¿Qué significa este hecho político? Decir ampulosamente, como se suele hacer a menudo luego de una elección, que ganó el país o la democracia es contribuir a repetir el ciclo de la mentira, del engaño y de la manipulación. ¿Qué podría significar tamaño dislate? No otra cosa que la profundización de un mito con el que la modernidad viene manejando la conciencia política de las poblaciones desde hace ya dos siglos: que el pueblo es el artífice de sus destinos a través de sus representantes elegidos libremente en comicios libres. ¿Alguien puede creerse seriamente eso?
En Guatemala, hace ya tres décadas que se repite metódicamente la elección de una nueva administración estatal cada cuatro años, y ni el pueblo es el artífice de su destino ni los representantes representan a nadie ni los comicios en absoluto son libres. Los problemas cruciales del país, aquellos que pusieron en marcha la guerra interna en la década de los 60 del pasado siglo, siguen inalterables. Pobreza y exclusión de las grandes mayorías, asimetrías ofensivas entre quienes más tienen y entre los desposeídos (que son mayoría), racismo, patriarcado e impunidad continúan marcando la historia de la sociedad guatemalteca. Con o sin elecciones libres, ese panorama se mantiene igual, independientemente del administrador de turno. ¿Qué elige realmente la ciudadanía votante? Humo, no más que eso: promesas, productos bien mercadeados, imágenes mediáticas que desaparecen casi al terminar el espectáculo de las campañas electorales.
Ganó Jimmy Morales. ¿Quién ganó realmente? La población votante definitivamente no. Los problemas estructurales arriba apuntados seguirán tal cual. Hoy en día, el caballo de batalla sobre el que se monta el futuro presidente ni siquiera es un guion escrito por él: las circunstancias (y la embajada gringa) lo han establecido. Hoy la nueva plaga, el nuevo malo de la película sobre lo que pareciera necesario batallar, es la corrupción.
Llamativo que un país marcado por una historia de corrupción ancestral instaure de buenas a primeras una batalla frontal contra ella haciéndola pasar como la llave universal de todos los males que nos aquejan. ¿Podrá creerse eso realmente o es un nuevo artificio mediático destinado a la manipulación?
Para cada elección pareciera surgir un determinado fantasma que azuza los temores de los votantes, de manera que aparece la propuesta salvadora. Ayer fue la violencia generalizada y la consecuente propuesta de mano dura. Hoy es la corrupción el mal a vencer. Jimmy Morales, un apolítico sin partido ni programa, cumple esa función de respuesta pertinente (pero ¿existe la apoliticidad?).
Ahora bien: ¿respuesta pertinente a qué?
Desde hace meses se ha venido construyendo la imagen de la corrupción como la esencia última de los pesares de guatemaltecas y guatemaltecos. Por culpa de políticos mafiosos que se roban todo, la población se encuentra en la situación de pobreza que sabemos que existe, es el mensaje que circula. Conclusión: ¡hay que mejorar esa clase política!
El esquema es simple, pero justamente por eso funciona: siguiendo esa línea, habría que buscar funcionarios no corruptos que garanticen un buen desempeño en la conducción del Estado y de ese modo todos seremos felices.
Aunque suene demasiado pobre, eso es lo que sucedió con el futuro presidente: gana las elecciones porque ofrece la imagen de alguien no ligado a manejos turbios, como sí la ofrecía Sandra Torres o en su momento Manuel Baldizón. Gana porque no es un político, porque no habla el lenguaje mafioso que los caracteriza, porque viene de afuera. En otros términos: ganó la antipolítica.
¿Qué esperar entonces? Sin dudas, un show bien montado (¿qué otra cosa puede ofrecer un comediante de profesión?) en el cual la Embajada presentará el libreto. Luchar contra la corrupción (que existe, por cierto) es encomiable, ¡pero mantiene intocable el sistema! Y de tocar eso se trata.
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