La pregunta del momento es: ¿quién está barriendo la casa?
Muchos responderán que son los órganos de control jurídico administrativo, entre los que sobresale el Ministerio Público acompañado por la Cicig —pese a que la Corte de Constitucionalidad juega con frecuencia a una de cal y otra de arena—. Y sí, así es. Pero ¿qué afanes hay detrás de todo ello?
Por supuesto que las espulgadas son bienvenidas. Ya eran necesarias. Basta de ser y hacer los guatemaltecos el ridículo ante el concierto mundial de naciones. Mas, volviendo a la pregunta, todo apunta a que la comunidad internacional, con el Tío Sam a la cabeza, es la responsable de que el recién pasado fin de semana se hayan agotado los antidiarreicos en la ciudad capital. Particularmente en las farmacias aledañas al Congreso.
El asunto de la barrida tiene su lógica. El pisto que nos prestan nuestros benefactores transnacionales —a módicos intereses— no les será devuelto ni en la mitad. Son muchas las personas ladronas que hemos sentado en las cortes, las curules y el Ejecutivo, y nuestros bienhechores ya se dieron cuenta. Así, la feria se acabó. Por el pueblo mismo, que perdió el miedo, y por quien barre en nombre de ¿quién sabe?
Hay efectos colaterales que estamos disfrutando en el interior de la República. Por ejemplo, da risa ver a dos que tres pelagatos tratando de llenar sus casillas a fin de ser inscritos como candidatos a alcaldes. La realidad es que nadie quiere meterse a camisa de once varas. Igual sucede con las casillas para diputados. Y el tiempo se les está acabando.
Otro disfrute es poder salir a la calle y no escuchar las estridentes bocinas de los ventrílocuos gritando que su candidato es el mejor. Excepción hecha de Manuel Baldizón y Sandra Torres, los demás candidatos están cautos o incautos a la espera de un giro que no llegará. No entienden que el pueblo y la comunidad internacional se hartaron de sus felonías. Hasta los del Patriota —otrora prepotentes y abusivos— están calladitos.
Lo que no provoca regocijo es saber de personas a quienes creímos honorables, honestas y probas emporcadas hasta la coronilla detentando plazas fantasmas. De lección nos sirva porque bien dice en las Sagradas Escrituras: «Maldito el hombre que en el hombre confía» (Jer 17, 5). Y lástima da ver a padres de familia escondiéndose detrás de vidrios polarizados o con la cabeza agachada al caminar por las calles. Sus vástagos resultaron ser pichones de zopilote. Si apocados están es porque o no tuvieron ellos las agallas para hacer valer su autoridad en el momento preciso o porque los condujeron por un camino equivocado. Los padres de familia debemos recordar que «hasta un cabello forja sombra».
Nos quedan ahora dos entornos por enfrentar. Por favor, no los veamos con hilaridad insensata, sino con responsable satisfacción.
El primero, a muy corto plazo: ¿por quién votar? Aquí en el norte de Guatemala las opciones que tenemos en cuanto a personas honorables y capaces son casi nulas. Hubo ya un candidato que ofreció derogar esa ley cuando se le explicó que la escasez de agua en cierta comunidad «no se debía a falta del líquido, sino a la altura del poblado en relación con la localización de las fuentes, y que todo era cuestión de la ley de la gravedad». Y otro que gritó: «¡Puta, qué goleada!», cuando un amigo le compartió que estaba viendo en la televisión Hawái cinco cero.
El segundo es aprender a barrer. El tiempo de vida de la Cicig en Guatemala es perentorio, y tampoco es noble que vengan de fuera a limpiar la putrefacción que podemos higienizar nosotros. Necesitamos, sí, valor y confianza. Los recién escobados pasarán sin vergüenza unos meses en el tambo (de la basura o la cárcel), pero, al estilo Alfonso Portillo, a la primera ocasión que puedan aparecerán en escena como lo que son: cachetones, pelo engomado, mascando chicle y lenguaraces. Y para ese momento debemos estar preparados, con escoba y trapeador en mano.
Bien, ¿les entramos a los entornos? Su participación, apreciadas lectoras y apreciados lectores, necesaria es para nuestro futuro como país.
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