¿Qué hay para destacar en este proceso electoral que sea importante en el análisis de los sistemas políticos y electorales? Me parece que, concretamente, tres cosas. Y estos tres puntos, en vista de que esta no es una cátedra de ciencia política pura, habrá que abordarlos sin agotar con el dato técnico. Por ende, es posible que haga algunas generalizaciones.
A ver. Primer punto. Un índice de participación ciudadana que no es nada envidiable. Es inferior al 45% del universo completo de ciudadanos habilitados para votar. Esa participación electoral, desglosada en lo que cada partido ha obtenido, le otorgó al PRI una victoria electoral con apenas un 30% del universo de votos emitidos válidos. Surge entonces un problema que apunta hacia la legitimidad que hoy tiene el partido que representa al presidente Peña. Lo anterior es una expresión moral ciudadana que permite lanzar hacia afuera un sentimiento de desprecio hacia la clase política de turno. El PRI gana, pero no gana bien. Y para un partido que no está acostumbrado a gobernar sin la cámara soviética (asamblea de un solo color), lo anterior es grave.
El problema es que dicho mensaje de desprecio, al no castigar directamente a los partidos involucrados, le sirve solo de catarsis al elector.
Segunda cuestión. Gracias a las reformas electorales que se realizaron luego de los altísimos índices de abstencionismo obtenidos en la elección intermedia del 2009 (renovación del Legislativo), se abrió la cancha para el surgimiento de candidaturas independientes. Algunas candidaturas son outsiders muy claros. Aquí lo destacado es la victoria del candidato independiente a la gubernatura del estado de Nuevo León. ¿Por qué es importante mencionar esto? Porque Nuevo León es el estado donde tradicionalmente se asienta el poder económico en México. Esta candidatura independiente, apoyada por el voto joven, les gana ampliamente a los tres partidos tradicionales. Aquí, a diferencia de la sanción moral, sí hay un castigo efectivo a los partidos políticos de siempre. Porque se les ha arrebatado el poder de la capital financiera del país. ¿Propicia esto la posibilidad de un candidato independiente outsider para las elecciones presidenciales del 2018? Es algo que ya se puede poner en la mesa. Y los partidos tradicionales ahora lo entienden.
Tercero. El diagnóstico respecto a la conformación del Congreso federal. En la siguiente asamblea legislativa, el PRI de Peña tendrá la segunda bancada más baja de diputados en su historia reciente. El Partido Verde, con 48 escaños (proyectados con tan solo el 50% de las casillas computadas al momento de escribir este artículo), es aún la bisagra para gobernar. Si el PRI y los verdes, aunque partidos diferentes en papel, votan de forma uniforme (son lo mismo), entonces la realidad es la siguiente: a) el PAN es la primera fuerza de oposición y b) Morena desplaza al PRD y obtiene 40 escaños, con lo cual se crea de facto la tercera fuerza de oposición en el Congreso federal. Hablamos, pues, de un movimiento que nació en la calle, pero que se institucionalizó.
¿Qué es lo formidable de Morena?
Lo he repetido hasta el hartazgo. Pragmatismo político para legitimar agendas, definir liderazgos, organizar cuadros y participar. Su capacidad de reconocer la transitividad de la calle al sistema. La calle solo gobierna cuando entrar al sistema es condición sine qua non. Y eso lo entendió AMLO cuando tuvo que dejar la plaza en el 2006. Pero yo quiero destacar no solo la entrada al sistema, sino la forma como Morena entra al sistema: a) compite con las reglas del juego dadas; y esto no es poca cosa considerando los recurrentes casos en que las propuestas de la izquierda tradicional y las izquierdas progresistas solicitan modificar el set de reglas antes de participar (en mi opinión, jugar con las reglas dadas del sistema le da al proyecto de Morena un carácter de legitimidad y moderación); y b), por si esto fuera poco, Morena no tiene sanciones electorales como otros partidos. En todo lo anterior, Morena y Podemos —si bien estructuras diferentes— son similares en su vocación de legitimar los mecanismos del sistema.
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Y por último —aquí lo más importante—, obtiene un fantástico resultado en el uso del financiamiento público limitado y del financiamiento privado también limitado. Recordemos que los partidos recién inscritos no contemplan asignaciones considerables del erario para su campaña. Pese a ello, Morena obtiene 40 escaños en el Congreso federal. Si contrastamos este resultado con los 48 del Partido Verde (PVEM), que sirve al PRI de bisagra, esos 48 escaños son resultado de una campaña millonaria de fondos ilegítimos que incluso se usaron para pagar en nómina mensajes en redes sociales de actores, actrices y personajes públicos a favor del PVEM durante el día de la elección. Encima de todo, hay que recordar las multas de campaña que este partido recibe durante el proceso electoral.
Con todo y desventaja en lo financiero, Morena gana. Porque su mensaje es legítimo —nacido del asco hacia los abusos del sistema—, pero materializado en una propuesta concreta. Morena gana. Sin romper la ley o solicitar cambios de reglas para competir. Eso es pragmatismo político y visión de estadista. El ganador de la elección es un Andrés Manuel López Obrador mucho más maduro, que puede llevar su agenda de la plaza al sistema metiéndose como piedra en el zapato del régimen.
México tiene muchos problemas: los 43 estudiantes desaparecidos, los más de 1 000 desaparecidos en Sinaloa, los 70 000 desaparecidos desde el 2006, la impunidad, etc. Pero un paso vital para resolverlos es no olvidar que todos todos los contextos sociales que muestran síntomas de desencanto con la política tradicional perciben tarde o temprano que el fervor que guía las marchas comienza a declinar. Vale estar preparado para dar el siguiente paso.
Y aquí es donde refiero la coyuntura a Guatemala. O la indignación que ahora se expresa en la Plaza de la Constitución se encuadra en la conformación de un frente amplio con candidaturas indignadas usando un partido de cartón, o comenzarán a aparecer candidatos outsiders ligados a contextos ideológicos específicos que roben posibles votos indignados y, de ese modo, fragmenten el movimiento ciudadano.
Morena y Podemos nos han dado una lección ya.
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