Una vecina, famosa por su mal carácter y su gran tamaño, se aproximó en su bicicleta a la garita. «Si ella monta bicicleta, yo también podría hacerlo», pensé. Ella intentaba egresar de la colonia por la puerta peatonal, pero era tan gruesa que no logró salir.
—Vos, patojo —le gritó la vecina al guardia—, haceme el favor de levantarme la pluma, que quiero salir.
—No se puede, seño. Acá es solo para ingresar. Tiene que dar la vuelta hasta la salida.
—Pues mirá. No sé si sab...
Una vecina, famosa por su mal carácter y su gran tamaño, se aproximó en su bicicleta a la garita. «Si ella monta bicicleta, yo también podría hacerlo», pensé. Ella intentaba egresar de la colonia por la puerta peatonal, pero era tan gruesa que no logró salir.
—Vos, patojo —le gritó la vecina al guardia—, haceme el favor de levantarme la pluma, que quiero salir.
—No se puede, seño. Acá es solo para ingresar. Tiene que dar la vuelta hasta la salida.
—Pues mirá. No sé si sabés quién soy, pero aquí la que paga el mantenimiento y cubre tu salario soy yo. Entonces, me hacés el favor de levantar la pluma.
—Orden es orden, seño. Tiene que dar la vuelta. Este es el ingreso.
—No te lo vuelvo a repetir. Dejame pasar o mañana me encargo de que te despidan.
—Mire, seño. Yo solo recibo órdenes. Si quiere, la ayudo a salir por la puerta peatonal, pero no puedo hacer lo que usted pide.
—¡Ah, la gran puta! Te dije que me abrás. Acaso no entendés que aquí la que te da de hartar soy yo. Pero qué puedo esperar si solo sos un indio relamido y por eso estamos como estamos.
La mujer montó en furia, saltó de su bicicleta y de un solo cuentazo sometió al joven, quien desapareció debajo de su tremendo cuerpo. Alaridos, golpes, el guardia prensado sobre el asfalto y una cámara —la mía— grabando el momento.
Para ese entonces, las redes sociales estaban en pañales. Solo existían Hotmail, High5, ICQ y uno que otro espacio más de interacción. Materializar este tipo de denuncia implicaba un reto: conectar la cámara a la computadora, trasladar el video al disco duro, copiar el archivo a un CD, empacarlo dentro de un sobre y rezar por que el presidente de la junta directiva de la colonia estuviese lo suficientemente actualizado, además de interesado en ver un archivo de origen anónimo con tan grotesco y común incidente.
Esto sucedió hace muchos años. Todavía lo recuerdo y estoy casi segura de que en algún lugar tengo ese video reposando. Sin embargo, si esto hubiera sucedido hoy, la historia y los resultados serían otros. Por lo menos alguna vergüenza pública habría sufrido la vecina.
No es hasta ahora, después del 25 de abril, cuando las redes sociales se han convertido en nuestra plaza virtual. Pero antes de eso yo tenía poco valor de reclamar aquello que a leguas era incorrecto. Por el qué dirán o por vergüenza, qué sé yo. Pero lo cierto es que, después de escuchar tanta mierda, la vergüenza se la dejo a la pandilla de ladrones que dicen gobernarnos, y el qué dirán, a quien lo quiera. Mientras tanto, en esta plaza, la mía y la de miles de guatemaltecos más, no se discrimina, no se denigra y mucho menos se oprime. Porque aquí no importa quién sea el vecino. Esa cámara continuará encendida y, en lo que llega el próximo sábado —o los sábados que sean necesarios—, seguiremos amaneciendo en esta plaza virtual. #JusticiaYa.
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