En la sabiduría popular impera un axioma severo: la política es sucia. Y por eso, cuando alguien en la familia o en el círculo de amigos anuncia que va a dedicarse a la política partidaria, el sentimiento es de preocupación y tristeza. Es casi lo mismo o incluso peor que si anunciara que le han detectado cáncer, y quienes lo quieren seguramente le aconsejarán que recapacite y evite embarrarse en la porquería de la corrupción.
Este es un convencimiento demasiadas veces confirmado por la realidad y los hechos, que sin duda explica por qué la mayoría, en particular la juventud, no ve a los partidos políticos como instituciones pertenecientes a un sistema democrático funcional y legítimo. Es un convencimiento que se personifica en los caciques de la política guatemalteca, un grupito que detenta cuotas de poder inmensas y defiende lo privilegios que le granjea el statu quo de la plutocracia, en la que el financista de una campaña electoral tiene más poder que el votante de la mayoría.
Pero ¿qué podemos hacer nosotros, los votantes medios, en contra de estos caciques? ¿Existirá alguna forma de enfrentar a los caciques de la televisión y la radio, a los dueños de las telefónicas, que amasan fortunas crecientes y nos embrutecen masivamente con teléfonos inteligentes, a los líderes locales que lucran con la pobreza y la miseria regalando motocicletas, playeras y alimentos?
Es muy difícil. Esto requiere un movimiento revolucionario que revierta la perversidad de la forma de ejercer el poder, que nos tiene sojuzgados a la corrupción y a la injusticia. Sin embargo, hay revoluciones de revoluciones. La violencia es una opción que no funcionó en Guatemala, y debieron transcurrir 36 años y perecer cientos de miles para demostrar que no nos llevaría a nada.
¿Una revolución pacífica en Guatemala? Difícil, pero no imposible. Las manifestaciones estaban siendo una luz de esperanza, pero han decaído y pareciera que su destino es la extinción gradual. Estamos a un paso de otra victoria de los caciques, silenciosa como las victorias de quienes operan agazapados tras velos de impunidad, opacidad y corrupción.
Estamos a tiempo para prevenir esta derrota ciudadana. Quizá la batalla ahora sea en el Congreso de la República. Las mesas técnicas en las que se discuten reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, a la Ley de Servicio Civil, a la Ley de Contrataciones del Estado y a leyes clave para el sector justicia están avanzando y pronto presentarán propuestas. Esta es una oportunidad muy valiosa para, por ejemplo, avanzar en dos temas revolucionarios para Guatemala muy concretos:
Dos pasos concretos para romper el negocio sucio de la politiquería y construir un sistema de participación política digno, que motive a participar. Quiero que los jóvenes que hoy tienen menos de 20 años participen en la política partidaria, no para que se embarren en la porquería de hoy, sino para que, cuando yo sea un anciano retirado, ellos sean un ejemplo para el mundo de cómo hacer política.
¿Idealista? Tal vez. ¿Revolucionario? Sí.
Entonces, ¿cómo hacemos para presionar a los diputados con el fin de que aprueben estas dos reformas revolucionarias para hoy, normales en el mañana que queremos?
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