Dependiendo de la configuración del próximo Congreso, que se prevé pase a manos republicanas por considerarse este año una suerte de referendo del gobernante en el poder (si bien los demócratas todavía tienen la esperanza de que retendrán por un pelo el Senado), se puede empezar a vislumbrar que en la próxima década las fuerzas conservadoras tendrán la sartén por el mango en cuanto a decisiones clave como el nombramiento de los próximos magistrados a la Corte Suprema de Justicia sellando así su mayoría conservadora por varias generaciones.
Recordemos que la actual mayoría conservadora eliminó el derecho al aborto, pero también está en sus manos que desaparezcan mandatos de acción afirmativa para garantizar oportunidades de acceso a minorías étnicas en las universidades, y la restricción del derecho al voto que también penalizará a las minorías raciales. Una eventual agenda republicana también incluiría temas que pondrán en jaque el medio ambiente o cualquier viso de reforma migratoria integral.
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Así las cosas, los analistas siguen rompiéndose la cabeza sobre el peso electoral real que los votantes latinos tendrán en estas cruciales elecciones, considerando que son el segundo bloque de votantes (aproximadamente 34 millones de electores), a pesar de que solo la mitad sale a votar durante los comicios. Y ese es precisamente el meollo del asunto: ¿qué hacen los dos partidos predominantes para conectar con este segmento y ganarse su voto en elecciones cerradas como las que se anticipan (y en el futuro), y cómo podría ser determinante en el balance de fuerzas en los distintos niveles de elección?
En primer lugar, creo que los partidos empiezan a entender que al igual que la población en general, no hay un solo tipo de votante latino, sino que múltiples identidades políticas, dependiendo de sus orígenes, el estado donde vivan, sus preocupaciones diarias y su generación.
No vota igual un mexicano estadounidense cerca de la frontera o en Los Ángeles, que un cubano, nicaragüense o venezolano estadounidense en Miami, una puertorriqueña en Pensilvania, o un salvadoreño o guatemalteco recién naturalizado en Chicago. Entender estos matices es necesario y parece que los republicanos están aprovechando el descontento que existe en la comunidad latina sobre el pobre esfuerzo de sus candidatos, tanto republicanos pero especialmente demócratas, para enganchar con estos votantes.
De allí la noción de que los latinos no están casados con un solo partido, sino que son el verdadero «estado swing», según una encuesta de Futuro Media, que podría definir los resultados hacia uno u otro candidato. Es el caso de Georgia donde los latinos se inclinan por muy poco hacia el candidato republicano a Gobernador, Brian Kemp, sobre la candidata demócrata Stacey Abrams. Sin embargo, prefieren al actual Senador demócrata que busca su reelección, Raphael Warnock. Conseguir esta curul para los demócratas, así como la de la Senadora por Nevada, Catherine Cortez Masto son esenciales para que el Senado permanezca demócrata. Aquí, los electores latinos representan 20 por ciento del electorado. Los demócratas creen tener un nicho en los hispanos para ganar, pero sus preferencias han evolucionado y podrían constituir el «swing vote» en favor del contendiente republicano. En Pensilvania, los latinos se inclinan más hacia los demócratas; y en Florida, los republicanos mantienen su preeminencia con los votantes latinos, mayoritariamente cubanos y venezolanos.
Los y las latinas no son insignificantes en trazar el futuro de la democracia en este país. El nueve de noviembre será el banderazo de salida para las elecciones presidenciales: ¿invertirán mejor los partidos en relacionamientos genuinos con las comunidades latinas para encontrar sus motivaciones y con base en ello, movilizar y captar su voto en 2024?
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