Mientras escuchaba las impresiones de aquellas trabajadoras, sus relatos, ciertamente fuertes, confirmaban algunas de mis impresiones teóricas sobre el tema. Una de ellas me hizo una sana advertencia metodológica que he guardado como un tesoro hasta la fecha: nunca perder la integralidad de la mirada sobre la violencia. Un desafío metodológico que se vuelve mayor a la hora de intentar explicar por qué, a pesar de que las mujeres inmigrantes jóvenes en España eran un grupo relativamente pequeño estadísticamente hablando, la incidencia de la violencia recaía en ellas en una proporción inequívocamente superior. Por eso mi inquietud inicial giró en torno a la interrogante: ¿qué hacía particularmente vulnerable a este grupo frente a la violencia machista?
Es imposible subsumir la causalidad de la violencia de género a un único elemento explicativo. Sin embargo, observé algunas características de aquel grupo: muchas estaban confinadas a guetos laborales producidos por la demanda de mujeres cuidadoras, y otras veían agostadas sus oportunidades y potencialidades por la modalidad migratoria que les negaba el derecho al trabajo al llegar al país gracias al reagrupamiento familiar iniciado por el varón, lo cual hacía que su encaje en la sociedad que las acogía tuviera forzosamente que depender de un tercero o que tuvieran que aceptar su integración a la economía como prestadoras de servicios para cuya realización las mujeres locales tenían pocos incentivos: oficios domésticos y cuidado de adultos y de niños.
Algunas académicas feministas han reflexionado sobre este fenómeno particular de las sociedades con un estado de bienestar insuficiente y patriarcal: la emancipación de algunas mujeres ocurre solo gracias a la nueva subordinación de otras mujeres que suplen su rol en la esfera doméstica. Ese detalle permite la integración plena de las mujeres no racializadas al espacio público.
Esto producía dos dinámicas de subordinación que explicaban no tanto la violencia desencadenada como los marcos de vulnerabilidad frente a esta: una de carácter aparentemente casuística, provocada por las restricciones que en ese momento el modelo español de ciudadanía imponía a las mujeres migrantes de fuera de la Unión Europea, y otra que, en virtud de ser quienes son, les imponía un marco de oportunidades limitado a la precariedad laboral.
Ellas tenían menos redes o estaban expuestas a redes que ofrecían poco más que resignación o descalificación moral. Y los recursos sociales existentes estaban pensados para las mujeres locales, no para las otras mujeres.
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El hecho de que la violencia contra las mujeres se manifieste en diferentes estratos sociales y de que el alcance de mi indagación tuviese únicamente como espacio analítico a las mujeres inmigrantes en un territorio y un tiempo determinados no es limitante para afirmar que, cuando los marcos de autonomía social de las personas se ven profundamente disminuidos por circunstancias estructurales como las de estas mujeres migrantes, las capacidades más elementales de autonomía, como la perspectiva subjetiva sobre la capacidad de reconstruir su proyecto de vida, son inexistentes.
De ahí elaboré mi tesis central al respecto: cuando estos estados de constricción estructural minan la autonomía real y subjetiva de la persona, sus capacidades de percibir y realizar proyectos de reconstrucción de la autonomía personal se ven disminuidas, lo que hace que estas mujeres desarrollen conductas irracionales a los ojos de los servicios públicos. Sin posibilidades materiales reales de reconstruir sus propios proyectos de autonomía, las preferencias adaptativas las llevan a soportar nuevos ciclos de violencia.
La percepción de que debían aguantarse porque no había de otra no estaba basada en construcciones meramente subjetivas. Detrás de cada historia de violencia había una trayectoria social. La violencia de género está anclada a los heterogéneos patrones estructurales de encaje de las mujeres al espacio público y a su rol en el espacio de la reproducción doméstica.
No extraña que la violencia contra las mujeres desnude lo que cada sociedad es. Detrás de la genealogía de la circunstancia vital de las mujeres violentadas hay un fragmento de evidencia de cómo está constituida una sociedad. Cómo estas mujeres llegaron a ese punto nos habla no solo de la subordinación como una relación inmediata con un perpetrador, sino de la subordinación estructural de las mujeres en la sociedad.
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