El extranjero
De pie en una esquina del Congreso veía con cierta distancia la parafernalia nacionalista de un grupo disciplinado, valeroso y altivo que arengaba al diputado Galdámez y acusaba de guerrillero resentido al diputado Pop.
«Usted no es de Guatemala, ¿verdad? Quiero ver su DPI», me dijo una rubia activista del inmovilismo político que se me acercó y me acusó de extranjero. Me quedé perplejo. Yo me había sentido extranjero en Guatemala visitando pequeñas comunidades q’eqchi’ o k’iche’, pero nunca en la novena avenida de la ciudad de Guatemala. No le contesté nada. Esto le molestó más y me inquirió con más vehemencia sobre mi nombre, mi nacionalidad, mi profesión y mis sentimientos hacia su Guatemala. Otra mujer me tomaba fotos y movía la cabeza en señal de desaprobación.
Batiendo banderas, por tercera vez cantaron solemnes el himno nacional de Guatemala (léase, con voz de locutor de actividad presidencial).
Mi, mío, me, nuestro
Mi Constitución, mi himno, mi bandera. Nuestra Corte Suprema de Justicia, nuestra independencia, nuestro orden, nuestra gente, nuestros indígenas. Yo sí quiero a mi país. Este país me pertenece.
Tras la retórica nacionalista se esconde un sentido de propiedad exclusiva sobre la organización social de este país. Sabemos que las reformas constitucionales al sector justica tratan de independizar un Organismo Judicial alimentado mediante un cordón umbilical con los intereses predominantes de los grupos tradicionales o emergentes de poder que inciden en las comisiones de postulación.
Por la confluencia de factores externos al sector justicia están procesados políticos, empresarios, profesionales, funcionarios medios en casos emblemáticos. Lo que trata la reforma es de que, al haber jueces independientes, un caso como La Línea sea la excepción, no la regla. Y eso es una amenaza directa a sus intereses.
Las camisas blancas o negras según el día son representantes combativos de estas élites de poder, que no pueden permitir la democratización e independencia del sistema y que llegan a vitorear a diputados corruptos.
Estoy convencido de que ellos no representan ni a los empresarios ni a los agricultores ni a los profesionales de Guatemala. En las cámaras empresariales, en los colegios profesionales, entre los jueces hay voces muy fuertes que creen en el cambio.
El extranjero en su Congreso
Sí, ellos son la Guatemala Inmortal. Ven la reforma como un robo de modelo. Guatemala es su propiedad privada. Por eso anteponen los pronombres personales posesivos. A ellos les pertenece.
Los demás somos extranjeros y no tenemos derecho a cuestionar o contestarle al patrón. «¿Qué me está viendo, muchachita insolente?», le dice la rubia a una compañera reformista. Esta reacción amenazante y retadora denota miedo y furia.
No entienden que un profesional clasemediero con traje azul y corbata rosada (pink left) quiera cambios sociales. Tengo que ser extranjero. Para ellos, la clase media graníticamente debe estar con ellos. Si «nos dan de comer», no podemos ser desagradecidos.
Camino por la novena con cuatro amigos. Pasan a nuestro lado varias camionetas oscuras. Las señoras pasean por su país.
Tengo ganas de un «mi» pepián, digo. Yo, de una «mi» cervecita, dice otro. Vamos al mercado, pues.
Más de este autor