Los manifestantes que se volcaron a las calles en el 2015 tuvieron muchas aspiraciones para nuestro país. Sus consignas pidieron un fin a la corrupción, un alto a la impunidad, un «¡basta ya!» al clientelismo político, una renovación de nuestro sistema político y electoral, la renuncia de contrabandistas y sus socios empresariales. Pero el domingo 25 de octubre de 2015 el pueblo fue a las urnas y eligió más de lo mismo. El gobierno recién electo es desde ya acusado de vínculos con la corrupción y el narcotráfico, su equipo de trabajo ha recibido denuncias por violaciones a la ley y su rosca más cercana está conformada por exmilitares de la Cofradía. Quisimos conseguir el establecimiento de un gobierno limpio para reemplazar la cleptocracia que nos gobernaba y fallamos. Pero esta gente no estaba sola. Su demanda fundamental es la que ha motivado a la gente durante muchas décadas a tomar una posición en contra de gobiernos corruptos, abusivos y autocráticos. Nosotros, que queríamos una democracia basada en reglas justas y abstractas, seguiremos en lucha. El fortalecimiento de la democracia y su cuidado en los próximos años nos permitirán decir lo que pensamos y construir nuestro futuro y el de los que vienen atrás.
La democracia está pasando por un momento difícil. A pesar de que algunos autócratas fueron expulsados, sus opositores son más de lo mismo y fracasarán para hacer de Guatemala un régimen democrático viable. Pero, para consuelo y lección, la situación de Guatemala no es única. En la segunda mitad del siglo XX, las democracias habían echado raíces en las circunstancias más difíciles en Alemania, que había sido traumatizada por el nazismo; en India, que tenía la mayor población pobre del mundo; y en Sudáfrica en la década de 1990, que había sido desfigurada por el apartheid. En nuestros países del Sur global, la descolonización creó una serie de nuevas democracias en África y Asia, y los regímenes autocráticos dieron paso a la democracia en Grecia (1974), España (1975), Argentina (1983), Brasil, Guatemala (1985) y Chile (1989). El colapso de la Unión Soviética creó muchas jóvenes democracias de Europa Central.
El progreso que vimos en el siglo XX se ha estancado en el XXI. El avance global de la democracia ha llegado a su fin e incluso puede empezar a ir en reversa. El centro de pensamiento Freedom House reconoció que el mundo lleva más de 10 años consecutivos en los que la libertad mundial disminuyó, y la marcha de esta hacia adelante alcanzó su punto máximo a principios del siglo XXI. Muchas democracias nominales se han deslizado hacia la autocracia. Muchas otras continuaron con el mantenimiento de un discurso democrático a través de elecciones deslegitimadas y sin opciones reales (tal y como ocurrió en Guatemala en este último proceso electoral). Incluso en su corazón la democracia está sufriendo claramente de graves problemas estructurales en lugar de algunas dolencias aisladas. Desde los albores de la era democrática moderna en el siglo XIX, la democracia se ha expresado a través de los Estados-nación y los Parlamentos nacionales. Las personas eligen representantes que mueven los hilos del poder nacional por un período determinado. Pero ahora esta disposición está bajo asalto por todos nosotros desde adentro y por los otros afuera.
Con el poder de los otros afuera, la globalización ha cambiado la política nacional profundamente. Los políticos nacionales han debido entregar cada vez más poder, por ejemplo sobre el comercio y los flujos financieros, a los mercados mundiales y a los organismos supranacionales, por lo que pueden encontrar que no son capaces de cumplir las promesas que han hecho a los votantes. Organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, la Cicig, el Plan de la Prosperidad y la Unión Europea han extendido su influencia en nuestros países. Hay una lógica convincente para gran parte de esto: ¿cómo puede un solo país enfrentar problemas como el cambio climático o la evasión de impuestos? Los políticos nacionales han respondido a la globalización al limitar su discreción y entregar el poder a los tecnócratas no elegidos en algunas áreas.
El mayor desafío a la democracia, sin embargo, viene desde adentro, desde los propios votantes. Este domingo muchos nos abstuvimos de ejercer nuestro poder democrático debido a que nuestras opciones políticas fueron anuladas por la captura de las elecciones por el analfabetismo funcional heredado a lo largo de más de 50 años de militarización y por la subsecuente huida de los intelectuales que pudieron haber sido una opción viable hoy en día. Nos tocaba elegir entre un peligroso actor racista y clasista capturado por exmilitares contrabandistas y una candidata vinculada al clientelismo político y al enriquecimiento ilícito durante los cuatro años de gobierno de su exesposo Álvaro Colom.
Tal y como explicó Alexis de Tocqueville en el siglo XIX, las democracias siempre se ven más débiles de lo que son realmente: son toda confusión en la superficie, pero tienen un montón de fuerzas ocultas. A pesar de que una vez más el sistema democrático guatemalteco eligió al menos peor de entre los peores, es innegable que nuestra democracia es mejor a la alternativa de una autocracia. Nos tocan otros cuatro años de lucha en los cuales debemos defender este sistema de gobierno y protegerlo activamente de aquellos que quieran asesinarlo. El pueblo unido jamás será vencido. Educando a nuestro pueblo y construyendo un país donde la discusión sea más abierta, democrática, tolerante e inclusiva conseguiremos, quizá en las próximas elecciones, elegir a un verdadero líder.
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