A Virginia Laparra

Y en efecto, si algo caracterizó la labor como fiscal de Laparra fue lo contrario, defender la ley, apuntalar un sistema legal que cumpliera con sancionar a delincuentes. Eran tiempos propicios. Parecen ahora tiempos lejanos en demasía, cuando la voz del fiscal Francisco Sandoval replicaba un eco colectivo sobre la posibilidad de ejercer justicia.

Sabemos las grandes desigualdades de género en este país y el costo que ha supuesto para las mujeres abogadas –jueces, fiscales y también trabajadoras de la CICIG– el haber participado en ese gran experimento de acabar con la impunidad.

Pienso en  Ericka Aifán, Leily Santizo, Flor Gálvez, Claudia González y Virginia Laparra, por ejemplo. Flor Gálvez relataba en una ocasión los micromachismos que tuvieron que enfrentar defendiendo causas ante quince o veinte abogados que ejercían el poder masculino colectivo en las salas  y corredores de tribunales, como  una manada. Cuando Virginia Laparra fue condenada en el primer proceso en su contra, fue Raúl Falla de la Fundación contra el Terrorismo quien se encargó de gritar, CICIG nunca más. El grito obcecado, fermentado en el odio.

Virginia Laparra compareció la semana pasada ante la jueza Carmén Acú.  Basta ver fragmentos de la intervención de la juzgadora para darse cuenta de su nostalgia por una persecución inquisitorial. El DRAE define así lo inquisitorial, la severidad o agresividad propia de los investigadores de la Inquisición. Porque a la juzgadora más la ofuscaba la libre información sobre el proceso que el mínimo esfuerzo por aplicar la ley y el sentido común.  Delante de Virginia Laparra, estaba Lesther Castellanos, el juez que ella acusó por filtrar información al abogado Omar Barrios. Castellanos también arremetió contra la prensa. Escena digna del teatro del absurdo.

Han sido días y días de vivir en celdas para Virginia Laparra. Días de mala alimentación y   desatención médica. Después de meses de sentir dolor y molestias, de pedir por una revisión médica, se le diagnosticó miomasis y hubo que intervenirla quirúrgicamente de urgencia. Da cólera, indigna.

Lo menos que puede hacer una me digo, es pronunciar y escribir el nombre Virginia Laparra, exigir su libertad, tenerla presente con familiares y amigos, recordar a cada momento quiénes son los culpables de este encarcelamiento infame, como también de la persecución y del exilio de jueces y fiscales. Contar a hijas, sobrinas y nietas de una mujer que resiste en la cárcel, de su valentía.

Cuando las calles se llenan de una propaganda política cirquera, cuando nos acercamos a unas elecciones difíciles, quizás un signo que puede orientar frente a liderazgos políticos y sociales, es distinguir quiénes apoyan a la digna fiscal Virginia Laparra, quiénes hacen de ella una  defensa permanente.

A Virginia Laparra, nuestro afecto.