Era de suponer que, habiendo participado ella también en las Jornadas de Marzo y Abril de 1962, en las que centenares de valientes estudiantes manifestaron contra el gobierno represivo del general Miguel Ydígoras Fuentes, inmediatamente me respondería con un «¡por supuesto!».
Miles de chapinas y chapines también acudieron a la convocatoria de ciudadanos hartos de tanta mentira, abuso de poder, arbitrariedad, corrupción e impunidad que ha caracterizado a la actual administración patriota. ¿Qué más evidencia hace falta que la presentada por la Cicig al destapar la red criminal de la SAT para convencer al menos informado de los guatemaltecos medios?
Ni las influencias del binomio presidencial o de sus operadores políticos ni la campaña de relaciones públicas para desprestigiar y hacer que cesara la comisión pudieron esconder el latrocinio y la podredumbre de la gestión de la cosa pública, como ha sido probado en el ya famoso caso La Línea.
En las redes sociales aprecié algunas fotos aéreas del parque que captaron esta otra jornada cívica. Estas escenas me recordaron también la estampida de gente que llenó el parque cuando Vinicio Cerezo tomó posesión como primer presidente de la era democrática. Desde el apartamento de una buena amiga de mi mamá, que nos había invitado para tan importante acontecimiento, presencié un desborde cívico similar esa noche de enero de 1986. Nos sentíamos VIP en ese balcón del edifico El Centro. Como buena adolescente, asistí con mis padres y hermanos a regañadientes. Pero las masas me impresionaron —aunque hubiesen sido acarreadas—. Hoy aquel fervor cívico, solo de recordarlo, me eriza todavía la piel.
En la plaza, mi mamá se encontró con una joven escritora y juntas esperaron a un grupo de escritores que venían caminando desde la zona 4. Los acompañó un rato y luego, al dispersarse, se topó con estudiantes universitarios, indígenas, familias bien, intelectuales, amigos y antiguos colegas de trabajo. Me recordó lo que Arturo Taracena me dijo una vez: el único momento en que se mezclan distintas clases sociales y etnias en Guatemala es durante la Semana Santa en las procesiones. No sé cuánto se mezclaron y rozaron como cuando se cargan andas, pero ojalá esta fuera más la regla que la excepción. Seguro evitaría crisis de esta magnitud.
Me alegró entonces saber cómo de forma espontánea, sin agenda o líderes visibles, llegaron niños, jóvenes y familias completas a expresar su descontento con el estado de cosas actualmente en Guatemala: ecos de las protestas de Ocupemos, a las que asistí en 2011. Según percibo, esta convocatoria —y ojalá un incipiente movimiento— no tuvo nada de «emocional», y ojalá que tampoco de «líquida», como dijera Zygmunt Bauman del movimiento 15-M en España. En realidad, fue muy alegre y lúdica, algo tan necesario para la moral ciudadana.
Hace casi 30 años nosotros salíamos de las dictaduras y estábamos todavía en guerra. Hoy las nuevas generaciones, con el potencial de la tecnología, asisten a una nueva transición en el posconflicto: entre lo que se percibe como el agotamiento completo de esa era que mal que bien nosotros vimos inaugurada gracias a la valentía, al sacrificio y a la sangre de otros, y la refundación del Estado guatemalteco, hoy carcomido institucionalmente, coaguladas sus arterias principales, como lo son el sistema político y de partidos. ¡Vaya empresa! Si lo del sábado es solo el comienzo, lo que falta es como tener que correr una maratón apenas habiendo aprendido a caminar.
Ojalá que no se evapore la agitación pacífica para seguir exigiendo rendición de cuentas. Que muchos la recuerden como un laboratorio de ciudadanía y la fuerza que puede tomar un movimiento cuando la gente se une por una causa común. Y que comprendamos por qué los trabajadores y la gente del campo están hartos desde hace más de cuatro años y también se organizan para demandar mejoras en su calidad de vida y la protección de sus derechos y territorios.
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