No argumentaré en contra de esta frase por estar de acuerdo con ella, pero voy a decir que para mí fue mucho más revelador conocer la argumentación de la autora en torno al tema de la política.
Por mucho tiempo, el feminismo ha argumentado que lo personal –lo privado– debe ser político: es decir debe ser planteado en la palestra de lo público, para luchar en contra de las injusticias que se cometen en el ámbito privado. Por ello, se abren los debates sobre la violencia intrafamiliar (rompiendo con la noción tradicional sobre “los trapos sucios se lavan en casa”), del femicidio (“hasta que la muerte –de ella– los separe”) y otros tabúes de la sociedad que han logrado transgredir la secretividad en la que transcurre la vida de muchas mujeres. Por supuesto, que muchas temáticas no son abordadas aún, pero ese es tema de otra columna.
En un libro reciente (“Simone de Beauvior’s political thinking”, Marso L. y Moynagh P. (eds.) 2006), se plantea la idea de que para ella el reconocimiento de lo personal como político, iba mucho más allá de lo que sucedía en el ámbito privado. Para mi sorpresa, el cariz que este libro pone sobre la mesa sobre lo personal como político es completamente distinto. Lo personal es aquello que nos incumbe, aquello que pasa a nuestro alrededor y que nos duele, nos indigna… eso es lo personal, eso es lo político. Y por ello, como opción personal entre ese gran mar de realidades que nos presenta Guatemala, es que me he orientado a investigar y trabajar a favor de las y los migrantes.
Y por aquí quisiera empezar: por decir que las migraciones son dinámicas humanas y no fenómenos sociales. No son fenómenos sociales en el sentido de que la migración es más la regla que la excepción (y por migración no digo internacional necesariamente); la gente se mueve… punto.
No nos engañemos, movimientos migratorios ha habido –y habrá– siempre. Lo complejo y paradójico de esta época globalizadora, es que los bienes y los servicios tienen más movilidad que las personas mismas, y que los primeros pueden transitar por las rutas oficiales y públicas, y las personas pasan ríos y veredas, esquivan balas y funcionarios corruptos, con tal de no ser detenidos, encerrados y deportados.
La vulnerabilidad de la migración puede verse en casi todos los aspectos. Son vulnerables aquellas personas que migran con documentos y permisos laborales, y son altamente calificados. ¿Por qué? Porque a pesar de algunos puestos bien calificados, existe discriminación y algunas veces xenofobia en las sociedades receptoras en general (ya lo decía por ejemplo Alex Sequén en su libro sobre racismo en España, su país de residencia actual).
Si partimos de esa premisa, podemos imaginarnos que aquellos migrantes que lo hacen sin documentos de identificación, ni autorizaciones para transitar o laborar, sin conocimiento del idioma o sin más educación formal que el sexto primaria (42% de los hombres y 36% de las mujeres jóvenes migrantes entre 15 y 24 años según el Informe de Desarrollo Humano 2012 cuentan únicamente con educación primaria), sufren infinidad de veces más. En nuestro país esa es la regla, y no la excepción.
Las personas que migran en las dinámicas sur–sur o sur–norte, usualmente lo hacen forzadamente, porque no ven otra opción a la de migrar. Para nadie es fácil endeudarse, despedirse y arrancarse de sus raíces con la promesa de un tal vez.
En esta época, los motores de la migración –diferente a lo que fue en los años setenta y ochenta por ejemplo– son económicos. La mayoría de quienes migran lo hacen por la búsqueda de mejores oportunidades de vida. En muchos casos la migración ha sido identificada como la única estrategia de sobrevivencia para familias pobres, que se endeudan más para apostar por “una” sola persona que envíe remesas y con ello incremente sus niveles de ingreso. Sin embargo, esa única persona puede perderlo todo a manos de las redes del crimen organizado, de la delincuencia común, o las instancias migratorias de deportación que así sin más cortan los sueños de quienes ni siquiera llegan más allá de la frontera.
* Claudia López es politóloga de la Universidad Rafael Landívar, con un postgrado en estudios de Género y Feminismo de FLACSO Guatemala y una Maestría en Desarrollo y Gobernabilidad por la Universidad de Amberes, Bélgica.
Ha hecho investigación y docencia, trabajando entre otras instituciones en FLACSO, en el Informe de Desarrollo Humano del PNUD, en OIM y en la Universidad Rafael Landívar; donde actualmente es investigadora del INGEP en el Área de incidencia política/social sobre migraciones.
Más de este autor