En una sociedad deshumanizada como la guatemalteca, resultan evidentes las razones de anular a los y las científicas: físicos, químicos, matemáticos, biólogos, y, sobre todo, economistas y sociólogos.
Tanto en la universidad pública, pero las privadas no son la excepción, el buscar el punto de equilibrio en la sostenibilidad de las carreras, hace que producir mercadólogos, administradores de empresas, auditores y abogados sea el epicentro de la rentabilidad en todas ellas.
Además, en las denominadas «carreras sociales» de la única universidad pública del país ha sido, paradójicamente, la que dice llamarse Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales la que ha venido anulando las carreras fundantes de ciencias sociales por medio del pragmatismo del juridicismo. Y no solo es la sociología, sino sus primas hermanas: la antropología, la psicología social y, por supuesto, la filosofía y los fundamentos empíricos y de campo de todas ellas.
Para los que trabajamos con organizaciones y nos mantenemos contratando auxiliares jóvenes al respecto de medir las percepciones de la gente, bien lamentamos el analfabetismo que existe, empezando por las grandes carencias en la lectura, comprensión de las grandes teorías sociales y, por supuesto, por lo ahistórico de la enseñanza que viene, en gran parte, por el quiebre y estrangulamiento de los grandes institutos públicos de antaño. Se ha perdido así la identidad optándose por una enseñanza mediocre que, además, es la responsable del vergonzoso bajo nivel de coeficiente intelectual del guatemalteco, tanto el del «populacho», como el de los colegios encopetados. Y, por supuesto, esto es adrede.
¿Para que sirve realmente un sociólogo? Se pregunta el gran Zygmunt Bauman, recientemente fallecido: don Zygmunt nos dice: «Creo que la sociología debe ser juzgada por su relevancia en la experiencia y en la lucha de los humanos por resolver sus problemas vitales».
Jurgen Habermas bien habla de un antes y después de la presencia de la modernidad. Antes, la magia y las supersticiones de todo corte predominaban. La acción comunicativa actual, al colocar los planos racionales y científicos en el tapete, anula a los agoreros, a los farsantes y a los ocurrentes.
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Habermas y los grandes científicos sociales critican la presencia conservadora de una cultura mágica, chata y de sala de estar, y combaten las consecuencias conservadoras de un tipo de crecimiento economicista, que hace a varios colegas bien reconocidos y remunerados en el medio pregonar que «tenemos la macroeconomía más sana del continente», cuando enfrentamos paralelamente los índices de desnutrición y de poca dignidad de vida más aberrantes del continente. Esa es una de las razones claras del porqué se intentan anular los cursos y la carrera de sociología en todos los entornos universitarios.
Predominan las carreras burocráticas de organizaciones. Veo a cientos de jóvenes transitar al seguro social, a los órganos jurisdiccionales y magistraturas, y a otros ambientes, armados de conocimientos en hardware y software de datos. A decenas de psicólogas y administradoras de empresas manejar recursos humanos en entornos públicos y privados. Resulta imposible tal ejercicio sin conocer, por ejemplo, la sociología de las organizaciones.
El mercado de trabajo, por ejemplo, no es igual al de las remolachas, y eso llevó a genios como Karl Polanyi en su célebre libro La Gran Transformación, a demostrar que ni el mercado laboral, ni el de tierras, ni el dinerario pueden ser tratados como mercancías, porque son intrínsecamente humanos. De ahí cierto odio a los sociólogos. Somos criaturas molestas para el sistema de alienación que los ideólogos de pacotilla proponen.
Pero la verdad es que la ciencia, en todas sus manifestaciones es la que erige a la sociedad del conocimiento que tantos anhelan y pregonan.
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