Quería parecer sereno pero, cada tantos segundos, le crecía bajo la nariz un molesto bigotillo de sudor que frotaba con urgencia hasta hacerlo desaparecer. No era un verdadero mostacho, sino un bozo de facto.
Estaba incómodo. Las gotitas que centelleaban bajo sus orificios nasales constituían alta traición a su imagen tan pulcra, tan calculada, con esa raya de pelo casi fósil a un lado de la cabeza. Aquella cosa que le brotaba bajo las narices como el bigote breve a los viejos golpistas, aquel espejismo húmedo, era la forma en que su cuerpo contradecía su autocontrol y su aplomo —su catálogo de sonrisas— y ponía en evidencia que se sentía bajo presión; probablement...
Estaba incómodo. Las gotitas que centelleaban bajo sus orificios nasales constituían alta traición a su imagen tan pulcra, tan calculada, con esa raya de pelo casi fósil a un lado de la cabeza. Aquella cosa que le brotaba bajo las narices como el bigote breve a los viejos golpistas, aquel espejismo húmedo, era la forma en que su cuerpo contradecía su autocontrol y su aplomo —su catálogo de sonrisas— y ponía en evidencia que se sentía bajo presión; probablemente estaba nervioso. Eso era lo peor que le podía pasar a él, un hombre cuya estrategia ha sido la de imponer la dictadura de las apariencias sin excepción.
Siempre ha sido así. Ese señor que aparece en la tele y en los periódicos bajo el nombre de Manuel Baldizón no existe en la realidad concreta. Es un personaje producto de las estrategias más burdas y más sofisticadas y más totalitarias de la propaganda: el bombardeo constante, el neuromárketing, el control de los medios de comunicación, primero en Petén y ahora a escala nacional. Baldizón, ese que vemos, es solo una marca: lentes cuadrados de marco negro (que solo usa en público), pelo engominado, traje negro, corbata roja, camisa blanca, sonrisa petrificada; el tipo que habla de sí mismo como los dentistas de los anuncios hablan de Colgate,
su histrionismo.
Lo explicábamos en una entrevista de hace un tiempo, Baldizón, el actor y su método: “Para entender al personaje detrás de las omnipresentes vallas blancas y rojas hay que entender que todo cuanto dice, señala u omite tiene un solo objetivo político: la victoria electoral.” Pero también hay que considerar otra cosa: a Baldizón, el de verdad, la verdad le parece un dato irrelevante. En la política lo que importa son las estrategias.
Hay dos ámbitos para la estrategia: el del Baldizón que sí existe y el del Baldizón que no existe.
Para el primero, la política es una forma de hacer negocios. La estrategia son las “alianzas, traiciones, acuerdos, componendas” (así es la cosa para él, dijo él, y “no ha cambiado mucho en 500 o 600 años”).
Para el segundo, el objetivo es la presidencia y la política consiste en crear una realidad paralela.
Conoce bien las estratagemas.
Toda aparición y toda acción pública de Baldizón, o de su partido, o de sus adláteres, parten de esta idea: es menos relevante lo que sucede que lo que se dice sobre lo que sucede; parte de que pueden sepultar los hechos si multiplican las mentiras y ponen cara impertérrita; de que pueden confundir bajo el aluvión de propaganda. Mentir, mentir siempre, es una forma de lealtad hacia sí mismos, una manera de ser consistentes. De proteger los muros de ese mundo virtual pero efectivo.
En la época del homo videns, Baldizón confía en su mercadotecnia, de la misma manera en que las tabacaleras apuestan por vendernos sofisticación cuando sabemos que lo que compramos es cáncer. Ha estudiado a la gente y dice lo que la gente quiere oír, nos respondió en la entrevista.
Así, todo lo que hace en público, calmo o desesperado, de manera calculada o con improvisación, está pensado no para ser verdad sino para ser masivo.
Busca alimentar el espectáculo de los medios de comunicación. Pretende satisfacer las expectativas y avivar las emociones.
Quiere insuflarle aire a la burbuja de su realidad televisada.
Está diseñado para distraer, para ser opinión pública.
Y nos distrae.
Todo sirve para que su marca esté presente ante el electorado.
“Para un político en campaña permanente”, se explicaba, “una de las claves para permanecer en la mente del electorado es aparecer en los medios de comunicación. Su protagonismo va de lo moderado por temporadas hasta la omnipresencia en actos diseñados para la presencia mediática (presentación de denuncias, cartas a Casa Presidencial…)”.
El instrumento de su política son los medios de comunicación.
La calle (los baños de masas, las vigilias), el Parlamento (los altoparlantes, las pancartas), los despachos de Washington (la OEA, los senadores), las páginas falsas con noticias falsas de encuestas falsas en las que la intención de voto suma un cómico 102%, solo son los lugares en los que escenifica su teatro. Todo eso es lo que hace para que se cuente, para poder contarlo.
Por eso, quizá, en los medios las noticias sobre Baldizón deberían ir en la misma sección que las de Gran Hermano: en Telerrealidad; o en Entretenimiento, adonde el Huffington Post mandó razonablemente su cobertura de la campaña de Donald Trump: “es un distractor”, justificaron. “Debe estar junto a las Kardashian”. No sería mala idea si no fuera, porque, aunque el espectáculo de Baldizón es un distractor, él sí puede llegar a presidente. (¿Y qué tipo de presidente sería este? ¿Nos puede gobernar un personaje que no existe?)
Baldizón confía en su método, pero a menudo se equivoca en la lectura, especialmente cuando se siente herido o desesperado. Como ahora. Acostumbrado a comprar medios para ponerlos al servicio de su figura, se enfurece cuando recibe críticas de otros periodistas: invariablemente los cree al servicio de una confabulación en su contra y los ataca verbal, física, judicialmente. Casi siempre sin dar la cara. Habituado, también, a comprar diputados y cerrar negocios desagradables en los lugares más rutilantes o lóbregos de este país, considera todo revés un complot de sus competidores: de los otros empresarios de la política.
Sin embargo, que todo lo haga para crear una realidad paralela no significa que en cada uno de sus pasos no haya segundas intenciones: si en su alegato contra las acusaciones de la Cicig y el Ministerio Público acusa a Otto Pérez y pide castigo para Baldetti (sus recientes aliados) o si anda envenenando oídos internacionales, quizá se deba a que cree que todo lo puede arreglar haciendo su política: esa que no es de principios, sino de alianzas y traiciones y acuerdos y componendas.
El problema más pequeño para Baldizón es que a veces los planes no salen como uno quiere. Hoy, mucha gente sigue viviendo en la realidad aunque se exprese en medios virtuales.
Mi gratitud con los miles de guatemaltecos que al expresarme su respaldo, apoyan la lucha contra la corrupción y contra la impunidad.
— Iván Velásquez Gómez (@Ivan_Velasquez_) julio 29, 2015
Agradezco por sus muestras de respaldo en esta lucha por la #JusticiaReal por el derecho a elegir libremente GUATEMALA NO ES UN JUEGO.
Su problema mayor, y el que le pone más histérico, es que, como muchos intuimos, esta vez no se trata de política como él la entiende. Por eso no puede combatirla con apariencias. Por eso no basta con salir y decirle a Fernando del Rincón en CNN, como un niño travieso: “Es que el profe me lleva ganas”.
No. Esta vez al niño le pillaron en mitad de su fechoría y hay pruebas, videos, audios.
No. Esta vez todo apunta a que se trata, simple, hermosamente, de lisa y llana justicia.