenés, si tenés hijos, educación, cuál era tu condición económica, por qué delinquiste y a qué edad: necesito simple y llanamente que estés detrás del pinche muro. Por eso es que creemos que esos miradores no hablan solo de la cárcel, no hablan solo de la pandilla, hablan de esta gente que está ahora mismo sentada en esta librería.

Hablas de cómo nos afecta a cada quien la comida. Tregua en El Salvador y en Honduras, y el ministro de Gobernación, Mauricio López Bonilla, les dijo a ustedes hace tiempo que aquí no tendría sentido.

CM: El fenómeno pandilleril en Guatemala es muy focalizado. En El Salvador o en Honduras son totalizantes: no encontrás una comunidad en la que no haya presencia real, en vez de simplemente dos niños haciendo los cuernos con las manos. En Guatemala la aportación criminal de las pandillas no es tan determinante. Y por otro lado, encontramos otras particularidades. MS y 18 refundaron su odio en Guatemala en 2005, luego de que se rompiera un pacto, que traicionó la Mara Salvatrucha en varios penales simultáneamente. En Guatemala los líderes de la pandilla no son gente que viene con la filosofía pandilleril de Los Ángeles, no existe ningún líder, al menos que haya entrado en nuestro radar, que se haya iniciado en EE.UU, y son muy jóvenes y mucho más violentos y menos estrategas. En El Salvador, rondan los cuarenta y a veces pasan los cincuenta años. Las características para que ocurra una tregua de esta naturaleza (líderes con alguna conciencia política de la violencia, autoridades en extremo preocupadas o desesperadas por corregir el problema, una sociedad con ese nivel de conciencia nacional del asunto) no están presentes, y en cualquier caso creo que las repercusiones serían notoriamente menores. En cuanto a Honduras, su problema es que el principal grupo criminal es la policía, y por lo tanto la incidencia de las pandillas no es tampoco tan totalizante. No creo que la tregua vaya a ocurrir en Guatemala, o que tenga sentido que ocurra.

Una vez le oí a José Luis que ahora saben muchas cosas que antes no sabían. ¿Qué saben ahora que antes no supieran?

JLS: Somos mucho más conscientes de lo complejo de cada uno de los temas que tratamos. Sabemos que nos hemos contado a nosotros mismos sobre la base de mitos y podemos señalar algunos de ellos: el de la trasnacionalidad de las pandillas, por ejemplo. Sabemos que la relación entre la Mara Salvatrucha en Guatemala y la misma en El Salvador o la 18 en Guatemala y en El Salvador o en Honduras no es la que el imaginario que construimos los periodistas sugería, la de la trasnacional con una estrategia conjunta y coordinada. Sabemos que “pandillero” no es una palabra que sirva para definir a cualquier pandillero, porque dentro de la pandilla hay un abanico de realidades. Sabemos que el hecho de que una clica o una célula de la pandilla opere de cierta manera no quiere decir que  toda la clica o la pandilla entera haga eso.  Sabemos que las cárceles no sirven  para nada tal y como están. Un académico de Stanford verbalizó hace poco algunas de las ideas que nos rebotaban en la cabeza desde hacía tiempo: Hay un punto en el que encarcelar a la gente ya no sirve para nada como política de seguridad. Es más fortalece estructuras de las cárceles hacia afuera, hace imposible cualquier proceso de rehabilitación, machaca las familias, etcétera. ¿Qué sabemos? Sabemos un montón de las mentiras en las cuales se basaba antes nuestro trabajo.

No sé si son lectores reales o enemigos encubiertos, pero una de las críticas más frecuentes en la página de El Faro es que los periodistas de Sala Negra padecen una especie de “síndrome de Estocolmo” con sus fuentes, a menudo descuartizadores, secuestradores, violadores. Es algo que les preocupa, porque Carlos, al final de El foro de El Faro de este año, le preguntó al periodista Seymour Hersh cómo resolvía ese dilema, y el trato con las víctimas y los victimarios, que muchas veces son las mismas personas. Hersh, que dio un gran rodeo y terminó por no contestarle, en privado le dijo algo.

CM: Tiene que ver con una preocupación que debe ser constante: qué soy y cuál es mi papel. E implica tener muy claro que soy periodista, no policía ni juez ni sacerdote. Desde luego esto último no. Tiene que ver por ejemplo con esto: a la hora de intentar comprender el desarrollo de ambas federaciones pandilleras en Guatemala mi trabajo me obliga a tener relación de proximidad con gente que está en la pandilla o próxima a ella. Mi trabajo es lograr que me explique cosas que me permitan entender otras que me ayuden a explicar otras. Creo que ese debe ser el único afán de un periodista en ese tipo de búsquedas, aunque sea inevitable tomar partido con ciertas cosas. Es cierto que los lectores nos han dicho: “¿Por qué nos hacen perder el tiempo leyendo sobre los malos, si ya sabemos todo lo que hay que saber sobre ellos: que son malos? ¿Por qué tanta narración sobre pandilleros? Vas a terminar convirtiéndolos en héroes.” O cuando narramos las condiciones infrahumanas de los prisioneros en América Central, nos dicen: “¿pero, por qué ponés el ojo en estos cabrones que tanto daño nos han hecho? Que vivan y mueran como perros”. Es imposible observar las condiciones de abandono y soledad de Pavón y salir de allí sin estar tocado, sin decir que eso es injusto. Si decir eso es síndrome de Estocolmo, si entrar a un penal y ver cómo un hombre se pudre en vida lleno de hongos con tres meses de espera para la enfermería, lo es, pues entonces sí. No creo que sea un discurso agradable para la mayoría de nuestros lectores, acostumbrados a thrillers e historias de cowboys con buenos y malos tan fáciles de identificar. El traslape entre víctimas y victimarios incomoda, pero mi trabajo no es complacer al lector sino incomodarlo.

JLS: Nos criticaban mucho diciendo que en nuestros relatos convertíamos a los pandilleros en seres fascinantes. Claro. Cuando te sientas enfrente del viejo Lin, vocero ahora mismo de una parte de la pandilla 18 en El Salvador, y le dices que lideró el barrio y que el pacto se rompió por sus decisiones, él responde: “Es que usted no entiende cómo funciona el barrio”. Y te dice: “Es que nosotros nos regimos con un sistema de centralismo democrático”. ¿Ves? Es que es fascinante. Somos nosotros los que no queremos entender que los líderes de las pandillas tienen un liderazgo real y que no lo basan únicamente en el miedo. Te puede ofender que el texto te eche a la cara una fascinación que no quieres sentir. Pero eso es lo que pasa en la calle: fascinan y seducen a un montón de gente, y no con mentiras.

Alberto Salcedo Ramos, un periodista colombiano muy reputado, dijo en una entrevista reciente: “Creo que la crónica sobrevivirá si amplía su rango de temas y se atreve a contar historias del poder. Es necesario explorar las nuevas realidades de nuestros países: las crisis económicas, los estragos ocasionados por la minería, los intereses de las multinacionales, y no quedarse en el eterno relato del personaje pintoresco”. Sabemos que El Faro y Sala Negra no se quedan en eso, pero ¿aspira por así decirlo a contar el poder desde su centro y no desde la marginalidad?

CM: Creo que lo estamos haciendo, o al menos eso me gustaría pensar. El poder no es solo concebido constitucionalmente o a través de ciertas normativas. El poder se sabe que lo tienes cuando podés ejercerlo. Cuando yo digo por ejemplo: “Si entrás después de las seis de la tarde a mi comunidad te vamos a cobrar tal impuesto”, no necesito que un conjunto de diputados me haya otorgado ese poder para poder ejercerlo, no necesito la legitimidad que derive del sufragio, por ejemplo, tengo el poder y lo ejerzo. Ahora desde luego la cobertura de estas organizaciones criminales que detentan poder de facto te lleva tarde o temprano a confrontarte con quienes tienen el legal. Y a confrontarlos en términos de políticas públicas en el combate o relación con esta organización. A nosotros nos parece, y no digo que sea la única forma ni tampoco la mejor, que esa es la dirección que debe tener la investigación del poder. Llegar al parlamento, o llegar a la casa presidencial o al despacho del alcalde, lleno de calle, lleno de barrio, lleno de gente.

JLS: Aunque sin dogmas, porque es parte del debate que siempre tenemos. Roberto Valencia, uno de los compañeros, a Carlos y a mí nos interpela constantemente diciendo que incluso la pandilla la hemos cubierto a partir del poder, desde los despachos, que son las cárceles. Es cierto, pero eso nos ha permitido llegar a la calle comprendiendo la estructura. Es decir, estoy de acuerdo con la esencia de lo que dice Carlos pero creo hay una trampa en todo eso, si hay que hacer crónicas sobre lo anecdótico o no: ¡yo quiero vivir en un país en el que haya revistas con crónicas sobre lo anecdótico, por favor! Yo necesito un país así. Yo opto por priorizar otras cosas, pero esa soberbia de decirles a los demás el periodismo que tienen que hacer tampoco me gusta. La sociedad es toda y hay que contarla toda. Renunciar a lo demás es negarnos la belleza. Decidir que cierto periodismo es superfluo (ojo, distinguiendo allí el que está bien hecho y el que está mal hecho)…

Ustedes dicen que siempre van detrás de los temas que pretenden hacer. ¿El déficit es  grande?

JLS: Es enorme. Si hablamos de violencia, por ejemplo, no queríamos especializarnos en contar historias sobre pandillas. No queríamos que fuera un tema que opacara a los demás, pero descubrimos que era un tema tan complejo que nos exigía una especialización grande. Esto nos obliga a dejar bastante de lado. Tenemos muchas historias pendientes respecto a los temas carcelarios, en Guatemala, en Honduras y en El Salvador.

Seymour Hersh definió el periodismo como un animal rabioso, y Carlos lo recogió en su Facebook casi como un credo. ¿Qué implica esa idea?

CM: Nada se parece menos a la objetividad que un perro rabioso. Uno de estos relatos, en el libro, cuenta como abusaron de una muchacha varios pandilleros, sin que nadie ni nada hiciera algo para evitaran. Si esto no te jode, si no te mueve el dolor de otro, el periodismo va perdiendo el sentido porque se convierte en poco más que un conjunto de normas. El perro rabioso del periodismo va más allá de buscar la objetividad, va en busca de cubrir necesidades. El periodismo tiene que ofrecer respuestas, pero es imposible conseguir una explicación buena a algo que te valga madres. ¿MS13 es lo mismo en Guatemala que en el Salvador?, ¿cuál es la diferencia?, ¿Cómo llegaron acá?, ¿por qué se extendió ese fenómeno tan furioso como no se ha extendido ningún otro fenómeno en la región? Ni siquiera en la época de la Guerra Fría el fervor revolucionario permeó nuestro países de esa manera. ¿Por qué? ¿Por qué ese niño de 12 años es capaz de quitarle el rostro a otra persona que no conoce?, ¿por qué las pandillas han mutado de manera tan eficiente en nuestros países luego de ser deportadas de Los Ángeles? Si te valen madre esas respuestas, no te aproximes a esa búsqueda. Es como si ahora mismo me obligaran a hacer un especial sobre Shakira. No es que no me importe Shakira. Es que, no me muero por entenderlo. Cuando el maestro Seymour hacía esta afirmación se nos pusieron los pelos de punta: estas cosas sirven para calibrar tu brújula. Para saber si vas bien o vas mal. Sala Negra deriva de la suma de necesidades vitales de un conjunto de reporteros por obtener respuestas complejas. Hay un cuento muy importante: normalmente nos imaginamos a los narcotraficantes como gente mala, organismos terribles, mafiosos. Mi hermano descubrió en la costa atlántica nicaragüense una comunidad cuya economía está cimentada en el tráfico de cocaína. Eso da la vuelta a las concepciones que tenemos sobre el tráfico. Si no te importa darle explicación a lo que pasa cuando se trafica cocaína de sur a norte, te quedas con lo que hay. Te quedas con lo que dice el mainstream. Con lo que dicen los periódicos: “Ayer incautaron tres kilos de cocaína a dos campesinos colombianos que se dirigían por rumbo desconocido…” y punto. Hasta que no se te va la vida, hasta que no podés dormir hasta que te explicas qué pasa con esas comunidades a las que les altera completamente la vida el paso del narcótico, hasta entonces, el periodismo no tiene ningún sentido. Al primero al que hay que ofrecerle respuestas es a uno mismo.

En lo que hacen hay dos búsquedas: la de entender sus temas de otra forma y darles respuestas nuevas, y tambiénla de comprender el periodismo de otra manera. Ambas se reflejan en los textos, que arrojan lo que ustedes descubrieron pero también referencias irónicas a ciertas tradiciones o inercias del oficio. Recuerdo una de Roberto Valencia que dice, en medio de una historia narrada con mucha soltura, que hay quien no concibe el periodismo sin un buen vómito de números, y suelta de repente la ristra de cifras, como diciendo, lo querían, aquí lo tienen, ahora déjenme volver a lo mío.

JLS: Hay constantes referencias al periodismo que se hace o que se hacía. En El Barrio roto, aludimos a titulares de los días en que sucedió algo, a qué papel o dimensión le dio el periodismo, pero es un reconocer que nosotros mismos en ese momento le dábamos esa dimensión, no nosotros como periodistas sino desde la sociedad. Es una reflexión que apunta a que no estábamos mirando adonde debíamos, a que no nos estábamos haciendo las preguntas correctas.

Si ustedes quisieran incidir en el Gobierno o en el Congreso no escribirían letanías de 20 páginas, o 30 o 40 que no lee nadie ahí adentro, sino informes ejecutivos. Entonces ¿por qué escogen la crónica?, ¿a quién le hablan?

JLS: Porque es el género que mejor refleja nuestro proceso personal, nuestra búsqueda y que nos da mayor libertad para otorgarle a cada pieza la forma que necesita, la voz y la intensidad. El tema de la incidencia es algo que nos ha tenido discutiendo. Venimos de una experiencia previa más sencilla desde ese punto de vista: En el camino. El trabajo de Óscar, Edu y Marcela sobre migración centroamericana generó un impacto en Centro América y un gran debate en México casi inmediato en el momento que se llega a asentar el trabajo acumulado de año y medio. Sala Negra, después del primer año, nos dejó con esa sensación de vacío porque no veíamos esa reacción.  Probablemente porque el trabajo fue mucho más difícil de lo que esperábamos; pensábamos que íbamos a lograr explicar más cosas desde el principio. Pensamos que este equipo debería trabajar con este formato por dos años pero vamos ya por el tercero y creo que vamos a necesitar dos más. En ese sentido la incidencia, tal y como la imaginábamos, no sucedió en ese primer instante. Ahora lo que queremos es que nadie pueda decir que no sabe; que si alguien sigue aceptando las mismas respuestas de siempre, que no pueda decir que no lo sabe.  Por otro lado, aunque parezca indirecto, nuestra lógica de trabajo para algo sirve, nos permite hacer preguntas de las que antes no éramos capaces. Si Sala Negra no hubiera comenzado a trabajar en 2011, en 2012 El Faro no hubiera sido capaz de desnudar la negociación entre el Estado y las pandillas. Nuestra capacidad para interrogarnos a nosotros mismos y al Estado no hubiese sido la misma que tenemos hasta ahora.

CM: Tenés que creer que saber es diferente a no saber y explicar es distinto a no explicar. Y levantarte todos los días conformándote con eso. Punto. Y dos: ¿Por qué hacerlo largo y en formato de crónica? Uno, porque Magaly, la chica a la que violaron de forma tumultuaria en el primer relato de este libro, puede al final ser solo eso: Magaly, la chica a la que violaron. Pero Magaly tenía un color de piel, y miraba de una forma, y se enamoraba de otra, y tenía ciertas aspiraciones y tenía miedo a unas cosas y a otras no. A su madre la respetaba de una manera y la temía de otra; y cuando contó esto tenía un jeans que tenían una marca y unos tenis que había elegido libremente. No es solo una víctima plana, eso no es cierto. O Demente, uno de nuestros informantes sobre el tema de la pandilla, no solo es un pandillero. Demente tenía una hija a la que amaba, por la que se salió de la pandilla y por la que luego lo mataron a él, a su esposa y a su hija, y que tenía un camión en el que vendía fruta que recorre la costa pacífica de mi país, intentando ganar ocho dólares diarios, partiéndose el lomo, cuando hubiera podido extorsionar sacándose al menos el triple. No es solo un pandillero, no me alcanza la palabra “pandillero” para decir Demente, o para decir Magaly, “la violada”. No explico nada. Te dejo igual. Mi trabajo no sirve. Soy un inútil. Lo que necesito es que veás a los ojos a esa chica que yo vi, necesito que escuchés la historia de ese tipo que era alto, que olía de una forma, que siempre que se sentaba iba peinado, que le daba miedo pedir cafés, probablemente porque no sabía leer el nombre de ese café en ese menú. A ese tipo que aunque hacía calor llevaba manga larga porque estaba tatuado. Y si se borra el tatuaje, que es una marca indeleble para el barrio, te van a matar. Es demasiado espesa una persona para decirla en una frase. Me hacen falta tres páginas para empezar a aclarar la garganta y explicar al tipo que yo vi y existe. De manera que escribir largo viene de la necesidad de “¡Puta, no me alcanza este espacio para contar lo que vi!”.

JLS: Tratamos de utilizar todas las herramientas que nos ofrece el periodismo, todos los géneros, aunque los otros nos ofrezcan explicaciones más coyunturales, más que en contarte el país. La crónica nos permite llenar de personas, llenar de país, llenar de Centroamérica, los sucesos.

CM: El periodismo no puede circunscribirse a un género. A mí no me gusta la pose esta que ocurre mucho en los círculos de mi profesión de “y ¿vos qué sos? Yo soy cronista”. ¡Puta!, y eso ¿qué es? Yo soy periodista y yo ocupo distintos géneros para hacer mi trabajo. Hago notas, reportajes, entrevistas y, a veces, cuando tengo tiempo y así lo demanda la realidad de la que quiero dar cuenta, escribo un cuento, un cuento que es verdad, una crónica. Sala Negra no se define por el uso de un género, sino por un afán: me muero por entender y por explicar. Me muero porque se me quiebren los paradigmas antes de poder quebrarte los tuyos.

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