¿Buen servicio o simple complejo de grandeza (o idiotez)?

El sector terciario de servicios se ha vuelto la envoltura y el contenido de un mundo cada vez más globalizado, cada vez más uniformado, cada vez más reglamentado. Y cual rebaño obediente seguimos al pastor. Y así exigimos servicios de calidad. Así nos creímos lo de que el cliente manda, lo de que el cliente es rey. Y eso es una farsa de atrás para adelante, también de reversa y en acelerado. O al menos debiese serlo.

Tomemos el ejemplo de los servicios de restaurantes en el caso de Guatemala. Pedimos, exigimos buen servicio a gente que jamás ha sido servida.

Pedimos que sepan atender una mesa cuando nunca tuvieron la oportunidad de pagarse un restaurante.

Esperamos que conozcan, detecten y satisfagan nuestros caprichos cuando nunca tuvieron la ocasión siquiera de tener ese tipo de ambiciones.

No se trata de meseros de vocación ni de formación. En la mayor parte de los casos se trata de gente buscando oportunidades de salir adelante, salir de la pobreza o no caer en ella.

Estamos acostumbrados o nos acostumbraron a poner etiquetas y descripciones prestablecidas a lo que buscamos, a lo que necesitamos. Y esto parece funcionar cuando la oferta responde a la demanda de cajón, a la demanda que se construyó discretamente a favor de un mercado que ya había dibujado su rumbo y ambición.

El patrono o empleador está en la obligación de proteger a sus empleados, y no únicamente porque son fuente de su posible éxito financiero, sino porque les debe el completo respeto y cumplimiento de sus derechos.

Hacer negocio no pelea con el respeto. Hacer negocio no impide ser humano en la toma de decisión. Pero está claro que hacer negocio no es fácil cuando mandan los monopolios, cuando la competencia desleal prevalece, cuando el cliente que paga se cree rey.

Podemos cambiar esa visión y manera de hacer negocio. Podemos ser clientes distintos. Podemos hacer cambios desde la forma como tratamos a nuestros interlocutores. Podemos hacer cambios desde el tipo de servicios que queremos dar.

Guatemala es un país en construcción. Y aunque parece que la historia y la imposición o intervención global condicionan nuestras aspiraciones de país, sigue habiendo espacios para hacerlo todo diferente. Hay grandes rupturas que abrieron fisuras donde con ideas aterrizadas podemos escabullirnos, rellenar y forjar bases más sólidas, solidarias, incluyentes y capaces de dar espacio a todos.

Hoy leía un artículo en la revista Flow en el cual se planteaba el eterno debate desde Aristóteles sobre los dos aspectos de la actividad: la poièsis y la praxis. La primera apunta al resultado final como objetivo último (hacer plata, por ejemplo), y la segunda, al aprovechamiento del camino que lleva, o no, a algún resultado.

Nada es blanco. Nada es negro. En todo encontramos matices, formas redondas y cuadradas. Y seguro hay formas (geométricas, matemáticas, sociales, políticas y económicas) inexploradas de hacer las cosas distintas.

Distingámonos por intentar nuevas cosas, por respetar sin discriminaciones, por esperar menos y actuar más. Probemos entender este lado y el otro también. Intentemos no creernos reyes y no permitamos ser esclavos.