Este salto educativo que experimentó mi familia de padres a hijos también lo vivió el país en su totalidad. Costa Rica pasó de 3 años promedio de escolaridad en 1950 a 6.5 en 1973. Además, en 1984, el año en que yo entré a la universidad, el porcentaje de población mayor de 15 años que tenía educación superior era de 5.4 % (el mismo porcentaje que tiene Guatemala en el 2018). Para el 2011, esta cifra representaba un 19.3 %. Es decir, el porcentaje casi se cuadruplicó en cuatro décadas.
Costa Rica es el único país de Centroamérica libre de analfabetismo, con solo 2.4 % de su población en esta condición. Para la Unesco, un país libre de analfabetismo es aquel cuya cuota no supera el 5 % de la población, condición que solo este país cumple en el istmo.
Durante el siglo pasado, Costa Rica le apostó a la educación como pilar de su desarrollo. Desde entonces la educación fue política de Estado y parte fundamental del pacto social costarricense. El sistema educativo aún tiene grandes desafíos en materia de calidad y cobertura, pero lo alcanzado hasta ahora le ha merecido el reconocimiento de ser uno de los mejores en la región.
Guatemala vive un momento único a nivel demográfico, que puede y debe ser aprovechado al máximo. Atravesamos un período de tiempo en que la población activa (en edad de trabajar) es mayor que la población dependiente (menores de 15 y mayores de 65 años). Según el Censo 2018, el 61 % de la población es activa y el 39 % dependiente. De estos, la mayoría son menores de 15 años, lo cual significa que tendremos bono por un tiempo. Pero la ventana de oportunidad no es para siempre: las dinámicas demográficas cambian, lo queramos o no. En Guatemala existen dos amenazas que pueden alterar rápidamente el bono demográfico. Una es la migración creciente de jóvenes (población activa) y la otra es la reducción de la tasa de fecundidad (cercana a la tasa de reemplazo generacional).
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Al día de hoy, los datos no son esperanzadores. Según el Censo 2018, los rezagos en materia de educación son enormes. Los niveles de escolaridad nacional apenas se movieron en 24 años. La escolaridad en primaria es de 46.7 %, igual a la que se tenía en 1994. El porcentaje de población (de 7 años y más) sin escolaridad sigue siendo muy alto (16.5 %) y castiga más a las mujeres (19.4 %). La educación superior apenas se movió de 2.4 % que tenía en 1994 a 5.5 % en 2018, el mismo nivel que tenía Costa Rica en 1984. Es una vergüenza nacional que al día de hoy tengamos 18.5 % de analfabetismo, con un 15 % en hombres y un vergonzoso 21.7 % en mujeres.
Guatemala no puede continuar por esta vía. Estamos llevando al país a un despeñadero. Urge invertir en niños y jóvenes como motor de nuestro desarrollo, como lo hizo Costa Rica el siglo pasado. Los niños y jóvenes de hoy son los que llevarán en sus hombros a los dependientes. Mientras más preparados estén para hacerlo, mejor nos irá a todos. La educación debe ser prioridad de Estado. Tenemos que hacer algo.
Pero hacer algo no significa enseñar inglés y computación para capacitar mano de obra para los call centers, como rezan algunos periodistas. Ningún país sale adelante así, con mano de obra poco calificada. Lo que urge es subir los niveles de educación superior, ampliar las coberturas de primaria y educación media. Ningún niño debe quedar rezagado. Cada niño fuera del sistema educativo es una oportunidad tirada a la basura.
Esta semana el presidente electo anunció que solicitará reducir el presupuesto nacional. Mala decisión para un país con tantas carencias. La Magdalena no está para tafetanes. Nos urge visión estratégica, no populismos improvisados.
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