Lo enunciado por Marx, que en esencia sigue siendo totalmente vigente, se hizo sobre la base de un capitalismo todavía de libre competencia, con unas pocas potencias europeas y el naciente Estados Unidos controlando el mercado mundial, y con un gran Sur global convertido en colonia de aquellas metrópolis. Eso no ha cambiado, pero el sistema capitalista fue modificándose en sus formas.
El mundo actual presenta características bastante distintas a la sociedad decimonónica estudiada por Marx. Fenómenos nuevos marcan la dinámica humana: el primado de la virtualidad, que nos va convirtiendo en seres permanentemente ante una pantalla; algoritmos, reconocimiento facial y detección del calor corporal que permiten saber a los poderes dónde estamos en cada momento y qué pensamos. Además, la catástrofe ecológica que puede cambiar irreversiblemente el planeta; guerra de cuarta generación en marcha (mecanismos de control mediático-psicológico-culturales de altísimo impacto) que deciden en forma creciente lo que debemos pensar; influencers que mueven más gente por las redes sociales, con mensajes banales y «entradores», que cualquier mitin político. Asimismo, nuevas formas de la sexualidad (la explosión LGBTIQ+ crece) que abren preguntas sobre los nuevos modelos de familia; disminución de las lenguas vivas: de los 7,000 idiomas existentes hoy día, para fines del presente siglo quedará solo el 10 %. La inteligencia artificial que nos interroga sobre la marcha futura del ser humano. «El auge de la IA avanzada y la AGI (inteligencia general artificial) tiene el potencial de desestabilizar la seguridad mundial de un modo que recuerda a la introducción de armas nucleares» informa el Departamento de Estado de Estados Unidos.
Además, la proliferación creciente de «nómadas digitales» (trabajadores ligados al mundo cibernético que laboran en forma remota, dejando de lado la presencialidad), no fortaleciendo lazos solidarios de gremio sino que constituye una invitación al individualismo; el contrabando internacional de semiconductores informáticos (chips) de gama alta con un gran potencial destructivo rigiendo cada vez más los procesos industriales y militares, aumentando exponencialmente la brecha entre países ricos y pobres; delincuencia organizada al más alto nivel moviendo cantidades monumentales de dinero que se reciclan en la economía «limpia», convirtiéndose en nuevos poderes políticos (narcoactividad, tráfico ilegal de personas y de armas, redes de prostitución a gran escala, expansión de drogas sintéticas, falsificación de medicamentos, industria del sicariato, minería ilegal).
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Ante este nuevo panorama el materialismo histórico debe seguir profundizando esos aspectos. Nuevos colectivos que surgieron en años recientes (lucha contra el patriarcado, contra el racismo, contra la discriminación sexual, etc.) aportan renovada energía a la lucha antisistémica, por lo que deben establecerse los vínculos pertinentes con los fundamentos del materialismo histórico. Los textos clásicos son fundamentales, pero con el estalinismo vivido en la primera experiencia socialista en la Unión Soviética, mucho de la teoría pasó a ser dogma, con actitud religiosa más que científica. Los manuales soviéticos no abrieron la investigación, sino que repetían fórmulas. Eso marcó mucho a las izquierdas, muchas veces fieles seguidoras de Moscú.
Hay que permanecer profundizando el instrumento teórico con el cual delinear estrategias transformadoras. Eso parece estar faltando hoy día. Las ciencias sociales continuaron avanzando; muchas pueden dar importantes pistas para esa construcción: el psicoanálisis (y sus investigaciones sobre la condición humana, o la fascinación con el poder), la semiótica (estudiando cómo somos convertidos en manso rebaño por el uso de la comunicación), por ejemplo. La realidad humana es intrincadamente compleja; solo con lecturas críticas proporcionadas por estas ciencias podremos entender alguno de los empantanamientos del socialismo real. Las luchas de poder, crueles y sangrientas, no se dan solo en el ámbito de la derecha: también en las izquierdas. ¿No es hora de reconocerlo para abordarlas con espíritu científico crítico? El materialismo histórico es una ciencia, no una religión dogmática. Por tanto, está llamado a seguir investigando, proponiendo vías de acción.
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