Estas son dinámicas migratorias obvias, pues, en general, las poblaciones de los países periféricos buscan nuevas y mejores fuentes de ingresos en los países desarrollados. Sin embargo, el haber centralizado el estudio y las políticas migratorias en esta dinámica Sur-Norte trajo consigo la invisibilización y el silenciamiento de otros flujos migratorios igual de importantes.
Desde las ciencias sociales, muchos adoptaron la teoría de los sistemas-mundo del sociólogo Immanuel Wallerstein para explicar los flujos migratorios Sur-Norte. Como el autor indica, la neocolonización de las periferias por parte de los países industriales obliga a que aquellas sean la fuente principal no solo de materia prima, sino también de mano de obra barata para las economías desarrolladas, lo cual crea un flujo de doble vía: de mercancía y de personas. No obstante, como el mismo autor indica, las generalizaciones son inoportunas, pues dividir el mundo entre los del Sur y los del Norte o entre los del centro y los de la periferia no tiene sentido cuando entre las mismas periferias existen distintos niveles de riqueza y una diversidad de contextos conflictivos. Por ello es necesario comprender que entre las mismas periferias existen, de igual forma, flujos tanto de mercadería como de personas.
Este es el punto en el que quiero hacer énfasis: mientras muchos países subdesarrollados nos centramos en la emigración de nuestras poblaciones hacia el Norte, descuidamos aspectos relacionados con la inmigración proveniente de otros países subdesarrollados como los nuestros. Como bien lo indica la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), hoy se estima que 82 millones de personas de todo el mundo migran desde y hacia países subdesarrollados. El gran problema se da cuando las autoridades y las sociedades de las periferias se percatan de que no están preparadas para dichos movimientos migratorios y comienzan a darse situaciones críticas como abusos de las autoridades contra los inmigrantes, así como situaciones de racismo y de rechazo.
Y de estas dinámicas migratorias no está excluida Guatemala. En el último año, el paso de africanos subsaharianos por el país ha tenido cierto eco, pero otros grupos, como sirios y palestinos, también han ingresado al país. Varios de ellos han tenido enormes dificultades para atravesar o quedarse en el país, más cuando son personas que huyen de situaciones de violencia y no se les autoriza el estatuto de refugiados. Incluso ya se han dado situaciones de abuso contra estas poblaciones. Sin ir muy lejos, la mayoría de los flujos de inmigración al país no representan movimientos migratorios transoceánicos. Por el contrario, la mayoría provienen de países centroamericanos como Honduras y El Salvador, donde las personas literalmente escapan de la violencia provocada por los enfrentamientos entre pandillas. El rechazo local hacia estas personas es innegable: en el imaginario social guatemalteco-ladino, son estos salvadoreños y hondureños los que vienen a provocar los hechos delictivos del país.
Ante esto urge que las autoridades estatales y otras instituciones se enfoquen en dichas poblaciones. Es necesario comenzar a tener intérpretes en las oficinas de migración, profesionales que puedan dar una mejor explicación de la situación de quienes están ingresando a nuestro país. Por otro lado, los científicos sociales y aquellos que estudiamos el fenómeno migratorio tenemos la obligación de comenzar a interesarnos en estas poblaciones, visibilizarlas y documentar los procesos de asentamiento en el país receptor.
En otras palabras, como profesionales, como sociedad, como Estado y como país, resulta un tanto hipócrita criticar el endurecimiento de las políticas migratorias estadounidenses cuando nosotros tampoco apoyamos ni aceptamos a aquellos que vienen a nuestro país en busca de mejores oportunidades.
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