Bobby Recinos-Abularach escribió al respecto en un artículo publicado en este medio el 22 de agosto de 2019. Celebro que Plaza Pública se haya propuesto entablar una discusión sobre el feminismo, la cual debe continuar. Y, por qué no, con los hombres, con quienes compartimos esta sociedad.
Quisiera aportar a la discusión haciendo algunas aclaraciones teóricas sobre el feminismo.
El feminismo es un movimiento social y político que nace a finales del siglo XVIII y que denuncia la dominación, la explotación y la situación de inferioridad de las mujeres, la cual es producto de la sociedad patriarcal. Su objetivo es lograr la igualdad de derechos entre mujeres y hombres.
El feminismo es una teoría y práctica política organizada por mujeres que toman conciencia de las discriminaciones y violencias que sufren por el solo hecho de ser mujeres. Es un movimiento social y una filosofía política que desde la academia y las vivencias de las mujeres ha evolucionado al análisis crítico de una sociedad que se empeña en reproducir un sistema basado en una división sexual del trabajo que solo beneficia a los hombres.
Desde la lucha de las mujeres por ser consideradas ciudadanas y acceder al voto hasta el reconocimiento de estas como personas autónomas, pasando por las reivindicaciones del derecho al trabajo en igualdad de condiciones con los hombres y reivindicando el derecho de ellas sobre sus cuerpos y a una sexualidad desvinculada de la maternidad, las mujeres buscan lograr la autodeterminación sobre sus cuerpos y sus vidas.
Así surgen los estudios de género, cuyo objetivo es el análisis de las relaciones de poder entre mujeres y hombres y todas las implicaciones que estas conllevan para uno y otro género.
La teoría de género es un análisis que desde las ciencias sociales postula que las relaciones entre los géneros son de poder, ya que expresan una desigualdad que privilegia lo masculino y subordina lo femenino, de modo que define género como el conjunto de conductas, comportamientos y roles sociales histórica y culturalmente construidos e impuestos a mujeres y a hombres a partir de su sexo biológico.
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La sociedad patriarcal ordena y clasifica a las personas a través de su género, hombre o mujer, y les designa un recorrido previsible en la vida: a los hombres les asigna superioridad y una vida de privilegios solo por ser hombres, y a las mujeres, inferioridad y una vida de opresión, subyugación y cautiverios solo por ser mujeres.
El feminismo es, sin duda, la teoría y filosofía política más influyente de los siglos XX y XXI, ya que busca una sociedad justa y sin violencia. Busca liberar a la sociedad de todas las formas de opresión y subordinación, así como de identidades opresivas en pro de identidades libres y respetuosas, que puedan decidir sobre sus cuerpos y sus vidas. Busca, incluso, superar las miradas opresivas sobre otros seres vivientes para lograr relaciones más armoniosas con la naturaleza.
El feminismo es impertinente y radical y siempre lo ha sido ante una sociedad radicalmente patriarcal, misógina y violenta contra las mujeres. Por ello no sorprenden las reacciones acusándonos de tales cosas. Nunca han faltado las reacciones de hombres y de algunas mujeres que, sin conocer a profundidad el feminismo, pretenden dar lecciones de sabiduría intelectual a las feministas.
Ser feminista y asumirse como tal requiere valentía: mujeres activistas y políticas que han reivindicado el feminismo desde lo público, mujeres que desde su casa o barrio han reivindicado sus derechos desde lo privado, mujeres que han decidido romper el silencio del abuso o la violencia sexual que han sufrido en el transcurso de sus vidas, mujeres autoras que han investigado la situación y condición de las mujeres. Todas somos feministas porque aportamos al cambio del paradigma patriarcal.
El feminismo va mucho más allá del análisis superficial de si somos malas o buenas. Somos personas humanas y queremos que se nos respete como tales en la casa, en la cama, en la calle, en la política, en los medios de comunicación, en la música, en el arte…, en todos lados.
Como dice un refrán feminista, somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar y estaremos aquí para siempre.
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