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En Campur reconstruyen, pero Conred no confirma si es habitable

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En Campur reconstruyen, pero Conred no confirma si es habitable

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• Campur, ubicada al norte de Guatemala en San Pedro Carchá, Alta Verapaz, quedó inundada al paso de las tormentas tropicales Eta e Iota.
• Seis meses después la Conred no dictamina si Campur es o no habitable. Las autoridades locales aseguran que es algo que evalúan «con calma».
• Las familias volvieron apenas bajó el agua. Para reconstruir sus casas y negocios solicitaron préstamos o invirtieron las remesas recibidas. Construyen sobre la incertidumbre.

Toda la aldea Campur, ubicada al norte de Guatemala en San Pedro Carchá, Alta Verapaz, quedó inundada tras el paso de las tormentas tropicales Eta e Iota. Seis meses después las familias afectadas pidieron remesas o sacaron préstamos para reconstruir, lo hicieron sin tener certeza de que el lugar es seguro porque, pasado tanto tiempo, la Conred no ha emitido un dictamen sobre el área.

Campur fue una aldea bajo el agua durante 72 días. Desde el 5 de noviembre de 2020 hasta el 16 de enero de 2021, los locales creyeron que su pueblo quedaría para siempre como una laguna, pero conforme cesaron las lluvias todo se secó. A seis meses de las tormentas Eta e Iota, el lugar está habitado, aunque no significa que todo volvió a la normalidad.

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En buena parte de la comunidad no hay energía eléctrica y la distribuidora Energuate no pretende reconectarlos hasta que la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) les certifique que el lugar está fuera de riesgo. La empresa es precavida, al igual que el gobierno, que no ha invertido un centavo en la reconstrucción de la comunidad.

Campur es la aldea más grande del municipio de San Pedro Carchá, y es el hogar de un aproximado de 1,890 habitantes, casi todos maya q´eqchi´ según los registros censales.

El centro de salud estatal ejemplifica la postura gubernamental. El edificio está cerrado, derruido, nadie lo descombró. En cambio, las casas y comercios vecinos fueron limpiados, rehabilitados con láminas nuevas o las que no quedaron tan oxidadas, y están habitados de nuevo.

Ramón Cu Xol, secretario del Consejo Comunitario de Desarrollo (Cocode) de Campur, estima que el 75% de los pobladores volvieron a sus casas. Él también volvió, pero no ha querido invertir en su hogar hasta estar seguro de que la tierra es habitable.

Otros, en cambio, no han querido esperar. Ha pasado medio año desde la tragedia y se atreven a construir casas de block y techos de concreto casi al borde de precipicios. Aquí la mayoría de personas tiene techos de lámina, así se observa y así lo tiene registrado el Instituto Nacional de Estadística (INE). Una terraza está fuera de lo normal.

«Los que están construyendo es porque tienen sus familiares en Estados Unidos, tienen remesas. Los que no tenemos familiares en el extranjero estamos esperando a ver qué dice el gobierno» dice este líder local. Ya pasaron meses, siguen a la espera de un un informe que no llega.

Mientras tanto, el bullicio regresó a Campur. Los tuc tuc se agolpan en la estrecha calle principal a la espera de pasajeros que bajan a esta área para comprar alimentos. Los buses de pasajeros que van a Carchá o a Fray Bartolomé de las Casas circulan con regularidad, el mercado está activo. El humo de las cocinas a leña de los puestos de comida se pierde entre la lluvia de mayo. Aquí, en donde hace poco se formó una enorme laguna, la vida debe continuar.

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Campur bajo evaluación

Dominga Coc Ba, de 35 años, recuerda el día que tuvo que huir de su negocio. Fue el 5 de noviembre y se resistía a dejar su venta porque tenía un congelador lleno de carne de res y pollo que, tenía esperanza, podría cocinar para vender.

El servicio de energía había quedado suspendido en el área comercial, en la estrecha calzada principal de Campur, debido a las fuertes lluvias que anticiparon la llegada de Eta. La carne estaba en riesgo, y ella también.

«Señora, salga de ahí, es peligroso» recuerda que le decían cuando la tormenta estaba cerca, pero ella no creía que todo se fuera a inundar.

Su tienda estaba en un área elevada, pasaron dos días para que el agua que caía del cielo se juntara con la que emergía de la tierra, pero ella resistía. Cuando una de las casas que está a la orilla de la calle principal sucumbió y sus tobillos quedaron sumergidos, casi a la altura del corte, que es su vestimenta tradicional, resolvió salir con lo que pudo llevar en brazos.

Para que sus tobillos se mojaran, el nivel de inundación ya era de varios metros. Con la tenaza que tiene en la mano manipula la carne y también la usa como extensión de su brazo para señalar al otro lado de la calle, en donde se observan los vacíos que dejaron las casas y locales que se desmoronaron por la fuerza del agua.

Las estructuras que siguen en pie no tienen fundamento seguro. Están a la orilla de algo que parece un embudo de tierra, del que salió el agua que los inundó durante poco más de dos meses.

En realidad, esos embudos tienen un nombre técnico. Los geólogos los llaman sumideros o dolinas. Entre el pueblo los conocen como siguanes o desagües naturales, comunes en áreas como Campur, en donde abunda la piedra caliza.

César Montenegro, coordinador de la carrera de Geología del Centro Universitario del Norte (Cunor) de la Universidad de San Carlos, trata de explicar de forma sencilla lo que pasa debajo de la tierra en esta aldea. «Campur está metido en unos hoyos que parecen como palanganas. Esas son las dolinas».

A la orilla de estas dolinas hay decenas de viviendas. Algunos han sido creativos y colocaron columnas largas para poder tener una base para edificar, al nivel de la carretera, una vivienda que aparenta estar sobre un terreno plano. Otros hicieron casas de dos niveles hacia abajo, y unos cuantos más construyeron techo de concreto donde antes todo era lámina galvanizada.

El geólogo visitó Campur en marzo de este año como integrante del Consejo Científico que tiene a su cargo emitir un informe de la situación de la aldea.

El Consejo Científico está integrado por los delegados de diferentes instituciones y operan bajo la dirección del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh). Este consejo se activa a pedido de la Conred, que pide informes técnicos en casos de riesgo.

Durante su visita, el geólogo tomó varias fotografías para documentar sus principales hallazgos. Las dolinas fueron manipuladas por los habitantes. Algunos las convirtieron en un desagüe particular, porque en la comunidad no existen. Colocaron tubería para desechar aguas residuales, en algunos casos les colocaron tapas de concreto. En otros, «la gente empezó a rellenar para aplanar y formó una capa que obstruye la salida natural», dice Montenegro.

Montenegro aclara que esto no fue la causa principal del anegamiento en la aldea, pero no descarta que haya contribuido. Debajo de la tierra fluyó mucha agua y esta buscó una salida,  pero se encontró con que también había lluvia que buscaba desaguar y no tenía por dónde hacerlo. El resultado: un taponamiento que mezcló agua, lodo, piedras, y dejó todo sumergido.

Yeison Samayoa, director del Insivumeh, atiende una entrevista en su oficina de la ciudad capital, a 269 kilómetros de Campur. Delegó en el subdirector Francisco Juárez la coordinación del Consejo Científico. El dictamen está en proceso, lleva tiempo, dicen los dos.

Empezaron a trabajar en febrero y esperan terminarlo a finales de mayo. «Es de evaluar, de hacer estudios, de ir a campo. Llegar a un consenso (de agenda y asignación de viáticos para las salidas) entre tantas instituciones se vuelve complejo», señala Samayoa.

Cuando se les cuestiona por qué demora el informe, señalan que el proceso lleva tiempo. «El fin del Consejo es dar una opinión técnica y científica, hay que tomarlo con calma y hacer todos los análisis respectivos» añade Juárez.

En Campur lo menos que hay es calma. Si no regresaban a sus terrenos, a sus siembras de café, milpa, frijol, si no levantaban los pequeños negocios, ¿de qué iban a vivir?

Si concluyen el informe a finales de mayo, todavía falta otro trecho por recorrer.

La Junta Ejecutiva de Conred, que es la única que puede declarar un área en riesgo, o dar recomendaciones, debe analizar la información y emitir una resolución. Esta Junta está dirigida por el Ministerio de la Defensa y la integran otros nueve representantes de ministerios, el Colegio de Profesionales, los Bomberos y el Cacif.

El geólogo Montenegro señala que su opinión técnica fue recomendar la instalación de una estación meteorológica en Campur, que las dolinas o desagües naturales sean rescatados y que la comunidad tenga un ordenamiento territorial, para que ya no permitan la edificación en las zonas bajas con mayor riesgo.

Si llegara fuera aprobada, la urgencia de los habitantes de Campur por recuperar sus vidas hace que no sea sencilla de cumplir.

Uno de los vecinos entrevistados en Campur, que no quiso dar una entrevista formal, contó que rehabilitó la vivienda de sus hijas en el mismo lugar en donde que emergió de la tierra escapó en forma de catarata. Su plan B es que si el área vuelve a ser afectada, trasladará la estructura de madera y lámina sobre las rocas enormes que tiene a un costado, dentro de su mismo terreno.

Esa piedra es dura y se mantuvo firme a pesar de la inundación. Eso, para él, es un indicador que le da tranquilidad. Reconoce que será difícil construir ahí, pero está dispuesto a correr el riesgo. Es la herencia que su esposa repartió a sus hijas, que iniciaron su propia familia, y no están dispuestos a perderlo. Es su plan independientemente de lo que el Consejo Científico o la Junta Ejecutiva de la Cored recomiende.

El alcalde de San Pedro Carchá, Winter Coc, sugirió el traslado de la comunidad a otro terreno cerca de la cabecera municipal. La idea no convence a los pobladores.

La ayuda se secó, igual que el agua

Los pobladores de Campur han recibido ayuda de organizaciones no gubernamentales y particulares. El 7 de mayo, el Gobierno de Japón culminó el proyecto de rehabilitación de cuatro sistemas de agua en el que invirtieron 250,000 dólares.  Dominga Coc Ba, recibió un aporte de mil quetzales de la organización Plan Internacional, pero quedó fuera de otros beneficios como la dotación de láminas que hizo la Municipalidad de San Pedro Carchá, porque no tiene casa propia.

A la comunidad le donaron colchones, ropa, dinero, alimentos cuando todo estaba anegado. Desde que volvieron a sus casas, la ayuda disminuyó.

El Cocode de Campur viajó a la capital en la primera quincena de mayo para solicitar ayuda a diferentes instituciones de gobierno. Sienten que desde que el agua desapareció los dejaron olvidados.

Piden techo mínimo, que no significa otra cosa que láminas. También quisieran que el Fondo para la Vivienda (Fopavi) del Ministerio de Comunicaciones, les apoye para rehacer las pequeñas casas de block y lámina. Piden que el Ministerio de Cultura les provea zapatos a los poco más de 700 niños, niñas y adolescentes que perdieron hasta los útiles escolares en la inundación. Quieren que les den un bono del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), como el que repartieron por el COIVD19. Y también quieren que les reparen la carretera de ingreso, que quedó en peor estado por causa de las tormentas.

A la ruta nacional 05, que une con la Franja Transversal del Norte (FTN), le faltan 25 kilómetros para llegar a Campur, y este tramo está en condiciones casi intransitables. Campur tiene varias salidas, desde ahí se puede ir a Chisec y a Fray Bartolomé de las Casas, otros municipios de Alta  Verapaz. Los líderes comunitarios se quejan de que les hayan dejado tirado el proyecto de construcción de siete kilómetros de carretera hacia el Pajal. Llevan 12 años con la ilusión de que lo terminan y no pasa nada.

Cuentan que en el sector colocaron balastro, pero apenas en una primera fase. Hace poco llegó maquinaria, pero se fue sin terminar. De Campur a Valle Verde, Fray Bartolomé de las Casas, se derrumbaron dos partes de la carretera, y ahí «la pobre gente aportó para arreglarlo y echarle piedra para que pasen las coaster de transporte y camiones pesados», relata otro líder local.

En Campur lo que escasea es el dinero y lo que urge es reactivar el comercio. Y sin esas rutas de transporte todo se encarece y dificulta.

Ramón Cu Xol, el secretario del Cocode, menciona una realidad ineludible. Ellos no pueden presionar al Consejo Científico para que agilice el informe, «porque somos comunitarios y no podemos exigir». En cambio, el gobierno, ese sí que puede, «porque son ellos los que tienen el mando. Yo creo que por vía de gobierno sí pueden porque (los que deben tomar la decisión) son empleados del gobierno».

A ellos nadie les ha explicado lo que los técnicos del Consejo Científico dicen. Que hacer un estudio lleva tiempo, y que hay que esperar a que las agendas de todos los participantes coincidan para que se reúnan y tomen decisiones. Cuando el Consejo emita su informe, la Junta Ejecutiva de Conred tomará otro tiempo para tomar la decisión final. ¿Cuándo? No hay respuesta.

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Organizarse para prevenir

En tanto se resuelve el futuro de Campur, la población se organiza. Luego del desastre que provocaron las tormentas tropicales, quedó establecida la Coordinadora Local para la Reducción de Desastres. Carlos Choc Choc, que la dirige, dice que su objetivo es «salvar vidas».

Este maestro de educación física se involucró en el rescate de las familias durante la emergencia. Vive en la parte alta de la aldea y en su vivienda albergó a varias personas.

Cuenta que lo que más le interesa es ubicar sitios para establecer albergues en caso se repita la historia de la inundación. En la comunidad todos saben que alguna vez este territorio fue una laguna. A quien se le consulta, narra un relato que no está escrito ni tiene más fuente que la tradición oral.

El lugar era una finca de café que habitaron alemanes. A ellos se atribuye haber plantado dos ceibas al pie de cada extremo de la laguna. Los árboles siguen en pie, pero el agua con el tiempo se secó. Otros dicen que llevaron combustible de un barco para agilizar el proceso de evaporación. Historias que sorprenden, que no cuadran. 

La población vivió con temor durante meses, incluso cuando bajó la inundación. Escuchaban retumbos, sentían que temblaba. Una tenebrosa novedad, porque aquí la constitución geológica, con piedras enormes en casi todo el territorio, que sirven de fundamento en la construcción de las casas, se enteran de los sismos que asustan en la capital  porque nunca los han sentido. Esto ya paró, pero el temor es latente.

Cuando Carlos Choc Choc apoyó con el rescate de personas, habilitaron una escuela, la única que está en la parte alta para recibir a los perjudicados. Resulta que el agua les quedó a 800 metros de distancia. Él narra que la falta de organización los afectó mucho. La población salió para donde pudo, por las tres salidas que tiene la aldea, y eso dificultó la distribución de la ayuda.

El ingreso más accesible era por San Pedro Carchá, entonces los que quedaron de ese lado sí que recibieron apoyo de forma ágil. A los demás había que trasladarla en pequeñas balsas y de a pocos.

También les pasó que la ayuda llegaba a unos líderes y creció la desconfianza por la forma en que la distribuían. El secretario del Cocode, Ramón Cu Xol, tiene una explicación para esto. «Han venido asociaciones de pastores, pero somos 641 familias y nos dicen escojan 100 familias y las otras son las que se quedan molestas».

El propósito del encargado de la nueva Colred es que el apoyo se distribuya de forma más equitativa. También tiene el peso de organizar a la comunidad para capacitarla. Lo más importante, por el momento, es que todos sepan que si llueve dos días continuos o ven que el agua vuelve a brotar del suelo, no deben esperar. Tienen que salir pronto a buscar refugio. También quiere que todos sepan la importancia de los siguanes, para que los limpien y dejen libres para que el agua de lluvia desfogue de forma natural.

Cu Xol, del Cocode, dice que ellos incluyeron en sus solicitudes de apoyo que les donen tinacos de agua. «Si nos tenemos que mover, por lo menos podremos llevar nuestros tinacos. Porque nos dimos cuenta durante los tres meses que estuvimos albergados, que casi dejamos sin agua a los vecinos (que los ayudaron)».

La mentalidad en Campur es de prevenir hasta en estos detalles, aunque para quien lee pueda resultar descabellado.

 

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