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El Ojo Abd o Esto es Guatemala (parte 1)

"Guatemala fue un amor a primera vista. Al poco tiempo de haber llegado, un diputado me tiró de una tarima y a los dos días me pidió perdón en el Congreso de la República, ¿vos te crees que eso puede pasar en otra parte?"
"Yo no sé si son la excepción. La excepción es la zona 14. Todo lo otro, no lo es: ¿quién no tiene en Guatemala un familiar alcohólico?, ¿un familiar que ha muerto de cirrosis?, ¿un familiar que es un jornalero que gana lo mínimo y que además tiene un hermano trans que no es muy aceptado pero todo el mundo sabe lo que es y más de alguno lo ha querido matar? ¿Cuántos? Miles. ¡Empezá a sumar todo lo que estamos hablando!"
Rodrigo Abd
La comadrona Francisca Raquec atiende un parto en la aldea El Llano, Chimaltenango.
Una de doce osamentas encontradas en una fosa común localizada en Sololá.
Marylena Bustamante con el retrato de su hermano desaparecido durante la guerra.
Un médico forense exhuma a víctimas del conflicto armado en Chucalibal, Quiché.
La fosa del cementerio La Verbena, en donde esperan encontrar desaparecidos durante la guerra.
Familiares observan los restos del niño Gaspar Terraza asesinado por el ejército en la masacre de Nebaj.
Investigadores recogen evidencia en la escena del crimen de un hombre que fue decapitado.
La sala de operaciones del hospital San Juan de Dios, luego de intervenir a un hombre herido.
Marta Reyes maquilla a su hija asesinada.
Berta Urias en su casa, ubicada en el asentamiento Pavón.
Herlinda Rodríguez carga a su hijo desnutrido en una aldea de Jalapa.
Ingrid Castro sostiene la camiseta de su esposo que fue desaparecido después de ser herido.
"El Soldado" besa a su hijo. El pandillero fue asesinado.
"El Criminal" posa luego de ser detenido.
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El Ojo Abd o Esto es Guatemala (parte 1)

Historia completa Temas clave

Ha fotografiado los recientes conflictos armados en Afganistán, Libia y Siria, pero vive en Guatemala desde hace nueve años. Ahora que Rodrigo Abd está a punto de dejar el país en busca de nuevas experiencias, que sirva el registro de esta conversación sobre la vida y la muerte, el bien, el mal y un albañil que bailaba con momias, como testimonio de su vida aquí. Esta es la primera de dos partes.

De la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar.
Al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica…
Roberto Bolaño, El Ojo Silva

Apartémonos un rato y observemos
Shakespeare, Hamlet

La dependienta, guatemalteca, lo saluda en argentino: ¿Qué hay, che? Rodrigo me presenta: Te traje un amigo, dice y sonríe: una sonrisa abierta, generosa. Yo pienso entonces que quizá sea ese uno de sus rasgos fundamentales: Rodrigo Abd es un tipo que no escatima sonrisas, a pesar de lo que su ojo ha visto y registrado. Quedamos de encontrarnos en un amable local frente a la Universidad Mariano Gálvez, una suerte de taberna rústica cuyas paredes, de madera, están cubiertas con fotografías de ídolos del rock, del cine y del deporte (los Beatles, Marilyn y Maradona, si quisiéramos sintetizar) y que presume de vender las mejores empanadas argentinas de Guatemala. Rodrigo se me queda viendo, como calculando a ver cuánto soy capaz de comer, y ordena.

– ¿Una cervecita mientras salen las empanadas?–dice.

Comenzamos entonces a charlar. De su vida y de su oficio, pero sobre todo de este país, que se ha vuelto su centro, su glándula indispensable. Qué iba yo a saber que a partir de aquel momento comenzaba un recorrido personal, íntimo, por las tripas del lugar donde nací (y donde vivo) pero a través de una conversación libre de los típicos aspavientos moralizantes, ideológicos o pretendidamente líricos, con los que solemos contaminar nuestros cobardes intentos por comprender la realidad. Esto es Guatemala, me dijo el ojo incansable, vital, curioso hasta la extenuación de Rodrigo Abd, el fotoperiodista argentino de la AssociatedPress que acampó hace nueve años en Guatemala, un país en donde “todos los problemas latinoamericanos están potencializados y a flor de piel”.

Ahora que Rodrigo está a punto de levantar la carpa para encontrarse con otras realidades, que sirva como testimonio de su vida aquí, el registro de esta conversación sobre la vida y la muerte, sobre el bien, el mal y un albañil, como salido de la imaginación de Shakespeare, que bailaba con momias.

Katmandú, Bangladesh o Siberia

A sus treinta y cinco años, Rodrigo Abd ha pasado de trabajar como fotógrafo de planta en los diarios La Razón y La Nación, a cubrir, para la AP, las crisis políticas de Bolivia (2003) y Haití (2004), las elecciones presidenciales de Venezuela (2007) y el terremoto en Haití (2010). Ese mismo año fue dos veces incorporado a las tropas estadounidenses en la provincia de Kandahar, Afganistán, país en el que además vivió durante doce meses (2006). Cubrió también el conflicto político en Libia (2011) y el conflicto armado en Siria (2012). Pero a Guatemala, su silla turca, llegó por casualidad.

Formaba parte entonces de los veinte fotógrafos de planta del diario La Nación, cuando una compañera suya aplicó para un puesto de AP en Buenos Aires. Obtuvo el trabajo y Rodrigo pensó que quizá había allí una alternativa. “Yo estaba cansado de cubrir la crisis, estaba harto del país, de lo que pasaba, de tanto quilombo, porque lo había sufrido personalmente. Aparte, siempre tuve ganas de viajar, de experimentar, siempre había querido vivir en otro lugar. Entonces hice mi portafolio, me envalentoné y le dije a esta chica: ‘Mirá, acá lo tienen, dáselo al jefe de AP en Buenos Aires’. Ella me dijo que había una posibilidad en Bolivia o Paraguay”.

Pero a la vida no le gustan las autopistas, se aburre cuando las líneas son rectas, prefiere las vueltas, brinca de entusiasmo ante las curvas ciegas, ante las vereditas sinuosas: la compañera que ahora trabajaba en AP le advirtió a Rodrigo que la competencia para los puestos en Bolivia y Paraguay era dura.

Rodrigo se encontraba cubriendo la temporada de playa en Buenos Aires, la playa en medio de la crisis, algo así, cuando recibió una llamada en su celular, una llamada en inglés. La jefa mundial de AP en Nueva York se había interesado por su manera de fotografiar la crisis argentina y le ofrecía un puesto en Centroamérica. ¿Centroamérica en dónde?, preguntó Rodrigo en chancletas y traje de baño. Tenés que estar en México quince días y de ahí te vas a Guatemala, dijo la mujer al otro lado de la línea. “Y yo buscando mi bibliografía de Guatemala, ¿no?, perdido completamente. En Argentina nadie sabe lo que pasa en Guatemala. Tenés una idea de que pasan cosas jodidas, nada más. Y luego está lo típico que todo el mundo te dice: ¿Y por qué?, ¿qué hacés en Guatemala? Los argentinos tienen una idea muy errada y de muy mala educación: cuando parecía que Argentina iba a ser un país próspero, que podía convertirse en el granero del mundo y en una potencia, a los argentinos les hicieron creer que eran muy importantes. Y lo siguen creyendo, siguen creyendo que la Argentina es un país de gente muy inteligente y que, por alguna razón, nos va mal. Para mí, venirme a Guatemala fue una decisión terminante. Y vine con muchas ganas de aprender. Porque yo venía en cero”.

Pero eso comenzó a cambiar desde el primer día y, durante nueve años, Rodrigo Abd se ha dedicado a retratar y a contar, más allá, mucho más allá de su contrato con la AP, lo que los entendidos han llamado la Guatemala profunda, que es la de la pobreza de los cortadores de caña, por ejemplo, pero es también la de los charamileros que habitan las cantinas del Mercado Colón. La de las reinas de belleza mayas y los transexuales. La de los internos en un paupérrimo hospital psiquiátrico y los calaqueros que trabajan por comisión para funerarias que antes fueron talleres mecánicos. La de las maras y los exhumadores del cementerio La Verbena. La de los seres humanos cuyas vidas se cruzan en la emergencia del San Juan de Dios.

Sin embargo, el interés de Rodrigo Abd por contar las vidas de quienes habitan la periferia humana, no nació aquí: “mi primer trabajo, antes de comenzar en los medios, cuando estaba estudiando, fue un taller de arte en un neuropsiquiátrico. Después, ya trabajando, fotografié a los trabajadores del subte en Buenos Aires, los tipos que arreglan los rieles, que viven en la oscuridad. Y como la empresa no me había dado un permiso, yo me hice cuate de los trabajadores. Me quedaba noches enteras con ellos. Me dejaban entrar por una puerta en la noche y me quedaba recorriendo las líneas vacías mientras ellos trabajaban. Después empecé a hacer fotos de cartoneros, la gente que tenía que juntar cartones para sobrevivir y que se multiplicaron por miles durante la crisis en Argentina. Otro trabajo fue con los que tenían depósitos incautados en los bancos y salían a protestar… Y mientras hacía eso estaba dentro de un medio que me daba poco tiempo. Para mí era un esfuerzo enorme trabajar diez o doce horas en el diario y después dedicarle mis días libres a esas notas que yo creía que eran interesantes y que las podía hacer.”

Y entonces una llamada telefónica en donde escuchó Guatemala. “Pero si a mí me decían Katmandú en barco, yo me iba. Si vos me decías Bangladesh o Siberia, yo me iba”.

Rodrigo apura la cerveza, sonríe y se levanta.

–Che, termináte la cerveza y vamos, se van a enfriar las empanadas

– ¿Ya están?

–Boludo, están desde hace veinte minutos.

El oficio: salir a la calle y poner el cuerpo

En San Salvador, durante el Foro centroamericano de periodismo 2012, organizado por el periódico digital El Faro, Enrique Naveda, editor general de este medio, se acercó a saludar a Jon Lee Anderson, periodista imprescindible, descendiente de Kapuscinski, biógrafo del Che y uno de los periodistas extranjeros que mejor entiende América Latina. De Guatemala, ¿no?, repitió Jon Lee Anderson hacia el final de la conversación, y luego añadió: Salúdame, por favor, a Rodrigo Abd.

Meses después, cuando preparábamos esta entrevista, Enrique le escribió para pedirle que describiera en una o dos páginas a Rodrigo Abd en el escenario internacional y su relación con él. Esta fue su respuesta: “Lo siento Enrique, estoy en la frontera turca con Siria y a punto de entrar a Siria; no tengo tiempo para esto, aunque quisiera. Rodrigo es un tipo magnífico, excelente fotógrafo, súper majo en personalidad y valiente como pocos. Anda su yerba mate por todos lados y me lo convidó una noche fría en Kandahar, hace un par de años. Abrazos, Jon Lee.”

De 2003 a la fecha, las fotografías de Rodrigo Abd han sido reproducidas por diarios de todo el mundo y él mismo ha recibido un importante número de premios y menciones por la calidad de su trabajo, todo lo cual es apenas una de las consecuencias del que quizá es otro de sus rasgos definitivos: una incansable, casi desesperada pasión por el trabajo, una necedad por empujar su oficio hasta los límites del agotamiento, como lo confirman quienes han tenido la fortuna o desgracia de trabajar con él.

–Cuando tengas cincuenta años no te va a alcanzar una casa para guardar todo este trabajo –le digo ya en el apartamento, después de haber conocido a Lorena, su novia, su compañera, y mientras él hace un inventario de lo que hay delante de nosotros, desparramado por toda la sala, en el suelo, en los sillones: cámaras de fotografía subacuática, telones negros, un teléfono satelital, discos duros de 2 terabytes, cuatro cámaras Canon, bolsas, grabadoras, una camarita digital, papel húngaro blanco y negro, cajas de más papel, trípodes… Y sin embargo Rodrigo no es lo que llamaríamos un amante de la fotografía, todos estos adminículos no son sino los engranajes de una máquina mayor que le sirve para hacer lo que más le interesa en la vida: contarla. ‘Para mí todo eso de la magia de la fotografía nunca fue importante, eso es muy de fanáticos. Para mí la fotografía es un vehículo para acceder a determinadas historias y contarlas. Si después todo eso se cuenta con una estética linda, se cuenta con un clima que apuntala lo que queremos decir, me parece mucho mejor, pero lo importante para mí es la nota. Creo que si para vos lo principal es la estética y a eso subordinas todo lo demás, la cagás.Los que hacen eso son los que yo llamo fotógrafos lindistas, que es lo que yo trato de no hacer. A mí la fotografía me empezó a interesar desde el momento en que entendí que me salía mejor que escribir, que me gustaba estar en la calle y que escribir tenía mucho que ver con estar encerrado. La fotografía me permitió poner el cuerpo. A mí me suena más poner el cuerpo.”

¿Cómo fue el momento en que sostuviste una cámara por primera vez y te diste cuenta de lo que podía hacerse con ella?

–Durante el curso de fotografía básica en la Universidad, poco a poco me fui dando cuenta de que podía ir a las marchas estudiantiles a sacar fotos, fotos de esa ebullición en un momento de muy poca ebullición política, como fueron los noventa en la Argentina, y que al hacer eso me sentía parte de algo. Esa sensación es muy intensa. Y muy intenso es también ver que una foto tonta que sacás en un subte, la tirás sobre un papel en blanco y la imagen de repente cobra sentido.

¿No hay ningún antecedente en tu infancia o adolescencia que podás identificar como el principio de tu interés por la fotografía?

–No, bueno… mi viejo tenía una Voightlander y le gustaba la fotografía. Siempre tenía la cámara. Pero más allá de eso, no hay como un romance. Creo que lo que me gustó a mí de la fotografía y fue una de las razones fundamentales por las que quise ser fotógrafo de prensa, fue que a los 20 años les propuse a mis amigos hacer un viaje de mochileros a Bolivia, Perú, Chile. Me llevé una camarita pocket y me convertí en el fotógrafo oficial del viaje. Solo por hacer eso empecé a ver en Bolivia, por ejemplo, una realidad social muy distinta a la de la Argentina.

La imagen de un tipo que corre bajo las balas de un conflicto (Siria, Libia, Afganistán) en el que él no es protagonista sino espectador, con una cámara fotográfica colgada del cuello y la presencia de la muerte respirándole en la nuca, ¿fue una vocación descubierta en las redacciones de la Razón y la Nación? ¿O la vida misma, como muchas veces ocurre, te llevó a ello sin que vos metieras las manos?

–Siempre me atrajo mucho el límite. Pero el límite no tiene que ver solo con las balas, ¿eh? El límite son los mineros de Guatemala, el tipo que si no baja ese día al basurero, no tiene qué comer. Límite por ahí es también el tipo que está encapsulado en calaquear, en buscar muertos porque no puede hacer otra cosa, que se mete de todo porque tiene que convivir con la muerte todo el tiempo, que se la pasa, como dice Asturias, o loco o borracho. Después, cuando ya me empezó a gustar la fotografía, compraba libros de guerra. Don McCullin, James Nachtwey, Capa. No sabía bien por qué, tal vez porque era heroico, tal vez porque es superlativo hacer fotos en un lugar donde tu vida corre riesgo. Sin embargo, en este tiempo he pensado que yo no me metí a esto para ser corresponsal de guerra. Antes de llegar a AP y a Guatemala yo las primeras historias que hice fueron como la de los trabajadores del subte. Y lo más importante es que nunca quise terminar de hacer periodismo, terminar de hacer la nota del día e irme a mi casa. Nunca me sentí satisfecho con eso.

¿Alguna vez, en mitad de un trabajo, te has preguntado: y yo qué diablos estoy haciendo aquí, me quiero ir a mi casa?

–Sí, cuando estábamos en Siria. No sabíamos si salíamos de una ciudad que estaba sitiada y teníamos que cruzar un túnel que no estábamos seguros de que existiera. Teníamos que confiar en alguien que supuestamente sabía que había un túnel que pasaba por debajo de los tanques, teníamos que confiar en que no nos iban a matar o a capturar en medio de la noche, en medio de balaceras por todos lados, y yo dije: ¿qué hago acá?

¿Así definirías el miedo?

–Pánico, no miedo. Terror. Pero además las preguntas: ¿qué hago acá?, ¿está bien hacer esto?, ¿necesito estar acá? Fue una situación muy límite. Me ha pasado muchas veces hacerme esa pregunta, ¿qué hago acá?, pero me ocurre sobre todo en cumbres de presidentes, en cosas así. Por suerte, y para desgracia de mi salud física y mental, no me ha tocado cubrir muchas cumbres de presidentes, tampoco deportes. Y en Guate todo lo que es noticia es una tragedia. Para el resto del mundo, algo que ocurra en Guate, para que sea noticia, tiene que ser una tragedia: un deslave, un huracán, un terremoto, una masacre… con lo cual yo aquí cubrí mucha mierda. Y a mí me parece interesante cubrir una sociedad donde pasan cosas duras. A mí eso de cubrir desfiles de modas en un lugar donde hay 17 muertos diarios, me parece un horror. Cubrir la inauguración del paseo Cayalá en un lugar donde tantos pibes se mueren de hambre o tienen desnutrición crónica, en donde hay tipos que cierran un taller mecánico para convertirlo en una funeraria porque eso les da más plata…

En Rear Window de Hitchcock, el fotoperiodista interpretado por Jimmy Stewart se encuentra encerrado, por primera vez en mucho tiempo, en su apartamento en Nueva York. Se fracturó la pierna al lanzarse frente a un carro de carreras en busca de la gran foto. Su novia, interpretada por Grace Kelly, le pide, para que puedan casarse y vivir una vida normal, que deje el periodismo y se convierta en un fotógrafo de modas. Según lo que me has dicho, vos no podrías transigir ante una solicitud semejante, ¿verdad?

–No, todavía no.

Macondo es una pelotudez o bienvenido a Guatemala

“Guatemala fue un amor a primera vista. Al poco tiempo de haber llegado, un diputado me tiró de una tarima y a los dos días me pidió perdón en el Congreso de la República, ¿vos te crees que eso puede pasar en otra parte?”.

Después de ejecutar las acostumbradas piruetas que sirven para esquivar edificios de no más de diecinueve pisos (lo dicta así la ley), el avión en el que viajaba Rodrigo Abd aterrizó en Guatemala a mediados de 2003: Ríos Montt quería, otra vez, ser presidente. No había terminado siquiera de instalarse del todo, cuando Rodrigo supo que un grupo de antropólogos forenses se encontraba exhumando los cadáveres de las víctimas de una masacre perpetrada por el ejército de Guatemala en Rabinal, Baja Verapaz. “Estaba alucinado con todo lo que estaba pasando aquí, para mí era poder, por primera vez, meter las manos y documentar algo con libertad en un país en donde las historias estaban a flor de piel. Entonces me entero de que en Rabinal había una exhumación y voy sin saber nada más. Veo un clima medio raro. Me entero de que Ríos Montt va a dar un mitin en Rabinal por su candidatura a la presidencia. De repente me encuentro, y es que en Guatemala me encontré con todo así nomás, con que los familiares de las víctimas, los mismos con los que habíamos estado en el velatorio la noche anterior, estaban cargando los cajones con sus seres queridos dentro, enfrente de los PAC y enfrente de las fotos de Ríos Montt. Todos en un mismo lugar. Yo quiero entonces hacer una foto de esos dos grupos, de los PAC, que yo recién me estaba enterando quiénes eran, y de las viudas y los huérfanos con sus cajones. Y cuando me estoy subiendo a la tarima, veo que una señora me intenta empujar y después viene un señor de sombrero y éste sí me empuja. El señor era el diputado Juan Santacruz Cu, que me tiró encima de los PAC.Y entonces los familiares le empiezan a tirar piedras al diputado y a los PAC…

Yo recuerdo esa noticia, lo que no sabía es que vos la habías provocado.

–Si todo surge porque yo me quiero subir a la tarima para hacer esa foto. Todo eso a mí me pasó de casualidad, yo ni sabía que iba Ríos Montt. Para peor, todos pensábamos que Ríos Montt nunca iba a aparecer. Pero en un gesto de intocable, apareció a 50 metros en otra tarima improvisada y comenzó a hablar de reconciliación. Entonces la gente se mueve de esa tarima de dónde a mí me tiran y comienza a lanzarle piedras. Y yo de ahí salgo con una gran noticia. A los tres días vamos a hacer una entrevista a Ríos Montt en el Congreso, Juan Santacruz me pide perdón en el hemiciclo y todos los canales me filman… Si es que comparado con Guate, Macondo es una pelotudez.

Palimpsestos, una cámara de madera y fotoperiodismo crudo: las historias que el Ojo nos cuenta

Hace mucho tiempo ya que los ojos del mundo no están puestos en Guatemala, si es que alguna vez lo estuvieron realmente. Y eso es un regalo para Rodrigo Abd, un tipo más interesado en lo cotidiano que en los acontecimientos. “Tengo total libertad para hacer lo que hago porque creo que Guate no le interesa para nada a la agencia. En los ochenta sí, pero el tema era el comunismo. Así es como funciona.Decime qué noticias viste de Libia ahora que se cayó Gadafi. Nicaragua era el comunismo. Cuando se acabó esa mierda, Nicaragua vale verga, Ortega puede decir una barbaridad y a los gringos les vale verga. A los gringos no les importa ni siquiera México en el tema del narco, les importala frontera… Y cuando me decían ¿Guate? ¿No te gustaría estar en Irak? No, porque ahí me pedirían de todo. Yo en Irak tendría que trabajar cuando condecoran al pelotudo general que vino de Oklahoma y que se reúne con Shakira, quien además va a dar un concierto en una base para los gringos y después va a venir el embajador del Vaticano para bendecir a los soldados… Acá en Guate a mí no me llaman nunca. Me llaman, en todo caso, si hay un busazo o Rosenberg dice que el presidente lo asesinó. ¡Y eso dos días! ¿Sabés cuánto dura la noticia de la elección del presidente de Guatemala para AP?: ¡dos días!”

Ese margen de libertad le ha permitido a Rodrigo Abd, El Ojo, meterse en las heridas guatemaltecas, heridas, muchas de ellas, que de tanto estar abiertas han terminado por volverse invisibles. Quizá lo razonable sería que una sociedad presente síntomas de indigestión al descubrir que es ella misma la que produce, en abundancia, las imágenes que Rodrigo ha registrado. En cambio, hemos aprendido con virtuosismo a digerirlas. O dicho en otras palabras: a todo se acostumbra uno.

Sea como sea, las fotos de Rodrigo no le sirven a él (y lo que ocurra después con ellas ya es asunto de quien las mire) para satisfacer el (¿natural?) morbo que pueda despertar la realidad que muestran. Para dejar consignada semejante afirmación, basta con mirarlas: ¿son fotos que dan cuenta del horror?, sí, ¿de la violencia en su acepción más amplia?, también, pero mientras uno se licúa los sesos, se conmociona, se escandaliza y voltea a ver hacia otra parte (o todo lo contrario), para los protagonistas de esas fotos, de esas historias, y eso es lo que Rodrigo Abd se ha empeñado en retratar, el horror y la violencia parecen, simplemente, formar parte de su cotidianidad, como el día, la noche y sus instrumentos de trabajo. Y la mención de estos últimos no es gratuita, muchas de las historias que nos cuentan las galerías de Rodrigo Abd son historias sobre formas de ganarse la vida (o de perderla queriendo ganarla).

A ver: en Guatemala hay tipos que viven de buscar (¿cómo?, ¿con qué método?) cadáveres frescos en la calle (asesinados, accidentados). Una vez que los encuentran, buscan entonces a los parientes.Les dan la mala noticia y luego les venden un servicio funerario. Viven de las comisiones que pagan los dueños de las funerarias. “El 90% de los calaqueros y embalsamadores son alcohólicos y piedreros. Es un trabajo de noche, esas noches medio turbias, en barrios jodidos.Y además es un trabajo competitivo y marginal.”

A ver: en Guatemala hay tipos que se dedican a romper nichos en el cementerio y sacar fuera lo que queda de los seres queridos de gente que no pagó los doscientos quetzales que cuesta cada cuatro años la renovación. El tipo coloca a la momia en una carreta y, unos metros adelante, la deja caer en un hoyo, junto a otros miles de momias. Luego vuelve y rompe otro nicho. Y así todos los días. “A mí me interesaba contar que en Guatemala, donde hay toda una cultura alrededor de los muertos, donde hay un día especial para ir a verlos y se hace una comida, que a pesar de que aquí la muerte tiene todo un significado, la situación está tan jodida, que para mucha gente es una fortuna tener doscientos pesos para renovar por cuatro años el derecho al nicho. Y ahora me entero de que los telegramas con que avisan a las familias no llegan si alguien vive en El Milagro, en la zona 18, en la zona 5, en El Mezquital. Con lo cual, si vos agarrás el mapa de la ciudad de Guatemala y te ponés a ver cuántos barrios de esos rojos hay, te queda la zona 10, la zona 15, 14, zonas donde la gente ni siquiera va al Cementerio General. Me empiezo a enterar ahora de que no les avisan a los familiares, que tal vez avisándoles buscarían de dónde sacar los doscientos pesos para pagar la renovación. Pero no, cuando se enteran, sus familiares ya están en un hoyo. Y eso habla de la pobreza, eso habla del país, de lo miserable que es todo. ¿Y sabés por qué? Porque finalmente todo eso es plata. Los tipos se dieron cuenta de que el enterramiento, aparte de la necesidad de tener lugar, porque nadie les iba a hacer un cementerio más, genera dinero. Significa dinero en el cementerio”.

A ver: en Guatemala hay cientos de miles de hombres, muchos de los cuales apenas han cumplido los dieciocho años, a quienes diversas empresas de nombres estrafalarios o heroicos, zoológicos o guerreristas, los visten de uniforme y les entregan una escopeta (quizá porque no hay que haber recibido mayor instrucción para dispararla y acertar), trabajo por el cual, muchas veces, no ganan siquiera el mínimo.

A ver: en Guatemala hay hombres, mujeres, niños, ancianos, que bajan todos los días a las entrañas del basurero a ganarse la vida. Hay prostitutas de doce años y de más de setenta. Hay familias de payasos que hacen reír mientras sus vidas se tambalean entre la miseria y la muerte.

Y cualquier guatemalteco sabe que la lista sigue.

Rodrigo hace esos reportajes (periodismo crudo, bien hecho), los envía a la AP y de ahí las imágenes comienzan a circular por el mundo. Suficiente trabajo para volver después a casa, prepararse una taza de leche caliente y acostarse a dormir. No es el caso del Ojo Abd. Ni siquiera la realidad le basta. Y para aliviar tal insatisfacción ha recurrido, como recurren todos aquellos para quienes lo que perciben sus sentidos no es suficiente, ¿a la ficción?

Durante tres años se dedicó a gastar película, rollos y rollos, miles de cuadros disparados por una Hasselbald 35mm de formato panorámico (Rodrigo se toma el tiempo de explicarle a uno los asuntos técnicos, pero se nota que hacerlo le aguada un poco el entusiasmo): cárceles, vitrinas, procesiones, manifestaciones, paredes, cielos, rótulos… ¿Cuál es la técnica de esto, a ver si la puedo entender?, le pregunto. “Tomás fotos con un negativo, termina y lo metés en la bolsa, termina otro y lo metés en la bolsa, juntás 30 rollos en dos meses y los mezclás, no hay fechas, no hay nada…”. Luego de utilizar hasta tres veces el mismo negativo, es el azar, solo el azar, el que se encarga de sobreponer una realidad encima de otra. Un primer significado sobre un segundo. Y un segundo sobre un tercero. Es el azar, nada más que el azar, el que genera el cuarto significado. Y yo, cuando vi una de esas ¿piezas?por primera vez (una fila de cargadores de una procesión caminando sobre los huesos recién exhumados de una fosa común) pensé: esto puede llegar a ser un poquito demagógico, ¿no? Qué iba yo a saber que la imagen no era producto de una decisión consciente de Rodrigo, sino del azar, que no es consciente y, en consecuencia, tampoco demagógico.

Rodrigo le pide a Lorena que me explique porque se llaman Palimpsestos: “yo soy tan bruto que nunca les hubiera puesto así, es ella la que lee…”. Y Lorena explica: “en la Antigüedad, era un cuero, antes del papiro, en donde se escribía. Entonces, como era muy costoso tener muchos de esos, cuando el edicto, o lo que fuera importante consignar, caducaba, lo raspaban y se escribía encima. Palimpsesto en griego significa volver a escribir, lo nuevo se superpone a lo viejo. Tercer sentido o cuarto sentido distinto al uno y al dos y al tres.”

Lorena:pero tenemos la teoría de que la gente que no conoce Guatemala, que no conoce todo el contexto, lo que hacen es nada más mirar. A los que les fascina es a los guatemaltecos.

Rodrigo: tuvimos una discusión feroz con un amigo estadounidense. El tipo me dice: mirá, a mí me da igual, vos lo que tomás con esto es un atajo. Pero a mí no me preocupa eso, a mí me da gusto ver que el resultado funciona. Si a mí alguien me dicen que esto es demagogia, que esto es arte, que esto es yuxtaposición, a mi medio me vale verga. Porque la satisfacción de esto es que los temas realmente se unen.Un marero en la cárcel de Chimaltenango, sobre el retrato de una mujer y, debajo una alfombra de procesión y una exhumación en Nebaj… ¿vos te pensás que yo podía hacer eso intencionalmente?

¿Suficiente para prepararse esa taza de leche con miel y echarse frente a la tele?

Cuando vivió en Afganistán, Rodrigo se compró una cámara de madera. Un cajón que es una máquina del tiempo: nadie creería, cuando se ven las fotos que la cámara produce, que fueron tomadas en el siglo veintiuno. Algo en la textura, en los contrastes. Uno no lo cree hasta que se encuentra, por ejemplo, con el logo de Nike en el suéter de un obrero afgano. Estuve dentro del carro de Rodrigo durante el trayecto del sitio de las empanadas a su apartamento, y allí estaba, en el asiento de atrás, el cajón sin gracia, empeñado en ocultar sus poderes. Porque la cámara de madera es también un polígrafo, un detector de mentiras. Su mecanismo es elemental: se introduce dentro del cajón un pedazo de papel fotosensible, líquido revelador y líquido fijador, químicos que Rodrigo transporta a todas partes en recipientes debidamente identificados, y la fotografía se procesa ahí mismo, dentro del cajón. El asunto es que, para que la foto resulte, el retratado debe quedarse inmóvil, viendo fijamente a la lente escrutadora, durante largos segundos. Y nadie es capaz de posar, de fingir su mejor gesto, durante tanto tiempo: “a mí lo que me interesa es que el tipo se inmovilice de tal manera que no pose y se muestre tal y como es. Que después la textura me gusta, la terminación, claro que me gusta, pero lo más importante de la cámara de madera es esto, esta inmovilidad, que el tipo mire de esta manera. Yo no sé si el tipo miraría de esta manera si yo estuviera con una camarita común”.

Delante de mí, abrumándome por la cantidad de trabajo, hay decenas de carpetas llenas de retratos realizados con la cámara de madera: guardias de seguridad privada, “chicas de la línea”, cortadores de caña, reinas mayas, pandilleros, transexuales ladinos, transexuales indígenas, charamileros. Rodrigo me va explicando cada serie, “estos son payasos”, dice por ejemplo, “uno de los pilares de esta sociedad”.

¿Cómo fue el acuerdo, por ejemplo, con los charamileros, cómo hiciste para acercarte a ellos?

–Fui al Mercado Colón, a las cantinas que ya no existen, las cerraron, Arzú las cerró y a un amigo que me acompañó le pedí que les preguntara básicamente cómo habían terminado así. Al final la conclusión, más o menos, después de haber escuchado las pequeñas entrevistas, es que todo parte de problemas familiares.

Pero si yo veo esta foto (uno de los retratos de charamileros), así, sin pie, no me dice necesariamente eso. ¿Requiere la foto el pie? ¿Es indispensable?

–(Con alguna tristeza) Sí, yo creo que los pies son indispensables. Yo al principio pensaba que no. Yo era de los fotógrafos que pensábamos que no, que la imagen debía de poder transmitir todo y que si no, no era una buena imagen. Al final terminé entendiendo y por eso no me gusta hacerlo solo, sino ir siempre con alguien y yo pensar en alguna pregunta que les quiero hacer. Por ejemplo, para mí era importante ver cómo este tipo (señala a uno de los charamileros) empieza siendo el tipo que es y termina en este estado. Digo, porque también tengo miedo de un día terminar yo acá. Cuáles son los pasos, dónde se rompe todo para terminar acá. Porque vos los ves y todos tienen esposa, hijos, todos tuvieron un trabajo, un cargo, todos tuvieron una responsabilidad y todos terminaron así con esta mirada.

Continúan pasando las carpetas, las pesadas páginas agobiadas de imágenes: “esta es una Miss Globe Guatemala, una niña rica, la única que está fuera de todo lo que yo hago siempre.”

¿Por qué lo hiciste?

–Todavía no sé por qué lo hice. En algún punto surgió la idea de hacer una entrevista a Dionisio Gutiérrez y yo quería hacérsela con la cámara de madera también. No pudimos hacer la entrevista y yo me quedé con esa cosa de hacer algún personaje de la Guatemala esa… porque yo no creo que Guatemala sea solo el cortador de caña, está la Guatemala de Dionisio, de esta chica. Y yo siempre quise meterme en esa Guatemala y nunca pude.

¿Por qué toda esta gente aceptó que los retrataras?

–Porque hay muy poca gente que en Guatemala rechace retratarse. Guatemala no es como Bolivia,en donde te tiran naranjas en la calle si hacés fotos, yo en Guatemala nunca sentí resistencia a las fotos. Por ejemplo, los cortadores de caña, en qué les afectaba esperar un rato más en su jornada, y sin embargo, mirá, todos posando, todos querían contar una pequeña historia. Y por otro lado es importante explicarles por qué es importante retratarlos.

“Estos son hogares a donde la gente lleva a sus familiares alcohólicos y ahí se quedan encerrados. Esta señora, por ejemplo, tenía veinte años de estar encerrada”.

¿Te interesan todos estos personajes porque son excepcionales?

–Primero me interesan porque son grupos marginados, vulnerables, excluidos. La gente no quiere verlos ni saber de ellos. Y segundo, creo que si vos sumás todos estos grupos que estamos viendo en estas carpetas, son muchos. Si vos sumás a todos los mareros, a todos los payasos jodidos, a todas las reinas que están como símbolos ¿de qué?, a todos los cortadores de caña, las momias que sacan por día, a los charamileros, los alcohólicos… y todos ellos tienen en común que son la parte más vulnerable de la sociedad, la parte más discriminada, con menos derechos, la más jodida, la más pobre, la que tiene que luchar más por sobrevivir día a día en este país. ¡Y son muchos! ¡Ponéte a sumar todo esto! Yo no sé si son la excepción. La excepción es la zona 14. Todo lo otro, no lo es: ¿quién no tiene en Guatemala un familiar alcohólico?, ¿un familiar que ha muerto de cirrosis?, ¿un familiar que es un jornalero que gana lo mínimo y que además tiene un hermano trans que no es muy aceptado pero todo el mundo sabe lo que es y más de alguno lo ha querido matar? ¿Cuántos payasos hay que tienen que hacer reír pero en realidad viven en la absoluta miseria? ¿Cuántos? Miles. ¡Empezá a sumar todo lo que estamos hablando! ¿Cuántos guardias de seguridad hay en Guatemala que ganan 1600 pesos al mes? ¿Cuántos? Sumálos. Seguí sumando. Sigamos. ¿Cuántas mujeres de la tercera edad hay aquí que no tienen jubilación, que sobreviven en la miseria hasta el día que se mueren? Y seguí sumando. Sigamos. Y esto es solo la tentativa de querer contar algo, una parte. Hay muchísimo más. ¿Cuántas carpetas?

Vos te preguntabas qué pasos condujeron a los charamileroshacia ese estado. Quizá son los mismos pasos que te pueden conducir a convertirte en payaso o a trabajar en la línea.

–Exactamente. Y cuántos pasos hay de ahí a que tus familiares hayan emigrado a los EEUU o hayan caído en bancarrota o se hayan peleado todos entre sí y entonces nadie quiere pagar los 200 pesos de tu nicho. ¿O cuántos son los que viven en el Mezquital, en El Milagro, en El Limón, en El Paraíso I y II y nunca son notificados porque el servicio telegráfico no cubre esa zona? Ellos son la mayoría, yo no creo sean la excepción. Y volviendo a la pregunta de por qué te aceptan: hay en Guatemala una necesidad de contar, muchas veces ni tenés que preguntar, ellos te lo cuentan todo. Porque no hay mucha gente que haga eso. Porque la gente en realidad lo que dice es: hueco, cerote, puta, cortador de caña que coma mierda, campesino cerote, indio, marero.¿Cuánta gente realmente quiere entender por qué el Smiley termina siendo el Smiley? Por eso tipos como el Smiley te dicen veníte, poné la cámara de madera que yo poso. Y te cuentan cosas que vos ni les preguntás.La gente aquí está tan oprimida por todos lados que hay una necesidad de desahogarse un poco. Y lo ves en la gente más jodida, claro, pero en realidad lo ves en todos los ámbitos. Todo esto tiene que ver mucho con el estado de los medios de comunicación en Guatemala. Acá los periodistas no están muy interesados en contar qué es lo que le pasa a la gente. Acá los periodistas están interesados en el busazo, si el presidentese robó no sé qué cosa, si los mareros matan o no matan, qué porcentaje de mujeres adolescentes mueren en los partos… pero nadie pregunta las causas de nada, nadie va y le pregunta a la gente qué es lo que le pasa. Acá solo interesan los acontecimientos. Y hay buenos periodistas en Guate, claro, pero son muy pocos. Te pongo un ejemplo perfecto. En medio de una protesta y la represión policial, ¿dónde se paran los periodistas?

¿Del lado de la policía?

–Y cuentan lo que le pasa a la policía. Nadie va con la gente.

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