El sitio web de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos destaca el valor de la creación musical en tiempos oscuros al darles voz a fenómenos de enorme trascendencia. Sin embargo, en general queda muy poca memoria de la creación musical alrededor de esa pandemia, pues los esfuerzos de las naciones estaban dedicados a ganar la Primera Guerra Mundial. Y las artes, con una importante dosis de censura, se dedicaron a acompañar ese esfuerzo.
Al empezar estas líneas estoy escuchando una versión de El soldado de Nápoles (1918), que es parte de la zarzuela La canción del olvido. A esa canción, con aires de marcha militar y que habla de «la gloria romántica que lleva a la muerte», se la identifica con la gripe española básicamente porque su estreno y el primer brote coincidieron en el tiempo y porque los periódicos de la época empezaron a referirse a la pandemia, con cierta sorna, como el soldado napolitano. Dado que los periódicos españoles no estaban sujetos a la censura de los países envueltos en la guerra, esto ayudó parcialmente a atribuirle la enfermedad a España.
La zarzuela no es lo mío. Lo reconozco. Tampoco lo son los musicales de Broadway. A Lonely Romeo, de 1919, incluye la canción Influenza Blues, compuesta por Robert B. Smith, que también se refiere a la gripe española de manera más bien tangencial. De hecho, lo que destacan los periódicos de la época son las suspensiones de diversas funciones debido a las cuarentenas y la consecuente crisis que eso causaba en el sector. Influenza Blues se volvió popular entre los intérpretes de blues de los años 30. La canción empieza con estos versos: «It was nineteen hundred and nineteen. / Men and women were dying / with the stuff that the doctor called the flu».
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Supongo que la banda sonora de estos tiempos debe pasar por el más oscuro reguetón, si de gustos populares se trata, y me detengo por no querer entrar ahí. Seguramente existe algo más en proceso de creación ahora mismo. Quizá en unos años alguien podrá rescatar las formas de creación de los artistas populares de estos años y encontrar una razón y un fondo en ellos. No creo ser la persona indicada para eso.
Particularmente, mi banda sonora de la pandemia pasa por el descubrimiento tardío de los ucranianos del Somali Yacht Club y de su álbum The Sea (2018). No tiene un enorme contenido social ni envía un mensaje de esperanza en tiempos aciagos ni se enfoca en la igualdad ni hace tampoco un enorme discurso sobre la inconsistencia del poder. Simplemente es metal y psicodelia en niveles apenas necesarios para estos tiempos.
Todo esto le sirve de fondo a la lectura del último mensaje de WhatsApp de alguien que estaba varado al inicio del confinamiento, cuando el tráfico aéreo se detuvo. Me pide cuidarme y cuidar a los míos y tomar muy en serio las cosas. La pandemia se llevó al autor de esas breves líneas hace unos días: varias semanas en cuidados intensivos, un servicio funerario por Zoom y un protocolo que sugiere incineración como marco de un adiós que deja un mal sabor de la distancia.
Las palabras no sobran en estas circunstancias. Muchos han adelantado sus partidas y han dejado ausencias y silencios que se trata de llenar con recuerdos.
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