Y es que, en su evolución histórica, el modo capitalista ha pasado por diversas crisis, pero no ha desaparecido su esencia de acumulación desmedida y depredadora. Pienso que el capitalismo es casi indestructible por estar basado en el egoísmo, el individualismo, el hedonismo [1] y la deformación y desvirtuación, en la conciencia de los individuos, de las relaciones vitales reales con la madre naturaleza.
Por lo tanto, no será el coronavirus el que lo derrumbe, salvo que lo penetrara el virus de la moralidad. Dice Byung-Chul que es posible que el capitalismo resulte fortalecido después de la pandemia: un virus no hará la revolución.
El agua es un derecho humano, un recurso finito y vital. Y por eso es objetivo futuro de acumulación, como lo fueron la educación y la salud en su momento, antes de la privatización que sucedió en distintos tiempos, niveles y tipos a lo largo y ancho del mundo occidental bajo la modalidad capitalista-colonial: el neoliberalismo. La institucionalidad del Estado que garantizaba esos derechos fue desmantelada, y ahora, con el coronavirus, la naturaleza pasa la factura por la ambición y el ego humanos.
En la civilización maya, el sustento de su cosmovisión es la relación holística del cosmos, el mundo, la naturaleza, la sociedad, el individuo, el pensamiento y el sentimiento, todo en una relación íntima, arcana, infinita e inevitable, no exenta, por supuesto, de tensiones y conflictos. La civilización occidental creó un dios a imagen y semejanza del hombre en el clímax de la humanidad supremacista. En cambio, los mayas sacralizaron los elementos de la madre naturaleza en sus distintas manifestaciones que dan la vida o la limitan: agua, aire, montañas, volcanes, terremotos, barrancos, lluvia, fuego, maíz, aves, enfermedades, muerte, etc. Todo era plenitud de símbolos y de sentido. Nada de politeísmo.
Al igual que ahora el coronavirus (enfermedad biológica), el coloniavirus (pandemia social) llegó hace 500 años, ambos venidos del occidente. Y se quedaron provocando crisis sociales, económicas, políticas y culturales. Los pueblos indígenas, como siempre y a consecuencia de lo anterior, son las víctimas más sufridas e invisibilizadas. Orillados, por las condiciones de vida precaria a que fueron sometidos, a volverse obligadamente contra sus propias creencias, principios y valores, apenas sobreviven en las escasas tierras ocupadas y sufren, dentro de múltiples carencias materiales y sociales, no tener agua en condiciones adecuadas. Sus territorios se encogen avasallados por la ambición del poder capitalista.
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Las comunidades quedaron como resguardo ante el expolio, la explotación, el racismo, la inseguridad y las epidemias, alejadas de la óptica centralista y elitista del Estado. Sus territorios, limitados, invadidos y cercenados. Sus autoridades ancestrales, transformadas una y otra vez con instituciones para la sobrevivencia y la seguridad, hoy enfrentan la segregación, el aislamiento y la vida social con múltiples conflictos y virtudes.
Así, la gestión del agua se vuelve compleja y complicada. Temerosas de una ley de aguas centralista y capitalista, rechazan cualquier iniciativa que afecte sus escasos derechos y territorios. Sin embargo, es un arma de doble filo porque no contar con reglas claras del Estado en materia de agua las hace refugiarse en el derecho propio, ambiguo en algunos casos, insuficiente en otros y ausente en muchos más. Esa vulnerabilidad potencia al Estado colonial, que privilegia el consumo del agua para la agricultura y la industria y deja a la deriva el acceso al vital líquido de las comunidades donde se concentran los pueblos indígenas.
En comunidades de autoridades fortalecidas como Totonicapán, de bosques protegidos y mucha pobreza, la escasez y conflictividad del agua asoma con graves presagios para el futuro, igual que en otras comunidades. Actualmente, el agua se raciona por sectores, se denuncia abuso de las autoridades comunales que discriminan a los que no van con ellos y hay sabotajes a los sistemas. Todo denota que la gestión está siendo rebasada por la ausencia de reglas comunitarias y nacionales democráticas de alto contenido tecnológico para enfrentar el crecimiento poblacional. Muchas problemáticas no han sido interiorizadas por las autoridades comunales. Hay soluciones que no han sido pensadas. Y en esas condiciones la vida disminuye y el capitalismo avanza. (Continuará).
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[1] Doctrina filosófica que coloca el placer como el bien supremo de la vida humana.
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