Al principio noté una cierta calma. Los diputados comían Subway sentados en sus puestos, mientras otros, familiarmente, tenían una amena conversación de sobremesa y hacían corro alrededor del diputado más simpático o interesante. O del más prepotente o abusivo. Cada vez que veía a Javier Hernández, lo veía con esa risa violenta y agresiva de la foto de los periódicos, y Eva Monte, juntó a su mamá, se metía una papalina a la boca y se chupaba el resto de barbacoa de la fritura de sus dedos índice y pulgar. Su madre, Delia, la veía sonriente mientras comentaban algo, no sé, del viaje de fin de año, de los zapatos que no ha estrenado o de lo tedioso que era estar en esa votación.
Por allí andaba también Giordano dándole violentas palmadas al diputado Yax. El otro le respondía con una manada en el hombro. Eran dos adolescentes aprendiendo a ser machos alfa frente a sus iguales. A muchos les veía cara de meme. Me impresionó la impavidez de Melgar Padilla sentado en las filas superiores, aislado. Igual que yo, observaba los movimientos dentro del pleno.
Era miércoles 13 de septiembre. Un calor plomizo y húmedo hacía esta escena todavía más irreal. Los diputados, entre panes, risas, abrazos y conversaciones mundanas, estaban dando un golpe de Estado y declarando la guerra a la lucha contra la corrupción y la impunidad. Aprobaban los decretos 14-2017 y 15-2017, y yo era testigo espía de esta ignominia.
En una guerra hay por lo menos dos bandos. Y 48 horas después estábamos reunidos frente al Congreso miles de ciudadanos comprometidos con el cambio y contestándoles a estos soldados del crimen organizado que sobre nosotros no pasarán.
No pasarán sobre la esperanza de los niños y adolescentes que acompañaban a sus padres, abuelos, tíos o hermanos mayores y que con cantos, bailes y sonrisas formaban parte de aquellas columnas armadas con la razón y claveles rojos. No pasarán sobre la dignidad de las abuelas que llevan toda una vida luchando y cuya dignidad, después de tantos años, es más fuerte que sus achaques.
No pasarán sobre los que creemos que hacer ciudadanía es pedir el cambio y bombardear las estructuras coloniales que permiten que muy pocos decidan sobre todos nosotros. Sabemos que el sistema de dinero y favores no favorece la creación de estructuras sociales seguras y solidarias.
No pasarán porque tomaremos las calles una y otra vez. Acudiremos a las cortes. Los jóvenes saldrán de sus aulas. Saldremos de fábricas y oficinas, abandonaremos parcelas y fincas y gritaremos fuerte y alto que los Galdámez, Blanco, Taracena, Pop, Hernández, Giordano, Jimmy y demás infames no nos representan, que queremos un sistema electoral que nos permita elegir sanamente a nuestros delegados, gente normal como nosotros, para que hagan lo que nosotros haríamos: ser responsables, puntuales, amables, alegres y preparados.
Saldremos a las plazas, a los parques, y tomaremos estrados y foros para repetir una y otra vez que el dinero nunca tendrá la razón, que el poder por el poder no es argumento, que el despojo y la muerte nunca ganarán. Los sacaremos de sus trincheras y reductos para que entreguen la Guatemala secuestrada. Nosotros la cuidaremos y muy bien.
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