También provocó que se cuestionara al Gobierno de Guatemala, de por sí lastrado por otras crisis políticas, agudizadas con esta tragedia que interpela seriamente la capacidad del Estado para afrontar la evidente crisis del sistema de protección de niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad social. Sin embargo, ciertas apologías al oficialismo o la mera ingenuidad conservadora de algunos insisten en que no se deben politizar ni ideologizar estos acontecimientos.
Pero ¿es en verdad esto un asunto político? Sí, pues lo acontecido en dicha casa hogar entra en el debate público sobre el quehacer del Estado y sobre la responsabilidad de los tomadores de decisiones públicas. Un Jimmy Morales entrevistado en CNN, a pesar de los claros señalamientos que apuntan a una responsabilidad gubernamental, esbozó insolentemente una pobre justificación endilgando la responsabilidad al Ministerio Público, al Organismo Judicial y a «la familia», ignorando la nefasta cadena de toma de decisiones y nombramientos bajo su responsabilidad y mostrando no solo su incapacidad para gestionar crisis de este tipo, sino también la del Gobierno para intervenir y rediseñar un modelo de atención represivo que solo puede provocar vejación, violaciones y muerte.
Es político, dado que las adolescentes se encontraban bajo la tutela de una institución estatal. Los responsables de todas las vejaciones previas no llegaron allí por generación espontánea. El clientelismo y la corrupción en la conformación de los cuadros técnicos, profesionales y administrativos en las instituciones públicas se saldaron bajo la forma de una respuesta absurda del Gobierno que ignoró las denuncias, encubrió a los perpetradores y envió a reprimir y encerrar a las jóvenes. Se ignoraron las obligadas medidas preventivas y de transformación que debieron tomarse, dado que había una sentencia contra un responsable de vejámenes en dicho hogar y otras personas más ligadas a proceso. Es político porque revela la crisis de la capacidad de gestionar adecuadamente el modelo de atención a niños y jóvenes vulnerables, además de que es una expresión de la crisis del modelo de funcionamiento de la estatalidad guatemalteca.
¿Que si es ideológico? Sí, es fundamentalmente ideológico porque, conforme pasan los días, se desnuda no solo la realidad social que cruzaba la vida de estas niñas, sino también la visión del mundo interiorizada en la psique del guatemalteco, en la cual campean la hipocresía y la vulgarización de la tragedia al ser este incapaz de ver más allá de la supuesta irresponsabilidad familiar y darse cuenta de los millones de guatemaltecos a los que no se les asegura más que miseria y exclusión, y nunca un entorno sano y de oportunidades para la juventud. Reducir la causa a lo familiar es un recurso ideológico que invisibiliza el modelo social fracasado que funciona tranquilamente bajo nuestro severo autismo ciudadano.
Que ellas provinieran de contextos de alta vulnerabilidad social no era ninguna casualidad. Que todas tuvieran dicho origen común obliga a una mirada crítica sobre nuestro manera de hacer y entender la sociedad, aunque, para esta visión ideológica del deber ser del Estado, estas jóvenes por las que ahora se llora eran el polvo indeseable que se barre debajo de la alfombra o se encierra en una habitación, con el saldo ya conocido.
Cuando un grupo de jovencitas conmina hostilmente a los responsables de una institución de protección para ver si son tan valientes como para abusar de ellas sexualmente en público, lejos de la penumbra del olvido y de la indiferencia provocada por estos intersticios favorables a la impunidad y a la depravación criminal de quienes deberían proteger a estas niñas y no abusar de ellas, se evidencia el fracaso del Estado y de la sociedad que avala y legitima este estado de cosas.
Esta misma decadencia moral impide ver la serie de vejaciones traslapadas con diversos grados de complicidad detrás de la muerte de estas niñas. Impide ver que no las mató el fuego, que las mató la indiferencia, como dicen algunos, pero que ante todo las mató la imagen interiorizada de lo bueno y lo justo subyacentes en nuestra sociedad, que dicta cuál es la suerte que merecen quienes nacen bajo la condena de la pobreza y la exclusión social, a quienes el Estado no puede dar otra respuesta que abusar de ellas sexualmente, alimentarlas con pan mohoso y con mierda y finalmente deshacerse de ellas de la manera más cruel.
A quienes dicen que no debe politizarse ni ideologizarse esta tragedia, yo les digo: es la política, estúpido. La tragedia que nos mea en la cara es política. La miseria moral que hace que no podamos ver el trasfondo político de la muerte de estas niñas es ideológico. Esa misma ideología conservadora amalgamada con la cultura neoliberal ha hecho que perdamos el norte sobre el valor de la dimensión de lo público y el bien común. La tragedia nos interpela a todos. Es el modelo de sociedad y de Estado que hemos legitimado el que está en tela de juicio. No bastan los rezos ni las limosnas para los sepelios de estas niñas, a las que no solo les falló el Gobierno, sino que les fallamos todos por subsidiar y avalar un Estado que solo es capaz de proveer privilegios para los poderosos y muerte para los excluidos. En la criminalización de estas niñas subyace no solamente la causa de su muerte, sino la causa de la muerte de lo público.
Más de este autor