Con esta carta abierta no busco polemizar con el autor, que es antifeminista. Por ende, no me interesa ni entraré en debate con él al respecto. Sin embargo, deseo esgrimir elementos para observar la gravedad del discurso y sus repercusiones en el contexto actual.
Parto de indicar que el señor Recinos hace uso de varias falacias y muestra poco conocimiento sobre el feminismo. Existen muchos feminismos, diversos, como existen luchas e identidades de las mujeres que nos adscribimos a los feminismos. Sin embargo, señalar que el feminismo «ha sido capturado por tribus de choque que sirven al sistema de excesos al que dicen oponerse» esconde varias de las posturas patriarcales que las feministas hemos tenido que afrontar, desde las primeras ancestras que lucharon y perdieron vidas y libertades y sufrieron torturas por atreverse a ser simplemente humanas. La premisa de fondo es que un hombre que se autodenomina antifeminista es el que deba autorizar, validar y descalificar de forma equívoca los supuestos excesos del feminismo.
El señor Recinos basa su artículo en una crítica a la reacción de una protesta feminista reciente en México, luego de que varias mujeres jóvenes han sido secuestradas, violadas, desaparecidas y asesinadas. Este es el movimiento de la Brillantina Rosa. Como ha sucedido en otras ocasiones y con otras manifestaciones sociales y es parte de los fenómenos de masa que han sido ampliamente abordados por la sociología y la psicología social, las protestas se tornaron violentas y, además de pintas, hubo actos que desembocaron en daños a bienes materiales, vehículos y viviendas. Pero este hecho no es fundamental para afirmar que el «feminismo esté capturado por tribus de choque». Esta generalización imperfecta puede servir peligrosamente para alimentar el discurso de odio contra la lucha de las mujeres por lograr igualdad, equidad y, en este caso, que no nos violen, torturen, maten y desaparezcan.
El antifeminismo no es una postura novedosa. Surgió desde que los primeros hombres y patriarcas sintieron perder privilegios ante la rebeldía de las mujeres contra su sometimiento, contra el ser consideradas seres de segunda categoría, cuyo papel secundario debía limitarse al hogar y a servidumbre del esposo y de otros hombres de la familia. Desde toda la historia de la humanidad las posturas antifeministas blanden argumentos, discursos de odio y prácticas que son femicidas contra las mujeres que sobrepasan lo que el patriarcado quiere tolerar.
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Ha sido ampliamente abordado por teóricas feministas que los hombres no pueden ser feministas, ya que no viven en carne propia la discriminación y opresión de la violencia patriarcal. Algunos son solidarios acompañantes en las luchas de emancipación y equidad de las mujeres. Pero lo que es fundamental indicar es que las feministas y los feminismos no vamos a buscar el permiso, aprobación, justificación y beneplácito de ningún hombre, y menos de alguien que se llame a sí mismo «antifeminista», para moderar nuestras luchas, para ser autocríticas o para definir nuestras agendas. Ninguna de las conquistas de las mujeres se hizo suplicando el beneplácito masculino, y en eso no hay marcha atrás.
El odio patriarcal en Guatemala se manifiesta en los altos índices de femicidio, en su mayoría ocasionados por las parejas u hombres cercanos a la víctima, así como en los embarazos forzados en adolescentes, las violaciones sexuales, el descuartizamiento de cuerpos de mujeres, la trata de niñas, la inequidad en acceso a tierra, salarios injustos, representación política, etc. ¿No es comprensible la ira contra tanto asesinato impune de las mujeres?
Pero lo más grave es que se apoye el discurso antifeminista bajo el argumento de que se promueve la violencia contra el hombre y la sociedad liberal. Eso es desconocer los pilares básicos de los feminismos y ser un caldo de cultivo a los discursos de odio y a las prácticas antiderechos que desde los machistas, los femicidas, los fundamentalismos religiosos y los organismos Legislativo y Ejecutivo se promueven en la actualidad.
El poder patriarcal se observa en que desde el yo hombre antes feminista y ahora antifeminista las juzgo, les pido que normen sus luchas y que reflexionen sobre qué feminismo deben impulsar. Luego de esto, me victimizo. Finalmente, no puedo controlar a las mujeres y eso me genera ira. Es decir, como que el feminismo y las feministas debiésemos buscar la aprobación del régimen patriarcal. Las mujeres decidimos con nuestros cuerpos, con nuestras luchas y con nuestros feminismos cómo avanzar, con nuestras condiciones, avatares, contradicciones. No pedimos aprobación. ¡Exigimos justicia, derechos y equidad!
He ahí la necesidad de advertir sobre la gravedad de un artículo publicado en un medio que hasta hoy ha sido muy serio, como Plaza Pública. Detrás de este artículo avalado y publicado se genera una posición de misoginia que puede fundamentar las prácticas que en la coyuntura fortalezcan la violencia contra las mujeres, así como el retroceso de derechos de la Alianza Criminal, que es hegemónica. El artículo contiene calificaciones moralistas patriarcales que atentan contra derechos universales de las mujeres, como el derecho a decidir. Esto ha sido utilizado por sectores conservadores para impulsar, entre otras, la criminalización del aborto espontáneo en la iniciativa de ley 5,272.
Es más sorprendente que Plaza Pública promueva este tipo de artículos a pesar de que su nota aclaratoria de pie de página indica: «Plaza Pública no acepta columnas que hagan apología de la violencia o discriminen por motivos de raza, sexo o religión». Esta postura sí contiene mensajes discriminatorios y que constituyen una difamación de las luchas feministas. Espero que esto lo puedan ver y que reflexionen sobre lo que publican y promueven en su medio.
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