Hace algunas décadas, pese a que ya se sabía de cierta corrupción en los poderes del Estado, había personas que salvaban la reputación de tales categorías. Eran ciudadanos auténticos, nobles y honrados en quienes se confiaba para hacer frente al quehacer diario de su despacho y a la descomposición que entre bambalinas ya se anunciaba con una no muy sensible fetidez.
Cuando menos había contrastes. Bien y mal, humildad y fatuidad, bonhomía y bajeza. Contrastes sí, pero con derroteros de esperanza.
Es imposible olvidar en el Legislativo las gestas de José García Bauer y Alfonso Bauer Paiz; en el poder judicial, el sano equilibrio de don Edmundo Vásquez Martínez; y en el Ejecutivo, la heroicidad de Francisco Villagrán Kramer. Actitudes que desentonaban con las acciones viles de sus correligionarios y señalaban rumbos ciertos para la sociedad y el Estado.
Hoy, ¡ni un solo personaje similar! Ni contrastes. Todos los actuales, inmersos en la gusanera del mal.
No es posible concebir a ojos vistas ese sumidero del enorme absurdo donde personas que conocimos desde su niñez como gente de bien hoy sobresalen —y muy a gusto— en la hediondez del narcotráfico, del contrabando, de la defraudación fiscal, de la compra de voluntades, del engaño y el soborno, de la traición, de la contumacia, del cohecho y de la cobardía.
¿Cómo explicarlo? Acaso, desde el enfoque del mal. Porque el mal es ilógico e impertinente.
Solo así puede entenderse cómo el presidente no salió en defensa de su señora esposa ante el alevoso ataque de la exvicepresidenta. Solo así puede concebirse la designación de Alejandro Maldonado Aguirre para ocupar el cargo que dejó la Baldetti. Solo bajo la égida de la desvergüenza puede comprenderse tanta peste zampada en el Congreso. Solo así pueden explicarse las groseras indecencias que sucedieron alrededor de ciertas postulaciones a las magistraturas. Y como el mal nunca paga bien, solo así puede advertirse el porqué de la soledad de Otto Pérez Molina.
La cloaca está destapada. Nos queda ahora a nosotros luchar contra los sépticos gusanos. No podemos permitir que el fondo del costal se siga abriendo para caer a otro fondo y así, en un contínuum, llegar a la nada, a la oscuridad, a lo siniestro de donde —dicho sea— estamos muy cerca.
¿Cómo hacerlo? Para empezar, reformando la Ley Electoral y de Partidos Políticos a fin de evitar a toda costa que las organizaciones partidarias sean infiltradas por el crimen organizado. Su actual forma de financiamiento es tremebunda.
¿Cómo lograrlo? Pues haciendo valer nuestros derechos y evitando el rompimiento del orden constitucional. Los Tyrannosaurus rex andan emitiendo ya sus terroríficos sonidos alrededor de nuestra Carta Magna.
¿Cuándo hacerlo? De inmediato. El país no está para tafetanes. Debemos actuar con rapidez y valentía. Mañana podría ser tarde.
Para concluir, recuerdo de mi infancia los terrores que me infundía la tempestad. Más si se desarrollaba en la oscuridad de la noche. Mi esperanza, entonces, era la confianza de que la luz de la mañana llegaría pronto. Y en esa espera me quedaba dormido. Cuando abría los ojos, ya estaba allí la luz. Hoy no podemos confiar y dormir. Debemos actuar. La esperanza debemos ganárnosla a pulso. Solo así ahuyentaremos los pavores que —desde los nubarrones que se ciernen sobre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial— nos quitan la paz. Nosotros merecemos un mejor presente y un inmejorable futuro. Para conseguirlo debemos poner en práctica la exhortación de Catalina de Siena cuando, ante los hechos delictivos de su tiempo, apremiaba a los hombres buenos:
«Siatemi uomo virile e non timoroso» (Sé para mí un hombre viril, y no un cobarde).
Los tiempos han cambiado. El llamado ahora es también para las mujeres. Conste que muchas de ellas han demostrado más valor que muchísimos hombres.
A seguir en la lucha, entonces.
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