Fue gracias a las valientes acciones del juez Giovanni Falcone y de su compañero de fórmula, Paolo Borsellino, que el famoso Maxiprocesso pudo existir. Y con él, el judicial italiano fue capaz, por primera vez en siglos, de emitir una sentencia en nombre del pueblo italiano que condenase a la mafia, esa maldita estructura paralela que había matado, secuestrado las instituciones políticas y extorsionado el futuro de tantas generaciones italianas. Las acciones de Falcone no solo devolvieron la esperanza, sino además mostraron que es posible vencer a través de la legalidad a aquellos actores invisibles que, enquistados en el Estado, siempre habían hecho uso de la amenaza anónima, del insulto, del desprestigio, y habían abusado del carril auxiliar que conduce al soborno y a la ejecución extrajudicial. Por eso Falcone nos dice tanto a los latinoamericanos porque, en efecto, habla nuestro idioma. Es decir, nos enseña que no es utopía pensar que al mal radical se le puede hacer temblar.
Es difícil escribir sobre Falcone porque hay mucho que decir al respecto y poco espacio para hacerlo. Y precisamente no quiero que este espacio sea simplemente una repetición de datos biográficos.
Hablemos de algunos detalles privados de Falcone, de esos detallitos que nos muestran de forma íntima al hombre que se hizo gigante.
Las acciones de Falcone dejaron un legado que, para empezar, produjeron la Convención de Palermo. Además, la práctica de articular zares anticrimen o superfiscalías para el combate del crimen organizado responde al propio y original diseño de Falcone. Durante una visita a Nápoles para conocer las zonas de influencia perimetral en las que la Camorra opera, tuve la oportunidad de hablar con Stefano Fumarulo, uno de los miembros más activos de la Fondazione Libera. Fumarulo, al igual que muchos jóvenes europeos que se interesaron en el derecho gracias al legado de Falcone, me comentaba un detalle interesante: «Cuando Giovanni tomó la decisión de combatir la mafia, el Gobierno central en Roma le permitió construir su propio equipo antimafia. Más que un favor era una burla, pues se suponía que sería imposible. Pero Giovanni seleccionó a dedo, luego de hablar por horas y semanas, a cada gendarme, a cada juez, a cada fiscal y a cada miembro de su equipo especial. Nunca los abandonó y siempre les recordó el porqué de esa enorme misión». Posteriormente, esas capacidades fueron trasladadas al Estado italiano.
Otro detalle poco conocido: Falcone tuvo la oportunidad de abandonar Palermo debido a que algunas sentencias del Maxiprocesso serían revertidas. Pero no lo hizo. Al ser entrevistado dijo lo siguiente: «Sé que he contraído una deuda de sangre con la mafia. Pero si me voy, todo aquello por lo que luché pierde sentido». Falcone fue congruente con sus ideales. Y hoy, me decía Fumarulo, «es nuestro mártir cuando hablamos de construir la cultura de la legalidad».
Falcone irritó a muchos cuando acostumbraba decir: «Todos somos la mafia cuando dejamos que el dinero fácil nos arregle la vida». Por decir las cosas que dijo y exponer la forma corrupta como la mafia tenía bajo su nómina a empresarios, a periodistas, a jueces y a políticos, Falcone fue difamado. Su privacidad fue violada. Además, se intentó comprarlo y corromperlo de mil y una formas. Cuando el intento de corromperlo resultó infructuoso, se le inventaron mil y una historias para acusarlo de homosexual, pedófilo, borracho, usurpador de calidades, etc. Y al final sus mismos detractores confesaron —ya bajo arresto— que, en efecto, Falcone era incorruptible.
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¿Por qué Falcone no se dejó comprar? Este detalle me lo explicaba el juez antimafia y ahora senador italiano Antonio Ingroia: «Falcone tenía cercanía familiar con políticos comunistas. Y en Italia, quienes históricamente han atacado frontalmente a la mafia han sido los políticos de procedencia comunista, pues para ellos el matrimonio mafia-empresariado-político tradicional era más que claro, por no decir que son lo mismo». Dicho sea de paso, Ingroia, cuyo mentor fue precisamente Borsellino, es también un político de militancia comunista.
Creo que es importante recalcar lo anterior. El tan necesario y esperado pacto antimafia es quizá la agenda más importante que los frentes de izquierda deben impulsar. Y Guatemala no es ajena a esto. Si hoy tiene sentido entenderse de izquierda, lo tiene en el sentido de defender la legalidad y aborrecer la corrupción que privatiza los beneficios y colectiviza las pérdidas desde el Estado.
Las acciones de Falcone, su perfil y su congruencia, pero ante todo su creencia en que incluso valía la pena dar la vida misma si con ello la legalidad podía construirse, levantaron una conciencia que permitió que la Italia del sur se atreviera a recobrar los espacios públicos y voltearle la cara al sistema corrupto. En cierta forma, y salvando distancias, el accionar de la instancia internacional comandada por el comisionado Velásquez hace recordar a Falcone. En particular, por el surgimiento de fantásticas expresiones ciudadanas a raíz de la última investigación presentada por la Cicig, en la cual se desnudaron totalmente —quizá por primera vez en la historia del país— concretas estructuras paralelas. Y, en efecto, es una tarea valiente y necesaria que aún requiere la victoria del derecho.
Falcone nos hereda un legado, un legado que empieza por decir: «Basta ya de la mafia, basta ya del Estado mafioso, pero igual basta ya de ser cómplice del sistema mafioso».
Pero, por encima de todo, el legado de Falcone nos obliga a nunca permitir que sea secuestrado eso que es nuestro. ¿Qué es lo nuestro? Lo público. ¿Qué es lo nuestro? El derecho de hablar sin miedo. ¿Qué es lo nuestro? La posibilidad de contestar a las estructuras políticas sin temor a la reacción violenta. ¿Qué es lo nuestro? El sistema político y sus instituciones al servicio de la ciudadanía, y no la caja chica que hoy es para grupos concretos. ¿Qué es lo nuestro? La esperanza de que la ley proteja al débil, y no al mafioso. ¿Qué es lo nuestro? La esperanza de que el sistema político no se nutra de pactos clandestinos entre autoridades electas —sentadas en sillas de escarnecedores— y narcotraficantes u otros tantos actores oscuros.
¿Qué es lo nuestro? La certeza de que una bala no silenciará las voces de protesta, de diálogo, de crítica y de disenso.
Ya sea que hablemos de México, de Colombia, de Guatemala o incluso de la misma Italia (luego de los escándalos del impresentable Berlusconi), hacen falta muchos Falcones que se atrevan a dar un paso al frente y poner contra las cuerdas a los actores paralelos.
Pero la ruta está trazada.
Un 18 de mayo de 1939 nació Giovanni Falcone. Sea este artículo en memoria de ese desconocido juez palermitano que se atrevió a tocar a la hidra de mil cabezas. Y dedico también este artículo a todos aquellos que de forma silenciosa y modesta trabajan para ganar la guerra contra la corrupción, a todos aquellos que aman la verdad.
Grazie, Giovanni. Sempre tra noi.
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