Pero allí están, parados, estos árboles majestuosos que viven más de 200 años, que florecen cada primavera y cuya sombra puede serenar el calor perpetuo del verano. No sé cómo he terminado dándole vueltas a este recuerdo de hace ratos viendo los árboles de lejos, comprendiendo, acercándome muy lento a uno solo para tocar su corteza raspada. Es como si a la piel se le levantara una superficie con un corte limpio y quedara expuesta la carne. Cada nueve años vuelven a pelarlos. No mueren. No son talados. Se les marca para saber cuántos años han pasado desde el último proceso. Mientras, ellos van volviendo a cubrir su tronco desnudo. Y entonces vuelven a pelarlos. A los 25 años les quitan por primera vez esa corteza, pero sus primeras dos cosechas no sirven para mucho. La primera cosecha de calidad es hasta los 40. Me río un poco ante la explicación del guía. «Se creen humanos», le digo.
Estoy ida entre este recuerdo y la afirmación de que yo ya solo quiero ser feliz. O eso pienso. Aunque a veces también divago o me distraigo y olvido qué pensaba. O me aburro y dejo que se me entremezclen los pensamientos. Pero yo ya solo quiero ser feliz cueste lo que cueste, creo. Lo creo porque no he construido muchas certezas últimamente y me he drenado a puras medias tintas. Por momentos me habita un sentimiento de esperanza. Puede que se alimente del recuerdo de los árboles de corcho o de ese atardecer en el cual el sol se apaga enterrándose en el mar que toca la punta de los dedos de mis pies mientras yo paso la lengua sobre mis labios salados.
[frasepzp1]
Pero cómo cuesta la felicidad, plagada de un montón de miedos ilógicos, absurdos, irracionales. El miedo al miedo, a la soledad, al sufrimiento. Entonces me repito, como lo hago todo el tiempo, eso que digo mucho de que «todo encaja de manera perfecta en este universo», por no decir que todo pasa por algo porque entonces me siento a mí misma como un cliché y siento la frase en sí como un eslogan que me obliga a pensar que ya todo existe y que la posibilidad de negociar con el futuro es inexistente. Porque, si todo encaja de manera perfecta en este universo y yo ya solo quiero ser feliz, al menos así puedo empezar a sentirme más como un rompecabezas que como un jarrón roto.
Lo malo es que también está el tiempo. Y quién sabe si el tiempo también juega en contra nuestra. Porque cómo cuesta encontrarlo, cómo cuesta coincidir. Cuesta decidir si pasa o no pasa nunca. Como dice Bolaño: «El tiempo o no se detiene nunca o está detenido desde siempre». Lo único indudable parece ser que nunca permanece intacto: que en algún momento el tiempo se rompe o nos rompemos nosotros, de modo que solo quedamos los que estamos rotos y los que no. Y tal vez es allí cuando el tiempo se fragmenta.
Yo ya solo quiero ser feliz. Pero ¿se podrá entre tanto sufrimiento? Acá se sufre de más o no se sufre en absoluto. Somos un bosque de árboles de corcho esperando a ser desfigurados de nuevo, dejando cicatrices sobre la tierra. Y al intentar huir para sanar solo nos enraizamos más. Pero lo sigo repitiendo, «yo ya solo quiero ser feliz», como un mantra. Por hoy al menos. Solo por hoy.
Más de este autor