En ese sentido, es bueno observar que en la discusión actual sobre el modelo de movilidad urbana de la ciudad de Guatemala hay un consenso amplio sobre la necesidad de generar dichos incentivos para que los ciudadanos dejen el auto en favor de otras alternativas más sostenibles, como la bicicleta o el transporte público. Dicho esto, el problema es, diría el consejo de ratones, ¿quién le pondrá el cascabel al gato?
Antes de hablar de la estructura de los incentivos favorables al cambio de comportamiento en la movilidad urbana, debe entenderse la racionalidad implícita en los incentivos perversos que impiden abandonar el modelo actual. En dicho sentido, como bien resumía Max Weber, uno puede entender la orientación de la acción racional en dos términos: respecto a fines y respecto a valores. Hacer un poco de sentido sobre estas dos posibles orientaciones de la acción podría revelar los cursos de la política pública para enfrentar uno de los factores de degradación más significativos de la vida en la ciudad junto con la inseguridad, el acceso al agua y la gestión de residuos.
Actualmente, la ciudad de Guatemala incentiva de manera muy pobre el uso de medios alternativos de transporte, el Gobierno municipal se limita a administrar el desorden y la macrocefalia urbana privilegia obcecadamente ese modelo insostenible de ciudad para andar en carro. La morfología urbana no se ha transformado únicamente por el crecimiento desordenado, sino también por su correlato de infraestructuras obsoletas e incapaces de dar satisfacción a la demanda de espacio para la movilidad del transporte individual privado.
Los habitantes de la ciudad de Guatemala tienen pocos incentivos racionales para la movilidad alternativa. Deben realizar desplazamientos absurdamente largos, caros, caóticos e inseguros, que provocan que asumir el costo de desplazarse en automóvil sea menor comparado con el de no utilizarlo. Quienes no pueden afrontar dicho costo deben resignarse al uso de un sistema de transporte público inhumano, que invita muy poco a ser utilizado, más allá de la ingente necesidad.
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Vivimos en una ciudad segregada y con desigualdades sociales violentas. El automóvil es un símbolo de estatus, el primer marcador de éxito social o de movilidad social ascendente. La orientación de la acción a su obtención y disfrute está definida por una serie de valores aspiracionales que demarcan a la imaginada clase media urbana guatemalteca respecto a los sectores populares. No hay, entonces, ni motivaciones axiológicas ni racionales para el cambio de comportamiento.
Pretender que se puede cambiar la estructura del desorden sin comprenderla ha sido la receta para el caos actual. Sin embargo, todo caos siempre es inteligible. No solo la paranoia, la psicosis y el delirio por el estatus tienen su cuota de responsabilidad, pues estas solo explican la acción subjetiva detrás de la conducta individual que en el agregado genera, sin desearlo, esa jungla hostil que obligadamente debemos transitar a diario. En realidad, la estructura de la ciudad es la que refuerza dicha conducta no deseada.
En conclusión, el abordaje integral no puede pensarse solo en términos del transporte cuando la causa del problema es la lógica del desplazamiento como tal, es decir, por qué nos movemos como nos movemos, y esto atañe fundamentalmente a la estructura disfuncional del espacio donde la acción individual tiene lugar, a su crecimiento adaptativo y vegetativo. Solo interviniendo directamente sobre este quizá podamos empezar a hablar de incentivos para el cambio de comportamiento respecto a la movilidad.
Si el espacio no es caminable y amigable, si la ciudad se transita por obligación, si no es un fin en sí mismo para quien la transita, abandonar el modelo va a ser más complicado. Se necesitan calles seguras, espacios integrados en términos habitacionales y de oferta educativa. Hablar de ordenamiento territorial debe dejar de ser una mera retórica tecnócrata y plasmarse en un plan estratégico realizable. Así pues, consideren preferentemente a los candidatos a la alcaldía que hablen en dichos términos, y no en los que esbozan soluciones ingenuas a este complejo problema.
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