Aunque el término y el tema del control del final de la vida humana cobra una relevancia mayor en nuestro medio, el tema no es nuevo para la humanidad. Como señala Alburquerque en Bioética: una apuesta por la vida (2002), del tema se ocuparon los antiguos egipcios, griegos y romanos.
Para poner fin a su desgracia, los ancianos en Grecia y en Roma tomaban cicuta. Y esta praxis tenía un soporte racional en la filosofía. Epicuro enseñaba que la meta de la vida es buscar el placer, de manera que, si la vida deja de ser placentera, es lícito ponerle fin. Séneca, representante del estoicismo, defendió que es razonable poner fin a la propia vida para escapar al sufrimiento, a los achaques de la vejez y a la enfermedad.[1]
Asimismo, Gracia señala que la eutanasia está presente en la actualidad debido a la recientemente reconocida autonomía de los pacientes. Este autor también afirma que los derechos humanos han influido a la “autonomización” de la eutanasia, pues se cuenta, como uno de estos derechos, con el de decisión.[ii]
En el ámbito de la salud y de la enfermedad, el de la clásica relación médico-enfermo, esto se conoce hoy con el nombre de derecho al consentimiento informado; en el de la vida y la muerte, con el de derecho a la propia muerte.[iii]
La palabra eutanasia se deriva de dos términos griegos: eu, que significa ‘buena’; y thánatos, que significa ‘muerte’. Así pues, a primera vista, eutanasia vendría a ser la ‘buena muerte’ de un ser humano. Significado literal atrayente por ofrecer una buena salida de este mundo a quien sufre. Sin embargo, surgen interrogantes. ¿Podemos dejarnos llevar ciegamente por su etimología? Es decir, ¿nos percatamos de la importancia o gravedad de entregar voluntariamente al barquero las monedas requeridas para el viaje sin retorno hacia la otra orilla?
Por otro lado, ¿la eutanasia busca la muerte como un fin bueno en sí mismo a alcanzar o considera a la muerte como el único medio posible para alcanzar el fin último, que consiste en la liberación del paciente terminal del sufrimiento extremo que padece?
Asimismo, ¿cualquier manera de morir o dejar morir deliberadamente cabe dentro del término eutanasia? Actualmente existe un abuso amplio y confusión extendida sobre qué es eutanasia, como Alburquerque señala:
Se habla de eutanasia para designar: la muerte sin dolor; la supresión de la vida de un enfermo incurable, bien a petición propia o de su familia; el derecho a la propia muerte; la negativa a recurrir a medios extraordinarios para prolongar la existencia en la fase terminal; el tratamiento dirigido a eliminar o aliviar el dolor que puede implicar la aceleración de la muerte.[iv]
También podríamos agregar a la eutanasia otros términos que usualmente van aparejados con la misma: eutanasia activa, pasiva, voluntaria e involuntaria. Asimismo, el término del suicidio asistido y la distanasia se encuentran cercanamente asociados con la eutanasia.[v]
Como señala Alburquerque, la eutanasia actualmente consiste en “la práctica médica que procura la muerte o acelera su proceso para evitar grandes dolores o molestias al paciente”[vi], muerte solicitada por el paciente o por los suyos. Así pues, con el objetivo de aliviar al paciente terminal de su sufrimiento, la eutanasia proporciona la muerte como el único remedio posible. Como veremos, este tipo de eutanasia es la activa.
Por otro lado, una equivocación común es comparar la eutanasia con el suicidio o con el homicidio. Así pues, Alburquerque afirma que una diferenciación entre la eutanasia y los anteriores es que al paciente sufriente a quien se le aplica la eutanasia está próximo a su muerte. Es decir, quien comete homicidio o suicidio no necesariamente lo realiza por estar próximo a la muerte, como el paciente que sufre grandes dolores al encontrarse en fase terminal a quien se le practica la eutanasia. Otras diferenciaciones entre estos términos constituyen “la intención y los métodos utilizados”. Otra diferencia es el ambiente donde se realizan cada uno de los términos, pues la eutanasia tiende a realizarse en ambientes clínicos.
No es difícil imaginar que, ante un sufrimiento inaguantable, el paciente terminal o sus allegados soliciten métodos que le provoquen la muerte para rescatarlo lo antes posible de tal sufrimiento o que soliciten que no se trate al paciente para que la llegada de la muerte natural no sea interferida. Ahora bien, no es lo mismo un requerimiento directo del paciente, eutanasia voluntaria, que la decisión tomada por sus allegados o por el equipo médico, eutanasia involuntaria.[vii] Asimismo, la eutanasia activa consiste en que el equipo médico ocasiona directamente la muerte del paciente terminal, mientras que la eutanasia pasiva busca la muerte sin ocasionarla directamente, sino que omite la administración de tratamientos que pudieran prolongar o interrumpir el proceso agónico, con la intención de que continúe su proceso mortal natural sin interferencias.[viii] A continuación, en estas líneas, al hablar de eutanasia me referiré específicamente a la eutanasia activa.
Al pensar sobre la eutanasia podríamos imaginarnos al paciente terminal doliente como un ser humano en la ancianidad, alguien que irremediablemente se encuentra al término de su vida, por lo que podríamos pensar que “quizá no costaría tanto tomar la decisión de utilizar métodos eutanásicos, pues de todos modos ¿qué tanto más podría vivir?”. Sin embargo, ¿qué sucede cuando el paciente terminal es joven, menor de edad o un infante? El panorama cambia completamente.
Ahora bien, Bélgica y Holanda, países donde es permitida la eutanasia para pacientes adultos, se encuentran en sus respectivas discusiones legales ante la posibilidad de ampliar la aplicación de la eutanasia a menores de edad y recién nacidos.[ix] Estos países fueron los dos primeros, Holanda el primero, en legalizar la eutanasia en adultos a principios del siglo XXI.
Peter Deconinck, presidente de la organización ética médica belga Reflectiegroep Bioemedische Ethiek, ha salido en apoyo a expandir la práctica a menores, como lo ha hecho la cabeza de la unidad de cuidado intensivo del Hospital Fabiola en Bruselas, quien testificó ante el comité del Senado belga. “Todos sabemos que la eutanasia ya es practicada en niños”, dijo al comité. “Sí, eutanasia activa”.[x]
En estos países, a un menor de 18 años no le es permitido manejar, casarse, votar ni tomar bebidas alcohólicas. Sin embargo, si la eutanasia se amplía, los menores podrán decidir sobre su muerte. ¿Cómo guiar eficientemente y de manera profesional la decisión de un menor de edad ante la posibilidad de dejar de existir cuando se encuentra agobiado por dolores extremos? ¿Qué tan sosegada y reflexionada puede ser la decisión de un niño ante la posibilidad de escapar a su sufrimiento? ¿Es la eutanasia infantil un escape disfrazado a favor de los padres y del Gobierno más que una genuina opción para el niño?
Por otro lado, desde el año 2005 en Holanda no se persigue legalmente a los médicos que han aplicado la eutanasia a recién nacidos una vez que actúen basándose en el Protocolo de Groningen, elaborado por el doctor Eduard Verhagen en 2004. Aparte del sufrimiento del menor, Verhagen afirma que los médicos deben tomar en cuenta el sufrimiento de los padres al ver morir a su hijo con sufrimiento como motivo para aplicar la eutanasia a recién nacidos.
Los criterios para aplicar la eutanasia a recién nacidos son los siguientes (desde la página 54 del reporte holandés Decisiones médicas sobre las vidas de recién nacidos con anormalidades severas”, de la Real Asociación Médica Holandesa, KNMG): si el niño está sufriendo, si no puede expresar sus propios deseos, si la muerte es inevitable y si el proceso de morir es prolongado, entonces al niño puede aplicársele la eutanasia y evitar a los padres un sufrimiento más severo.[xi]
Aunque podamos rechazar de tajo en un primer momento las posturas eutanásicas belgas y holandesas, y aunque popularmente se comparta la idea de que los médicos están exclusivamente para salvar vidas, Gracia, en Ética de los confines de la vida (1998), afirma que los médicos occidentales han tenido desde la antigüedad una función eutanásica.[xii] Esto lo fundamenta en la función atribuida a los médicos en la República de Platón, como también en el rescate que hace de los comentarios de Averroes en Exposición de la República de Platón y en otros escritos.
La palabra eutanasia se utiliza, que sepamos, desde los tiempos del emperador Augusto y hasta finales del siglo XIX significó el acto de morir pacíficamente y el arte médico de lograrlo. El primero que utiliza el término es el historiador romano Suetonio […][xiii]
Otro factor a considerar es la posibilidad de que los Gobiernos, como en la Alemania nazi, tomen la decisión de aplicar la eutanasia a los gobernados. Sin retroceder tanto en el tiempo, el actual Gobierno de Estados Unidos tiene contemplado, como parte de su sistema de salud, la creación de “paneles de la muerte”, que incluirán dentro de sus funciones determinar el tipo de eutanasia que el funcionario público considere necesario para el paciente en cuestión.[xiv] Independientemente del tipo de gobierno que sea, considero que la eutanasia debe ser una decisión exclusivamente individual y, a lo sumo, familiar para evitar ser víctimas de políticas gubernamentales colectivistas, utilitaristas o meramente arbitrarias.
Ahora bien, aunque la eutanasia esté presente a lo largo de la historia de la medicina occidental, no cabe duda de que en el pensamiento de una buena cantidad de seres humanos, médico es quien cura alejando la muerte. Sin embargo, ¿qué sucede cuando la única cura al sufrimiento propuesta por el médico es la muerte? Sin duda, nuestros pensamientos se desbaratan ante tal subversión de expectativas socialmente compartidas.
Por otro lado, la eutanasia no implica únicamente al paciente que la solicita, sino que también a quien se la administra, a quien le quita la vida. Por consiguiente, surgen otras interrogantes desde la perspectiva de quien aplica la eutanasia: ¿es apropiado argumentar reproche de conciencia para negarse a aplicar la eutanasia?, como también ¿qué implicaciones se dan en el êthos de quien aplica la eutanasia, es decir, de quien quita la vida a sus pacientes?
Por otro lado, podría sernos de utilidad retomar la diferenciación que rescata Gracia de los médicos hipocráticos entre las enfermedades “intratables” y las “tratables”.[xv] Así pues, al encontrarnos ante una enfermedad intratable terminal y en extremo doliente, ¿sería correcto solicitar la eutanasia? ¿Qué guía ofrece la Iglesia católica? Dentro de su extensa enseñanza encuentro dos numerales en el Catecismo que me parecen apropiados comentar brevemente.
2277 Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable. Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre.[xvi]
Ante este claro rechazo contra la eutanasia, ¿presenta la Iglesia alguna opción distinta? La respuesta la encontramos en el numeral siguiente:
2279 Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.[xvii]
Así pues, la propuesta católica está caracterizada por el respeto al valor intrínseco de la vida humana, como también por no vanagloriar el sufrimiento, hasta el punto de que la vida del paciente terminal pueda verse beneficiada por el uso de analgésicos, incluso de aquellos cuyos efectos secundarios pudieran acortarle la vida, una vez que la intención de la aplicación analgésica no sea la de causarle la muerte.
Observamos en el numeral 2279 que la Iglesia permite el “doble efecto” de la aplicación de analgésicos paliativos. Así pues, la aplicación de analgésicos tiene dos efectos: uno intencionado y el otro no intencionado pero tolerado. El efecto no intencionado se tolera únicamente por la obtención del efecto intencionado. Por lo que, en el numeral 2279, el efecto intencionado de aplicar analgésicos es paliar el dolor del paciente terminal y el efecto no intencionado pero tolerado es la posibilidad de abreviar la vida del paciente terminal.
La postura católica es similar a lo que Alburquerque denomina como ortotanasia. Ortotanasia proviene de los términos griegos orthós, ‘correcta’, y thánatos, ‘muerte’. Es decir, la ‘muerte correcta’. Para Alburquerque, la ortotanasia comprende varios aspectos como los siguientes:
Con este neologismo se quieren expresar las siguientes exigencias: atender al moribundo con todos los medios que la ciencia médica posee actualmente, liberar la muerte del ocultamiento a que es sometida, asumirla conscientemente y proporcionar todos los remedios oportunos para calmar el dolor, aunque suponga abreviar la vida.[xviii]
Ahora podemos diferenciar la eutanasia activa de la ortotanasia. La primera consiste en que el médico le quita de manera directa la vida al paciente terminal con el objetivo de librarle del sufrimiento extremo que padece. Por otro lado, la ortotanasia consiste en aplicar los medicamentos paliativos necesarios aunque los efectos secundarios de estos abrevien la vida del paciente terminal sufriente, abreviación no pretendida deliberadamente. Asimismo, la eutanasia activa suprime de manera directa la agonía, mientras que, a través de la ortotanasia, la agonía podría verse abreviada de manera indirecta, como efecto secundario no intencional.
Al volver a la propuesta de Alburquerque añadimos que a la administración de los cuidados paliativos necesarios mencionada se aúna el acompañamiento del paciente terminal. Ahora bien, ¿qué sucede cuando no hay quien acompañe al paciente? ¿Qué cuando no hay suficientes analgésicos o los disponibles deben ser repartidos entre pacientes con enfermedades tratables y pacientes terminales? ¿Cómo resolver el conflicto en la escasez?
Considero a la propuesta católico-ortotanásica como la más humana al compararla con la eutanasia. Ahora bien, considero que para aplicar la propuesta católica deben darse por lo menos los siguientes requisitos:
- Que el paciente terminal sufriente elija racional y libremente, para aquellos pacientes quienes se encuentren conscientes, continuar con la administración de analgésicos.
- Que en el sector público existan suficientes analgésicos tanto para pacientes con enfermedades tratables como para pacientes con enfermedades intratables. Esto, con el objetivo, desde una perspectiva ética utilitaria, de no restar medicamentos a quienes puedan reintegrarse a sus familias y a la sociedad.
- Que los familiares del paciente terminal, en el sector privado, puedan costear el alargamiento de la agonía.
- Que no se utilicen métodos extraordinarios en el prolongamiento de la agonía.
Ahora bien, ¿qué sucede si no se dan estos requisitos? ¿Quedaría la eutanasia como recurso último, como un mal menor, siendo la ortotanasia la muerte a alcanzar para quienes al final de su vivir padezcan de agonía?
Por otro lado, ¿qué sucede con quienes no se encuentran actualmente en la antesala de la muerte, pero la desean? ¿Qué sucede con quienes por algún motivo no soportan sus vidas actuales debido a algún padecimiento o accidente que les ha disminuido sus capacidades al extremo? Siendo ellos los únicos que realmente padecen el sufrimiento mental y físico de sus limitaciones, ¿qué sugerencia respetuosa podría ofrecérseles? ¿Es en estos casos donde la eutanasia surge como la única salida al sufrimiento?
Aunque no estoy a favor de la eutanasia, no soy capaz de calificar la decisión del ser humano adulto sufriente en extremo, en fase terminal o no, luego de que ha reflexionado profundamente de manera racional y espiritual sobre su muerte y tras haber realizado consultas a expertos, quien consciente y libremente opte por esta.
[1] Eugenio Alburquerque, Bioética: una apuesta por la vida, Madrid: ccs, 2002. p. 240.
[ii] Diego Gracia, Ética de los confines de la vida, Bogotá: Editorial El Búho, 1998. p. 281.
[v] Ibíd., pp. 267 – 285.
[vii] Ibíd., pp. 244 – 245.
[xii] Gracia, Ética de los confines de la vida. p. 272.
[xv] Gracia, Ética de los confines de la vida. p. 275.
[xvi] Catecismo de la Iglesia católica, República Dominicana: Editora Corripio, 1992. p. 501.
[xviii] Alburquerque, Bioética: una apuesta por la vida, p. 245.
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