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Las desapariciones tras la alerta Isabel-Claudina

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Las desapariciones tras la alerta Isabel-Claudina

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Con colaboración de: Emma Gómez
Historia completa Temas clave

Cuando una mujer desaparece, se activa la alerta Isabel-Claudina. Este mecanismo fue implementado por el Estado guatemalteco para la movilización inmediata que permitiera localizar a mujeres reportadas como desaparecidas. Las desapariciones pueden tener muchas causas, algunas mujeres son secuestradas e incluso asesinadas, otras intentan escapar de la violencia.

Ana Lucía tenía 18 años y hacía una vida normal donde la rutina diaria tenía un orden establecido, el mismo que siguió ese cuatro  de febrero: «Me conecté a clases virtuales, ya estábamos en pandemia. Almorcé después y arreglé mis cosas para ir al gimnasio. Pero tenía que pasar antes al banco y al supermercado por mis cosas personales».

Y así lo hizo, pasó por un retiro de efectivo y luego fue al supermercado. Todo en el área cercana a su casa. Entró al supermercado e hizo sus compras con normalidad, fue cuando salió al parqueo que comenzó a sentirse mal.

«Me sentí mareada y luego me desmayé. Ya no vi nada, estaba todo oscuro. Luego empecé a escuchar voces, voces de un hombre y una mujer discutiendo, así muy a lo lejos». Ana Lucía recuerda haber percibido el movimiento del vehículo por las luces de la calle. «Me agarraban de los brazos, de las piernas, ese movimiento de mi cuerpo sí lo sentí», cuenta.


Mientras estaba  inconsciente dentro de su propio vehículo, en su familia las cosas iban conforme a la rutina hasta que notaron que Ana Lucía no había vuelto.

«Me asusté mucho. No tiene uno la capacidad, verdad, como humano de medir esas situaciones. Lo único que se me ocurría era regresar de inmediato como pudiera e ir a poner la denuncia» comenta su mamá, Perla Cruz de Marroquín. 

El nombre de la alerta Isabel-Claudina viene de dos casos en los que una respuesta pronta y adecuada pudo hacer la diferencia: María Isabel Franco Véliz y Claudina Isabel Velásquez Paiz. Ambas fueron víctimas de violencia y halladas sin vida, a ambas les falló el Estado de Guatemala pues además no hubo acciones prontas para encontrarlas y existieron deficiencias en la investigación. Los casos escalaron hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh)  y a raíz de ello se creó el mecanismo que lleva sus nombres.


La alerta Isabel-Claudina fue aprobada por el Congreso de la República en 2016 y entró en vigencia en agosto de 2018. Las acciones de búsqueda involucran a varias instituciones e inician al recibir inmediatamente la denuncia de desaparición tras la cual se emite una alerta que incluye detalle de las características físicas y, preferiblemente, una fotografía. La búsqueda empieza y no debe detenerse hasta que sean localizadas.

De acuerdo con el Ministerio Público (MP), desde enero de 2023 hasta el 7 de marzo del mismo año, se activaron seis alertas Isabel-Claudina al día.  Desde el 1 de enero del 2018 al 8 de marzo del 2023 al menos 599 mujeres tienen alertas aún activas porque se desconoce su paradero.

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«Ser mujer en Guatemala es una actividad de alto riesgo»

Para Carolina Escobar, investigadora social, feminista y directora de la asociación La Alianza, la violencia tiene diferentes rostros, ha calado en nuestra sociedad y viene desde la guerra; donde a las mujeres, niños y niñas se les desaparecía, se les mataba.


Desde su análisis, las mujeres son víctimas de trata, del crimen organizado, y la violencia inicia desde entornos cercanos a la víctima. «Ser mujer en Guatemala es una actividad de alto riesgo, y tienen un mensaje simbólico muy fuerte, que todo este sistema de violencia es para silenciar, torturar, violentar, mutilar, desaparecer y asesinar», afirma.

Escobar refiere casos de alto impacto como las mujeres enterradas bajo una losa de cemento en la colonia Lomas de Santa Faz, zona 18. Cientos de mujeres ya no aparecen con vida, pero las que sí logran escapar de sus captores son juzgadas y fuertemente criticadas.

Hasta encontrar a Ana Lucía

El tiempo pasaba y Ana Lucía ya estaba lejos de su casa y su familia cuando despertó. No sabía dónde estaba, pero decidió caminar, moverse de donde fuera que estuviera.

«Desperté bien desubicada, pero todavía sin tener conciencia de lo que estaba pasando, como si estuviera en shock. Entonces caminé por la calle, miraba un montón de carros pasar, era de noche. Un picop se paró enfrente y las personas solo se bajaron para decirme: ‘Mire, ¿usted qué hace a estas horas de la noche caminando sola por este lugar?.’ Y como yo no supe responderles, ellos me sostuvieron y me subieron al picop», relata Ana Lucía.

En ese momento no tenía los medios emocionales o físicos para poner resistencia. El recorrido terminó en una casa de la que recuerda muchos detalles, como que el techo era de lámina, que desocuparon una cama para ella y que dos niños miraban La Era de Hielo en la televisión. «Son detalles que uno dice ‘pa’ qué’, pero sí recuerdo. Luego me acosté y me quedé profundamente dormida».

En la casa de Ana Lucía, nadie podía siquiera pensar en dormir. Ya habían contactado a sus amistades más cercanas, incluso habían llamado al gimnasio. Su papá la buscaba en las calles cercanas a su casa, pero Perla tenía la certeza de que debía activar una alerta Isabel-Claudina. Habló con su hija mayor para que la ayudara. «Yo creo que eso nos ayudó mucho. Nos ayudó a dar los datos de ella», dice Perla.

El MP asegura que las primeras horas de una desaparición son clave para proteger la integridad física y la vida de una mujer. Perla pensaba en esto y, al tener la imagen de la alerta, esta empezó a circular por redes sociales.

Ana Lucía es una joven con muchas amistades pues es activa en diferentes ámbitos, sobre todo en grupos juveniles dentro de la iglesia católica. Fueron estas personas las que se dedicaron a compartir la alerta. Perla dice haberse sentido impotente.

Dentro de su relato también comenta que investigadores del Ministerio Público (MP) llegaron a su casa para hacerle varias preguntas a ella y a su familia.

«Pues la rutina, qué es lo que hacía Anita. Quiénes son sus contactos, se les dio el teléfono para que del MP vieran», recuerda Perla.Preguntaron si Ana Lucía tenía novio o si hubo alguna discusión en casa aquel día, si Anita usaba drogas y el detalle de sus actividades. Les pidieron mantenerse al tanto del teléfono y además le pidieron a Perla que al siguiente día fuera a dejar una muestra de ADN.

A Perla esto la hizo pensar que debía estar abierta a las posibilidades que hay cuando una mujer desaparece. El desenlace en el que no tendría de vuelta a Ana Lucía en su casa, en el que no podría ser ella misma quién contara la historia.

«Uno no quiere ser negativo, pero no descartábamos nada. Y más yo cuando me dijo la señorita, ‘son de rutina, tiene que ir a presentar una prueba (muestra) de ADN’. Uno no quiere escuchar eso. Gracias a Dios no, ni siquiera llegué a hacerlo. Entonces ellos (investigadores del MP) estuvieron conmigo aquí hasta la una de la madrugada».

Mientras los investigadores del MP estaban en casa de Perla, recibió una llamada desde Guastatoya. Era un agente de la Policía Nacional Civil (PNC).  Habían encontrado el carro de Anita, pero a ella no.

Parte del forcejeo que recuerda Ana Lucía ocurrió cuando el carro dejó de funcionar. Mientras su familia estaba buscándola, activando la alerta Isabel-Claudina y contestando preguntas al MP, ella estaba dormida en una casa de personas desconocidas en Guastatoya. Cuando despertó volvió a ella la incertidumbre.


«Me desperté, me asusté y dije: ‘Pues qué hago aquí’. Me quedé así, como paralizada, al inicio, pero dije ‘no, tenés que reaccionar porque estás en un lugar desconocido’. Fue cuando  una señora se me acercó y me dijo: ‘Mire es que tal y tal cosa pasó ayer y por eso la trajimos’. Y yo, le dije de una vez: ‘Mejor lléveme con la policía porque ni siquiera sé dónde estoy’. Y ya la señora me ofreció comida, agua y yo dije que no porque estaba muy asustada».

Fue esta misma familia la que llevó a Ana Lucía hacía una estación de la PNC para que pudieran ayudarla. Hasta ese momento ella seguía sin saber en qué parte del país se encontraba. Al llegar, el agente que la atendió le explicó que la habían estado buscando porque habían encontrado su carro cerca.

Ana Lucía explicó al agente que se encontraba en la puerta que no sabía dónde estaba y que necesitaba llamar a sus papás. El policía le preguntó su nombre y al saberlo Ana Lucía recuerda que le respondió «Ay, usted es la señorita que hemos estado buscando toda la noche. Usted se encuentra en Guastatoya» Ella se sorprendió «Yo así como ‘¡a la gran, hasta aquí!’. Y, ¿cómo? Pues el policía se me quedó viendo con cara de: eso es lo que queremos saber también nosotros, ¿qué le pasó?»

Ana Lucía no dejaba de sorprenderse, aunque Guastatoya está a unos 50 kilómetros de la ciudad de Guatemala, los últimos momentos de su vida habían sido confusos y ni siquiera uniéndolos obtenía una respuesta que le hiciera sentido. Las preguntas continuaron, pero ahora venían como parte del procedimiento de la PNC. Aquí el ambiente se sentía tenso.

«Es muy incómodo», dice Ana Lucía. «Uno no entiende y está pasando, está en un lugar desconocido, con personas desconocidas». Aún así le seguían preguntando porque querían saber qué había pasado. «La que te hace todas esas preguntas, es como un poco más sensible que los que entran buscando siempre la razón y datos que les sirvan para una investigación. Entonces sí es muy tenso, muy frío, muy desesperanzador».

Algunas preguntas que le hicieron a Ana Lucía estaban dirigidas a saber si había sido violentada sexualmente. Las preguntas no eran explícitas, pero por lo que recuerda la hicieron sentir incómoda, no solo por el tema, sino porque la hicieron pensar en algo que hasta el momento no había considerado.

«La señorita me decía: ‘Uno conoce su cuerpo’. Y entonces ahí uno piensa: ‘¡Ah bueno, ya sé por dónde va la cosa!’. Y ahí es donde uno se pone a pensar. En mi caso yo no recuerdo tampoco lo que sentía en mi cuerpo. Pero siempre queda como esa espinita de quién sabe lo que haya podido pasar».


Ana Lucía estaba respondiendo preguntas de las que no tenía respuestas certeras pues acababa de vivir una situación que la tenía confundida. Antes de comenzar a responder, en la estación habían llamado a su familia.

En la casa de Ana Lucía seguía la incertidumbre hasta que a las seis  de la mañana entró otra llamada al teléfono de Perla. Cuando contestó, era de nuevo el agente de Guastatoya, tenían a Ana Lucía, podían ir por ella.

«Todo era un sentimiento de tranquilidad y de desahogo por completo de saber que mi hija estaba viva. Estaba viva, eso era todo», comenta Perla.

El recorrido desde la ciudad de Guatemala a Guastatoya es de aproximadamente hora y media. «Yo era un mar de lágrimas. Todo lo que me reservé, verdad. Toda esa noche yo… uno no duerme. Uno de papá no duerme, verdad. En el pensar. Pidiéndole a Dios que no la tocara nadie, que no le pasara nada a Ana Lucía».

De camino le contactaron desde el MP de nuevo, esta vez con una llamada telefónica. Perla sospecha que no había una comunicación muy clara entre el MP y la estación de Guastatoya.

«El que me estaba llevando el caso aquí en el Ministerio me dijo: ‘¿Mire, quién le dijo a usted que Ana Lucía está en Guastatoya?’ Como que no creía que la niña había aparecido, me dio esa sensación, percibí eso en él. ‘Pues el señor agente que estaba llevando el caso’, le digo yo ‘y le voy a transferir el número para que ustedes se comuniquen, ya vamos para allá.’ Porque yo lo que quería era verla. Eso era lo único que yo quería, ver a Ana Lucía».

A la estación de Guastatoya llegó toda la familia. Ana Lucía sintió alegría pero también inquietud. Sabía que se habían preocupado por ella y que querían comprender qué había pasado, algo que no podía responder. De vuelta a la ciudad de Guatemala se sentía cansada, además comenzó a sentir el dolor físico del forcejeo del día anterior. Recuerda también que tenía mucha hambre.

Lo que siguió en la familia de Ana Lucía fue una serie de cuidados para evitar que volviera a ocurrir. Parte de lo complejo de regresar al día a día fue enfrentarse a que muchas personas conocieron el caso. Personas que aunque no fueran cercanas a ella o su familia, la abordaban para hablar del tema.

«Me daba como incomodidad saber que tanta gente también se había enterado de la situación. Entonces gente que no conocía me preguntaba ‘¿Cómo estás?’ ‘¿Cómo está tu familia?’ Esas son cosas que yo no quisiera compartir con gente que ni siquiera conozco. Entonces es algo incómodo, pero también se entiende que quieren saber cómo pasó y cómo protegerse de esas situaciones».

Escapar de la violencia

En 2020, Verónica Vásquez tenía 37 años y había sufrido constantes abusos económicos, psicológicos y físicos. Decidió huir hacia otro departamento y esconderse de quienes le violentaron.

«Llegó un momento que ya no pude más. Los insultos, los golpes y la exigencia de dinero llegaron al límite y decidí escapar», cuenta Verónica, quien había llegado a normalizar la violencia que sufría.

Dos años después, sentada en un café de la zona 3 de Xela, dice que se siente recuperada de los traumas causados por la violencia que sufrió por años, como de las secuelas con las que tuvo que lidiar al escapar de sus abusadores.


Después de varios días escondida, Verónica notó que habían activado una alerta Isabel-Claudina para encontrarla. «Tenía miedo de salir de donde estaba, que los agentes de la policía se detuvieran o que me llevaran presa, es algo traumático porque no sabía qué hacer para desactivar la alerta».

«Tenía miedo, pero estaba decidida a ir al Ministerio Público», cuenta y lamenta: «Ellos no saben darle seguimiento, me mandaron de una oficina a otra».

A la incertidumbre de la huida, se sumaba la incertidumbre por desactivar la alerta. En su odisea en el MP, Verónica  recibió ayuda de otras mujeres que se encontraban en una situación similar a la suya. De ellas recibió orientación para desactivar la alerta y ubicarse en un lugar seguro donde los agresores no la encontraran, pero que su familia supiera que estaban bien.

Los insultos que se reciben cuando una mujer aparece con vida son soeces, denigrantes, inhumanos y estereotipados y afectan más a quienes de por sí ya están afectadas por la violencia. Verónica dice que recibió ataques muy fuertes principalmente en redes sociales. Para recuperarse de la violencia sufrida ha seguido un proceso de sanación y decenas de citas con psicólogos.


Para Carolina Escobar, la sociedad es muy violenta, principalmente en redes sociales. Las frases machistas contienen una condena social que es más fuerte en contra de las mujeres,  «pero se debe seguir hablando del tema», afirma.

A diferencia de Verónica, otras sobrevivientes prefieren mantener guardada su historia, por el miedo a las consecuencias en sus comunidades y familias.

«Soy todas ellas, las que huyen de la violencia, las que ya no regresaron, las que siguen escondidas. Pero yo tuve suerte, porque estoy viva y lo puedo contar. No me da miedo, ya no puedo estar callada ante las injusticias», dice Verónica Vásquez.

Continuar o no la denuncia

A Ana Lucía las autoridades le ofrecieron continuar las investigaciones pero ella  declinó. Le pareció tedioso el procedimiento, tratar de responder nuevamente preguntas de las que no conocía la respuesta o que le dejaban más dudas sobre lo que había pasado.

«Nos preguntaron, ‘miren, nosotros pues podemos abrir una investigación si usted quiere. Podemos pedir permisos para ver cámaras, pero necesitamos que usted esté presente en varias situaciones, en varios procesos», recuerda Ana Lucía.

Revivir la violencia provoca una victimización secundaria o revictimización que muchas mujeres prefieren evitar.


«¿Para qué?», dice Perla, «recuérdese también que la lograron sacar del supermercado sin que ni un policía se diera cuenta, sin que ninguno se metiera. Llevaban a una señorita dentro del carro y nadie se fijó. ¿Qué me iban a andar solucionando después?», dice. «Es un desgaste cuando uno está envuelto en una situación así y yo solo le di gracias a Dios que ella estuviera aquí conmigo que no le habían hecho absolutamente nada, que estaba bien».

Dos años han pasado desde el día en que a Ana Lucía la secuestraron. Cada vez le cuesta menos hablar del tema y piensa que cuando lo hace puede ayudar a otras mujeres, para evitar que les ocurra algo similar o a quienes hayan pasado por ello.

«Tengo la oportunidad de decir ‘el lado positivo es que estoy aquí todavía y si esta experiencia puede ayudar a alguien más, es bueno compartirla y ver una luz de esperanza. Igual ser siempre uno consciente de que si uno sale se va a exponer a múltiples peligros de los que uno debe estar muy pendiente y alerta, pero que tampoco eso defina tu día’», concluye.

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