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Lusvina García, 52, en la cocina de su casa, en la finca El Pital, Coatepeque, Quetzaltenango. Fue diagnosticada con VIH cuando el parto de su hijo estaba próximo, hace 12 años. Emma Gómez

Poca atención al VIH aumenta el riesgo para mujeres y recién nacidos

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Poca atención al VIH aumenta el riesgo para mujeres y recién nacidos

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Aunque la mayoría de pruebas para la detección de VIH se realizan en mujeres, no reciben la atención particular que necesitan. No todas las embarazadas se realizan una prueba, no existe atención específica para mujeres indígenas ni mujeres trans, y cuatro de cada diez infectadas están en riesgo. Con la pandemia, las dificultades que atraviesan se acentuaron.

Cuando una mujer embarazada es positiva al VIH puede transmitirlo a su hijo durante la gestación, el parto o la lactancia. Esto se conoce como transmisión vertical y puede evitarse con la detección pronta y el tratamiento adecuado.

Lusvina García no lo sabía. Fue diagnosticada con VIH cuando el parto estaba próximo.

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«Supe que era VIH positiva y mi bebé ya iba a nacer. Por miedo al contagio me quería morir. No entendía por qué nosotros, por qué mi hijo; pero luego entendí que sí se puede salir adelante», relata García sentada en una silla de madera en el corredor de su casa.

García vive en la Finca El Pital, Coatepeque. Para llegar se toma un microbús desde la terminal del pueblo. Luego debe caminar casi media hora en una carretera de terracería. 

Compara los episodios de su vida con una novela sin final feliz. Se casó a los 16 años, sufrió violencia física y psicológica de parte de su esposo, quien murió después en un accidente. Lleva 12 años en tratamiento. Religiosamente a las 8 de la noche toma sus pastillas, porque quiere seguir con fuerza para ver crecer a su hijo. También quiere tener nietos.

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Según los reportes del Programa Nacional de Prevención del VIH, los hombres tienen un alto índice de positividad (65%). Muchas mujeres heterosexuales son contagiadas por su única pareja. Eso le sucedió a García. «Por si fuera poco él me infectó con el virus, después me echó la culpa. Cuando yo me enteré de su condición, él ya tenía seis años de estar en tratamiento», cuenta.

Con los pies descalzos sobre el piso rojo del corredor de su casa, dice que ahora ve la vida diferente, a pesar de los momentos difíciles que pasó cuando se enteró de su condición. «Mi familia me apoya y trato de ayudar a otras mujeres», afirma.

Aparte de vender helados en su casa, es trabajadora doméstica como el 50% de mujeres que viven con VIH, según estadísticas del Ministerio de salud y asistencia social (MSPAS)

García se esfuerza por recibir tratamiento para ella y su hijo. A sus 52 años, y después de un largo proceso de aceptación, lleva una vida normal gracias a los antirretrovirales.

Cuando estuvo embarazada, a pesar de haber recibido control en el puesto de salud de la comunidad, nunca le hicieron la prueba para detectar el virus. De lo contrario se hubiese programado una cesárea y evitado el contagio a su hijo.

La falta de pruebas generalizadas no permite detectar todos los casos en mujeres. De cada diez embarazadas, solo cinco acceden a un diagnóstico, según estimado del Sistema de Información Gerencial de Salud (Sigsa) del MSPAS. Esto no permite control de la transmisión vertical más que en la mitad de los casos.

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Casos de VIH en recién nacidos podrían aumentar

El caso de García sucedió mucho antes de la pandemia por COVID19. Aún así, no tuvo acceso a pruebas para detectar el VIH con anterioridad.

En las comunidades de Totonicapán y Quetzaltenango las mujeres embarazadas no cuentan con atención en los hospitales, pues todavía no se atiende consulta externa. En estos casos, las comadronas tienen un papel decisivo en las comunidades, pero las pruebas de VIH no se realizan.

La comadrona Graciela Velásquez, del movimiento de Comadronas Nim Alaxiq Mayab, asegura que ha atendido ocho partos en promedio al mes, desde que inició la pandemia. En ningún caso se hizo una prueba de VIH.

No solo existe poca cobertura para identificar nuevos casos, además el presupuesto del Programa prevención y control de ITS, VIH y VIH/SIDA se redujo 51.9%, en el 2020 de acuerdo al informe de Pharos Global Healt Advisors. Según Laboratorio de Datos el presupuesto para el programa de prevención es de 52,917,991 quetzales pero solo se ha ejecutado el 25% este año. En 2020 se realizaron pruebas a 268,295 mujeres en Guatemala. De ellas, 356 resultaron positivas.

Para reducir el contagio de recién  nacidos es necesario un diagnóstico temprano en embarazadas. Es decir que, a todas las mujeres en estado de gestación se les deberían realizar pruebas virológicas para el VIH en los primeros meses de embarazo, según Isaí Vela, coordinador del Proyecto en Prevención de VIH de la Asociación de investigación, desarrollo y educación integral de Quetzaltenango (IDEI).

En Totonicapán hay más de 900 comadronas y se estima que cada una puede atender en promedio cinco partos por mes. En este departamento solo funciona el programa de VIH en el área de salud, pero no se cuenta con la unidad de atención especial en el Hospital José Felipe Flores.

Tanto Velasquez como Vela, manifiestan preocupación porque la cifra de transmisión vertical aumente. El año pasado solo 76 mujeres embarazadas se encontraban en tratamiento antirretroviral, según el MSPAS. En ese mismo periodo, 236 hijos recién nacidos de mujeres con VIH recibieron una prueba de ADN en los primeros dos meses de vida. La prueba permite un diagnóstico certero sobre la positividad del VIH.

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Thelma Suchí del Observatorio de salud sexual y reproductiva de Quetzaltenango (Osar) dice que ante la falta de movilidad por la pandemia, las mujeres prefieren ser asistidas por una comadrona dentro de su comunidad. El MSPAS debería tomarlo en cuenta y diseñar estrategias que permitan información y pruebas. Esto reduciría la brecha de contagios. «El MSPAS no puede tener registros de los casos reales de mujeres, pues ahora la atención de partos con comadronas aumentó», dice.

Hector Sucilla, de ONU/Sida Guatemala indica que son necesarias «estrategias multiculturales adaptadas al contexto de las comunidades. Se deben articular las vivencias diarias para eliminar la transmisión vertical mediante acciones comunitarias que incluyan redes con comadronas».

La Organización Mundial de la Salud  apunta que el VIH progresa de forma rápida entre los niños:  necesitan iniciar el tratamiento tan pronto como sea posible porque, sin ello, el 50 % muere antes de su segundo año de vida.

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Silencio peligroso

Las Unidades de atención integral (UAI), son clínicas exclusivas para identificar, atender y tratar a personas que viven con el VIH.  Quetzaltenango es el único departamento con tres clínicas. Aquí convergen pacientes de otras regiones. Las UAI funcionan en el Hospital Regional de Occidente (HRO), Hospital Rodolfo Robles y el Hospital de Coatepeque.

Las pocas mujeres que se atreven a llegar a la UAI lo hacen con miedo a que su familia o la pareja se entere. Martha, de 50 años, recibe tratamiento de antirretrovirales desde hace dos. Llega junto a su pareja  a la clínica del HRO.

«Lo veía raro, pero no me decía qué tenía. Hasta que me di cuenta de que yo estaba bajando de peso. Pensé que era la dieta y el ejercicio», dice. Los ojos se le llenan de lágrimas y continúa: «todavía es difícil hablarlo».

En la bolsa lleva un frasco de vitaminas, pero en realidad son sus medicamentos. Los esconde para que su familia no le haga preguntas. Vive con miedo de que la gente sepa y le discriminen.

«No le echo la culpa a nadie. Me tocó vivir con esto. Al principio lloré y mucho, pero los consejeros me ayudaron. Quiero estar bien, por eso sigo las recomendaciones de los médicos» dice, viendo a su pareja. Ambos reciben tratamiento.

Las mujeres ocupan el segundo lugar en casos VIH positivos. De cada diez mujeres cuatro están en condición de riesgo y una es de origen indígena. La mayoría no tiene seguimiento nutricional, apoyo alimenticio ni consejería, según los registros del MSPAS. En los datos de Sigsa de enero a junio de 2021, los casos positivos más frecuentes fueron en personas heterosexuales.

Los departamentos con más casos son Izabal y Escuintla. Le siguen San Marcos, Retalhuleu, Quetzaltenango y Suchitepéquez según el Sigsa de 2020.

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«Tengo muchas ganas de vivir»

Nahomy Rodríguez es una joven trans de 27 años, vive en el Barrio La Esperanza, sobre la vía férrea de Coatepeque. Su niñez fue complicada, Guatemala es un país conservador y represor, un sitio difícil para quienes no se identifican con el género que se les asignó al nacer. 

A pesar de la falta de aceptación de sus padres, Nahomy logró mantener su identidad pero se fue de casa al cumplir 15 años. Trabajó en varios lugares de la zona costera, hasta que conoció al hombre que le contagió con VIH.  

Sentada sobre su cama y rodeada de una estructura donde predomina la lámina, relata su historia. Vive sola desde que fue diagnosticada con VIH.

«Por mi condición a veces me discriminan, pero tengo muchas ganas de vivir y eso ahora ya no me importa», dice mientras se prepara para salir a trabajar en un restaurante de comida rápida. «Estoy orgullosa de mí. Tengo amigos y familiares que me apoyan, más ahora que vivo con el VIH», dice mientras se pinta los labios frente a su pequeño espejo. 

Dice que ya superó a su ex pareja. Aunque vivieron juntos por varios meses «nunca me contó su condición hasta que enfermó», cuenta. Al saberlo tuvo miedo. Dos meses después ella se hizo la prueba de VIH: era positiva. Al principio lo mantuvo en secreto por miedo a ser rechazada y discriminada. A pesar del temor, inició el tratamiento con antirretrovirales y lo mantiene. Ahora tiene una vida normal.

Recibe su tratamiento en la UAI de Coatepeque donde asegura que la atienden «normal» pero ella quisiera que le dieran su espacio como mujer. Cuando llega por su tratamiento, quienes la conocen la tratan así, pero cuando el personal es diferente se dirigen a ella como a un paciente masculino. «A veces es un poco incómodo, quisiera que nos atendiera de forma no discriminatoria, no sólo en las clínicas sino en cualquier espacio donde estemos» dice.

Según ONU/SIDA se estima que en Guatemala hay alrededor de 33,000 personas que viven con VIH, pero solo 77% han sido diagnosticadas. Es decir, que de cada diez infectados tres desconocen su condición, lo que provoca que se aumente la transmisión.

La organización registra que solo 21,000 personas reciben tratamiento.

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Epidemia en la pandemia 

Las personas que viven con VIH no recibieron atención ni seguimiento de casos en los últimos 15 meses debido a la pandemia de COVID19, según los monitoreos de Osar.

Leticia  sale de madrugada desde una comunidad de Tajumulco, San Marcos a la  UAI de Xela. Recibe tratamiento de antirretrovirales desde hace 10 años y hace 17 vive con el virus.

Le acompaña su hija de 12 años y su pareja. Salieron cuatro horas antes para llegar a las 7 de la mañana. Desde hace seis meses no podía hacer el viaje para recibir tratamiento por las restricciones impuestas durante la pandemia.

Sentada en una silla plástica fuera de la clínica, espera. Su voz es tímida y se pierde detrás de la mascarilla que cubre su boca y nariz. Dice que se tiene que cuidar para no enfermar de coronavirus, enfrentaría mayores riesgos.

«No sé cómo se dio, (el contagio de VIH)  pero ya logré salir adelante. Me ha costado porque tengo que viajar y me cuesta entender algunas cosas que me dicen», cuenta. La cascada de dificultades con las que se enfrenta todos los días son mayores por su condición de mujer, indígena, analfabeta y de escasos recursos. Su hija la ayuda en todo momento. Leticia trata de no hablar mucho para no llamar la atención de su pareja, que camina alrededor.

Ana Lucía Gómez, encargada de la UAI del HRO dice que no dejaron de atender, pero que las personas no llegaban a las citas. Hasta hace algunos meses, cuando se estabilizó el servicio del transporte público las personas empezaron a llegar.

A nivel nacional  18,726 personas son atendidas en las 16 clínicas que están en los hospitales públicos del sistema de salud. Se estima que, debido a la pandemia, tres de cada diez personas abandonarán la terapia antirretroviral en el 2020, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

Hector Sucilla, de ONU/Sida Guatemala, asegura que se tiene una deuda pendiente con las mujeres. «No basta con diagnosticar, se debe tratar permanentemente, que la población esté informada y para lograrlo urge que se redoblen estrategias», dice.

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A pesar de que la mayor cantidad de pruebas para diagnosticar el virus se realizan a mujeres, no existe un programa especial para darles cobertura ni tratamiento. No existe atención específica para mujeres indígenas, no existe sensibilización en todo el personal para atender a mujeres trans y no se realizan pruebas a todas las embarazadas. «Es un tema pendiente que permitiría reducir la brecha de desigualdad» dice Suchí.

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