El encanto de un centro histórico en acelerado proceso de deterioro se asoma en cada esquina y en los parlantes del auto suena Good Bye Blue Skyes (1979), de The Wall, álbum emblemático de Pink Floyd, que acaba de cumplir el día de ayer 43 años.
Este álbum contiene algunos íconos personales que guardo con un sentimiento cercano a la veneración. Como Mother, que me ayudó a llorar la muerte de mi madre. O Confortably Numb, inspiración permanente para describir la soledad mientras se navegan aguas turbulentas en un océano de gente.
En sí The Wall puede considerarse en pocas palabras como una obra maestra, con la cual muchos, como yo, tienen una relación personalísima. Y por eso es difícil hablar, o escribir del tema. El álbum resultó en la gira de conciertos de 1981-1982, cuya extravagante puesta en escena habría dejado en números rojos las cuentas de Pink Floyd, y cuya épica está descrita en numerosos libros, como en Inside Out: a personal History of Pink Floyd, que recoge las memorias de Nick Mason (el baterista de la banda). La película homónima de 1982, dirigida por Alan Parker fue recibida por la crítica con malas reseñas y comentarios, pero también puede considerarse como un objeto de culto.
The Wall habría sido concebida durante la gira de Animals (1977), en el incidente relatado por Michele Mari en su libro Red Floyd, Roger Waters escupió en la cara de un espectador que no dejó de hacer ruido durante todo el concierto en Montreal. Waters estaba harto de la gente que asistía, pero no escuchaba sus conciertos y del tratamiento de semi dios que recibía.
El álbum provee una visión existencial, profundamente triste, que lidia con los fantasmas de la soledad y la fama. La película aporta a la música imágenes que se retrotraen a la guerra de trincheras en la que se dejaron la vida los padres y abuelos de una generación, la niñez y el paso amargo por un sistema educativo, para terminar en el ya antes mencionado tratamiento de semi dioses que reciben las estrellas de rock. Adicionalmente, está la inspiración permanente que proveía la sombra de un Syd Barret por entonces ya desaparecido de la escena pública.
The Wall es como tal una creación colectiva, pero el álbum está definitivamente marcado por las vivencias de Roger Waters. El álbum y Pink Floyd se perderían entre la bruma de los teclados y la música sin alma de los ochenta, para revivir al final de la década, en 1990, cuando la caída del muro de Berlín. Waters, y otros artistas idearon un concierto apoteósico en la Postdamer Platz, que festejaba la reunificación de los dos Alemanias (esa escena de la historia de la cual algunos quieren olvidar que cuando el Muro cayó, la gente no corrió con dirección al Este).
Mientras en mi recorrido la languideciente arquitectura art deco de la zona 10 de la ciudad va cediendo bajo torres de aluminio y cristal y me acercó al parqueo de la oficina, In the Flesh me hace una pregunta que honestamente prefiero no responder: so ya thought ya might like to go to the show?
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