En las últimas semanas, desde la llegada de Trump al poder, se ha vivido una sensación de miedo por las masivas deportaciones que él prometió y que aparentemente va a cumplir. Aun cuando de momento no es posible definir el alcance de sus amenazas, la sensación de miedo entre las familias de migrantes en Estados Unidos es un hecho tangible. La última semana, las noticias sobre redadas y detenciones de inmigrantes indocumentados se incrementaron. Las alarmas de los defensores de inmigrantes sonaron al unísono para informar que hay un incremento en la coordinación interinstitucional para detenerlos. Aunque se ha dicho que los objetivos son quienes tienen prontuarios criminales, todos están en riesgo o se sienten en riesgo.
Hay quienes anuncian con mucho tino la gran pérdida que una eventual deportación masiva de guatemaltecos representaría para la economía. Otros alertan sobre los retos que implica (económica y socialmente) la reintegración de un grueso de deportados. Todo ello es cierto. Es necesario pensar como país en una estrategia nacional ante una eventual deportación masiva. Sin embargo, también es necesaria (y urgente) una coordinación internacional de los países latinoamericanos para que se luche como bloque por los derechos de aquellos que se encuentran en el país del norte. A esta altura hay que abordar tanto a quienes tienen papeles como a quienes no los tienen.
Ahora bien, las medidas que se toman en el Norte no solo son perjudiciales a nivel macroeconómico. También atentan contra la humanidad y contra lo complejo de las relaciones de desarrollo de las comunidades y de los hogares en uno y otro lugar. La gente, cuando migra, no lo hace despidiéndose del todo de sus países de origen. Las nuevas tecnologías de la comunicación han facilitado relaciones translocales que, aunque antes también existían, ahora se dan en tiempo real. Ahora más que nunca, el desarrollo en su dimensión social es simultáneo.
La comunicación va y viene en tiempo real. Las decisiones, los sueños, los miedos son comentados inmediatamente entre quienes viven fuera del país y quienes están adentro. La gente con familiares en el exterior toma decisiones y apuesta por rutas para su desarrollo, para lo cual toma en cuenta a quienes no están aquí. Las remesas son lo más visible, pero, como muchas investigaciones lo han expuesto, estas son solo la parte monetaria de unas relaciones mucho más complejas entre los lugares de origen y destino y que se dan en doble vía (Appardurai, Long, Mazzucatto, Sorensen, Steel et al., etcétera).
Al estudiar migraciones, lo primero que aprendemos es a observar a quienes no están presentes. Esas personas no están presentes en el espacio físico, pero sí en las relaciones humanas, en las decisiones y en los sueños de quienes se quedaron. Son, en general, invisibles para el Estado de Guatemala (ni en las encuestas las contabilizamos). Son invisibles también durante el tránsito, cuando son víctimas de redes de tráfico o de organizaciones del crimen organizado. Usualmente trabajan y luego envían remesas. Punto. Eso es todo lo que sabemos de ellos y ellas.
Una madre que educa a sus hijas desde la pantalla del computador, un hermano que se encarga del diseño de su casa por teléfono, una abuela que abraza a sus nietos (aunque no los conozca en persona), un hijo que pide consejo a su padre o madre, inversiones familiares por correo electrónico, una discusión política que deriva en acción social o la experiencia pasada transmitida por WhatsApp son solo algunos ejemplos de la complejidad de las relaciones sociales que la translocalidad implica, la cual es una realidad concreta, cotidiana.
Estas relaciones están delineando nuestra forma de entender el mundo. Están ayudando con su dinamismo a que la gente que se queda pueda imaginar un futuro diferente y muchas veces actuar sobre él. Inciden en la toma de decisiones en el hogar, en políticas, en la construcción de escuelas, parques o monumentos y un largo etcétera. Y viceversa. Las comunidades del país de origen también cambian y delinean el país de destino.
Las dinámicas migratorias pueden entenderse a nivel macro, pero su cara micro solo la veremos cuando queramos escuchar historias, cuando comprendamos que las políticas del Norte inciden no solo en los números, sino también en las relaciones humanas, en el desarrollo local o hasta en las dinámicas de salud mental comunitarias y de los hogares. En este país debemos comprender que, aunque no nos guste a todos, el sueño de migrar se ha tejido por generaciones en los imaginarios de la juventud y que existen lazos muy fuertes entre comunidades y familias que viven simultáneamente aquí y allá.
La solución a la migración irregular, que ellos solucionan con las deportaciones y cuyas consecuencias son más que económicas, no va a acabar con esta compleja realidad. Aquí quieren que lancemos una solución sencilla: «No migres. Quédate». Pero la verdad es que es mucho más complejo que eso. Implica comunidades vivas, millones de personas viviendo en un mundo interconectado. Por ello nos toca imaginar y estar a la altura de los tiempos. Empecemos por verlos y exigir que se respeten sus derechos más fundamentales.
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