La semana pasada el presidente Bernardo Arévalo se anotó otro éxito de política exterior. Sin duda el punto más relevante de su visita oficial a Washington DC fue la reunión con la vicepresidenta Kamala Harris, de quien recibió expresiones de apoyo y ofrecimientos de ayuda.
Durante la reunión se abordaron los temas que son prioridad para los intereses estadounidenses, uno, la migración forzada. Frenarla es una exigencia de una porción importante del electorado de ese país, por lo que gobiernos encabezados tanto por presidentes republicanos como demócratas se han empeñado en diseñar e implementar planes, políticas y acciones para frenar la diáspora centroamericana. Lo que los diferencia, por lo menos en el discurso, son los enfoques y las formas de entender el fenómeno.
En el extremo republicano destaca la presidencia de Trump, quien intentó por todos los medios criminalizar a los migrantes, e intentó frenar su llegada con medidas que rayaron en lo estúpido, como levantar un muro en la frontera sur. Tal como se anticipó, el muro no solo no funcionó, sino que constituye un monumento a la xenofobia, al racismo y, sobre todo, al desperdicio de dinero de los contribuyentes en verdaderas torpezas.
El discurso de la administración demócrata Biden-Harris aboga por tomar medidas que aborden las causas estructurales y fundamentales de la migración forzada. A todas luces algo más inteligente y sensato, pero no por ello fácil, rápido o barato. Consistente con este discurso es que la vicepresidenta Harris le ofreció al presidente Arévalo incrementar en US$170 millones las inversiones estadounidenses y la ayuda oficial para el desarrollo, con el propósito de enfrentar las causas fundamentales de la migración forzada, la cual está pendiente de aprobación por parte del Congreso estadounidense.
Este ofrecimiento es valioso y en Guatemala se agradece profundamente. Ahora bien, es una ayuda, necesaria sin duda, pero ¿es suficiente como para frenar la migración tal como plantearon algunas notas de prensa? Para no repetir el fracaso de la iniciativa estadounidense previa, el Plan Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte Centroamericano, este nuevo plan gubernamental debe permanecer creíble, con expectativas técnicamente ancladas a la realidad.
¿Se puede frenar la migración forzada de guatemaltecos a Estados Unidos con ayuda e inversiones por US$170 millones? Lamentablemente, la respuesta es no.
[frasepzp1]
Para dimensionar el monto, tómese en cuenta, por ejemplo, que se estima que las remesas familiares que en 2024 enviarán los más de tres millones de guatemaltecos que viven en Estados Unidos podrían alcanzar US$21,685 millones, un monto de magnitud macroeconómica, equivalente al 20.1 % del producto interno bruto. Es decir, que los US$170 millones que ofreció la vicepresidenta Harris equivale a las remesas que nuestras hermanas y hermanos migrantes envían a Guatemala en solamente tres días. Las remesas familiares que Guatemala recibe en una semana más que duplican el monto ofrecido.
La migración es un fenómeno muy complejo y de gran escala. La gente se va por razones diversas, pero en Guatemala principalmente por la marginalidad, el subdesarrollo y la falta de oportunidades. En teoría, hace sentido y es lógico intentar frenarla generando empleos formales y oportunidades de desarrollo económico, pero la realidad es que para que la medida sea suficiente, debe tener escala demográfica y macroeconómica.
Repito, la ayuda ofrecida por la vicepresidenta Harris es necesaria y se agradece. Pero debemos tener claro que dista mucho de ser suficiente. El esfuerzo debe realizarlo el Estado guatemalteco, a gran escala, gradual y progresivo, durante años. De lo contrario, no tendrá resultado, y la gente continuará huyendo. La realidad siempre se impone.
Más de este autor