La preocupación se enfila a dos aspectos: a) el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés) y b) la cuestión fronteriza (concretamente el bendito muro). De fondo, en todo esto subyace la relación bilateral México-Estados Unidos.
¿Por donde empezar? Pues por decir la verdad. Buena parte del discurso de Trump que tanto asusta e indigna —respecto a México— solo sigue una constante ya establecida en las anteriores administraciones presidenciales. Es decir, aquí no hay nada nuevo.
Botemos mitos paso a paso.
Primero lo primero: ¿ha sido Trump el único candidato en afirmar que desea salir del Nafta o renegociarlo? No. Los demócratas Al Gore y Hillary Clinton, en momentos concretos de elecciones primarias dentro de su partido, han hecho esa misma declaración. Pero nadie parece escuchar a los cuatro jinetes del Apocalipsis cuando los demócratas hablan. Y, por cierto, el mismo Bernie Sanders fue mucho más explícito tanto en apoyar la salida de Estados Unidos del Nafta como en darle un tiro de gracia al TTP. En ese sentido, Sanders y Trump son muy similares en términos de cuestionar las bondades del libre comercio y en sugerir un retorno al aislacionismo económico. Sin embargo, esto no sería nada nuevo, sino un resultado final de una tendencia anti libre mercado cada vez mayor en la mayoría de los políticos estadounidenses.
Pero veamos: en lo concreto, ¿puede Donald deshacer el Nafta de un plumazo?
Como en todo, lo que nos evita proveer respuestas claras o apocalípticas es la comprensión de la administración pública estadounidense y de sus complejos mecanismos institucionales. Los signatarios del Nafta pueden invocar en cualquier momento la cláusula 2205, la cual expresa en esencia que «cualquiera de los países miembros puede retirarse del tratado luego de seis meses de haber comunicado la decisión». Esa decisión puede conllevar algunas dificultades. Primero, poner a funcionar —quizá por primer vez— el Secretariado, la única institución de carácter supranacional existente en dicho tratado. Créase o no, existe una oficina del Secretariado en cada país miembro del Nafta, pero ha resultado prácticamente inútil, pues hasta el momento la mayoría de las disputas comerciales se han resuelto por vía del bilateralismo. Es decir, en las diferentes rondas México-Estados Unidos preagendadas cada año se introduce la temática que debe abordarse.
En realidad, la complicación para la administración Trump es que, si bien desde 2005 el Congreso otorgó capacidades a la Presidencia para iniciar tratados y firmarlos, ratificar estos o una salida es un aspecto que pasa por el Legislativo tarde o temprano. Esto se debe a que instrumentos como el Nafta se conocen como congressional-executive agreements. Y en razón de lo anterior, hay un rol para el Legislativo —al menos en papel—. Entonces, antes de entrar en paranoia deberíamos esperar la futura conformación del Congreso estadounidense, pues no olvidemos que el 88 % de la Cámara de Representantes se renueva el mismo 8 de noviembre.
Ante este escenario, lo más fácil es que Trump se ampare en el acta de comercio de 1974, que autoriza al presidente, bajo razones específicas (violación de los derechos del consumidor, riesgos a la salud, contaminación, terrorismo), bloquear las importaciones mexicanas. Ronald Reagan utilizó esta cláusula para detener el ingreso de productos japoneses. Entonces, en el peor escenario posible, México entra en otra guerra comercial con Estados Unidos. No sería la primera si recordamos los últimos encontronazos relacionados con la carne, los tomates, la cerveza y el aguacate, que con todo y Nafta firmado eran detenidos, regresados o marcados con el lugar de origen (práctica que los signatarios del Nafta acordaron eliminar). Si Estados Unidos se sale del Nafta, las exportaciones mexicanas entrarían entonces en el rango normal —sin las preferencias—.
¿Quién sufre más con la salida del Nafta? Ambos países sangrarían. México tiene un apalancamiento con Estados Unidos al punto de que el 85 % de las exportaciones de aquel país se dirigen a este. Pero al menos el 25 % de las exportaciones totales de Estados Unidos están dirigidas a México y Canadá. Por eso es que, ante dicho volumen de comercio, hasta la suposición de imponer nuevos aranceles es ridícula. Por último, otro dato estadístico importante: desde 1886 Estados Unidos no se ha retirado de ningún tratado firmado.
Ahora, lo segundo.
Con relación al bendito muro, Trump no está diciendo nada nuevo ni proponiendo nada que en la praxis Estados Unidos no esté haciendo ya. El discurso popular se rasga las vestiduras respecto al muro —como si no existiera—, pero ya hay buenos pedazos de muro construido. El muro entre San Diego y Tijuana ya tiene construidos al menos 20 kilómetros. Además de lo anterior, entre 1990 y 2005 Estados Unidos ya montó 11 bardas metálicas para tramos cortos en zonas fronterizas que pasan por San Diego, Tecate, San Luis, Nogales, Naco y Douglas, así como por Arizona, Sunland Park, Nuevo México y Laredo, Texas. Además, debemos agregar que, desde el 2006, bajo la administración de Bush Jr., se implementó la Ley de Valla de Seguridad para construir 1 100 kilómetros de muros. De estos se han construido al menos 500 kilómetros entre los puntos fronterizos de Caléxico, California, y 281 más entre los pasos de Laredo y Brownsville.
¿Cuánto hay ya de construido en Estados Unidos? Quinientos nueve kilómetros de muro y casi 400 kilómetros de vallas. Por tanto, en realidad Trump solo está siendo congruente con una política migratoria ya existente en Estados Unidos.
¿Construir el muro a lo largo de la frontera completa?
Imposible. La frontera entera entre México y Estados Unidos es de 3 000 kilómetros. Para ponerlo en perspectiva, es casi la distancia entre Moscú y Barcelona (3 500 kilómetros). ¿Cuál es el costo estimado de amurallar la frontera completa? La última cifra provista por la compañía israelí interesada en el proyecto (saben de muros) fue de US$17 073 806 000 (poco más de 17 millardos). ¿De cuánto dinero estamos hablando? Es el presupuesto operativo de la agencia espacial estadounidense para un año completo. Así pues, resultaría difícil que un presidente que quiere balancear el déficit se monte en este toro.
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Alguien preguntará: ¿se puede obligar a México a construir este muro? No hay mecanismo alguno para lo anterior. Trump puede amenazar con reducir los montos del paquete de ayuda para la Iniciativa Mérida, pero resulta que eso ya lo hizo este año la administración Obama al recortar 15 % (como muestra de su descontento con el gobierno de Peña Nieto). Ahora, si por ahí le van a recortar para presionar, los afectados son los gabachos, ya que la contención de la violencia cruzará la frontera. ¿Qué más puede hacer Trump? Puede amenazar con reducir el número existente, cancelar las micas (documentos de cruce para residentes fronterizos) o retirar las visas tipo B1 y B2 para ciudadanos mexicanos, pero eso solo afectaría la economía estadounidense. En términos generales, los mexicanos que viajan a Estados Unidos por razones de placer, familia o negocio gastan en total 9 200 millones de dólares (cifra del 2011). Esto posicionó a México en el cuarto lugar en gasto de visitantes internacionales en Estados Unidos y constituye el 20 % del total de extranjeros que visitan ese país. Así que Estados Unidos pierde más. ¿Puede Trump amenazar con aumentar el porcentaje de las deportaciones? Nada que la administración Obama no haya hecho ya. Pero hay otro detalle: en México viven un millón de estadounidenses, por lo cual el Gobierno de Estados Unidos debe pensársela muy bien.
Entonces, alguien dirá que lo peor es que la relación bilateral México-Estados Unidos entre en una fase agónica, a lo cual yo respondo: «¿Qué hay de nuevo?».
Indicadores de la relación bilateral: la recién nombrada embajadora de Estados Unidos en México, Roberta Jacobson, sufrió la de san Quintín para ser ratificada por el Senado de su país. Para empezar, la nominada original —una mujer de origen mexicano y conocedora de los problemas fronterizos— fue retirada de la nominación. Y Jacobson tuvo que esperar diez meses para ser ratificada. Si las embajadas de Estados Unidos en Moscú, Pekín y Tel Aviv estuvieran tanto tiempo acéfalas, ¿se podría decir que esas relaciones son de importancia? En esencia no. Y así es con México. Es más: por mucho que Estados Unidos depende de construir lazos de confianza para implementar la Iniciativa Mérida —para evitar que la violencia cruce la frontera—, la misma relación México-Estados Unidos carece de un apartado especial en la página web del Departamento de Estado (como sí lo tienen otros países). Así de importantes somos.
Así que, la verdad, con Trump o con Clinton, para México esto es más de lo mismo.
¿Y para el resto del mundo?
¿Puede declarar el presidente Trump la guerra de forma unilateral (haciéndole bypass al Congreso? En el papel no. De acuerdo con la Constitución de Estados Unidos, es el Congreso el único facultado para declarar la guerra. Sin embargo, la vergonzosa actuación de ese país en Vietnam se declaró de forma unilateral. Ante tal hecho fue que el acta de guerra de 1973 (dos años antes de concluir la guerra en Vietnam) introdujo la necesidad de que, antes que todo, el presidente debe iniciar consultas con el Congreso. Y ante el escenario de un Congreso dividido, es posible que esto no pase a más.
Y la madre de todas las preguntas: ¿puede el tentativo presidente Trump lanzar la atómica simplemente porque se siente de mal humor?
Hay toda una cadena de mando que en cualquier momento puede desconocer la orden presidencial. En primera instancia, el gabinete puede declarar al presidente incapaz o no cuerdo y hacérselo saber al Congreso. Para eso basta una carta escrita. Segundo, el mismo secretario de Defensa puede rehusar la orden si lo considera necesario por razones de conciencia. Y tercero, el protocolo de actuación nuclear establece que, ante tal escenario, varias figuras importantes del Gobierno sean notificadas, consultadas y tomadas en cuenta. Estas incluyen al portavoz de la Casa Blanca, al presidente pro tempore del Senado, a las cabezas de los partidos en el Congreso y a las cabezas de los comités de guerra en el Congreso. En el diseño, pueden detener el mal humor presidencial.
En teoría.
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