Una medida acertada

Suena duro: pagar más y tener menos opciones de compra. ¿Por qué algo como esto debería ser una buena noticia?

En realidad, esta medida es un paso que nos ayuda a enfrentar nuestros graves problemas de transporte. El parque vehicular guatemalteco ha crecido durante los últimos cuatro años a un ritmo de 7.8% anual, lo cual quiere decir que duplicamos la cantidad de vehículos cada nueve años. Al iniciar el año 2006 había 1.080,000 vehículos en Guatemala. Para noviembre de 2012, habían aumentado a 2.379,000. Para cualquiera que maneja en la ciudad, es evidente que no podemos seguir creciendo a este ritmo.

Asumiendo que una persona promedio emplea dos horas diarias para transportarse a su lugar de trabajo y de regreso a su casa, estaríamos hablando de 474 horas anuales (19 días completos perdidos en el tráfico). Y esto aún se queda corto, pues muchos residentes de los suburbios emplean bastante más de una hora de viaje entre su trabajo y su casa. Al cabo de una vida laboral de 40 años, esto se traduce en dos años completos perdidos en la actividad más divertida que hay en la vida: manejar en medio de un embotellamiento. ¿Cuántas cosas no se podría haber hecho con este tiempo, además de ahorrarnos tanto estrés?

El problema del transporte es quizá uno de los más representativos de nuestra incapacidad de generar soluciones cuando estas requieren de acción colectiva. Solucionarlo no debería ser tan difícil: sería imposible si no contáramos con los recursos, pero este no es el caso cuando las largas filas están repletas de vehículos con un solo pasajero. Desarrollar un sistema de transporte público que todos pudiéramos usar es la solución que todos añoramos pero que colectivamente hemos sido completamente incapaces de lograr. En lugar de que la clase media empiece a ver al transporte colectivo como una opción viable, han sido las clases media baja y baja las que –aún a costa de gran sacrificio personal– ahorran para poder acceder a la solución individual: adquirir un vehículo propio y sumarse a las largas filas que llenan todos los días nuestras calles.

El sueño de movilidad que popularizó Henry Ford con el vehículo claramente ha llegado a su tope. Las nuevas generaciones deben entender que no es posible que cada persona cuente con un vehículo propio para andar en las calles. Pero eso es más fácil de entender en abstracto que en concreto, cuando nos toca renunciar a comodidades en pro del bien común. En este sentido, la reforma tributaria es un paso significativo pues por un lado restringe la importación de vehículos antiguos (que representaron el 20% del crecimiento del parque vehicular tan solo en 2012) y por otro lado nos obliga a los propietarios de un vehículo a pagar un monto que refleja un poco mejor el verdadero costo de nuestra movilidad.

Es una medida ideológicamente neutra, ya que tanto progresistas como conservadores pueden apoyarla tomando como base un marco teórico completamente diferente: los progresistas como una victoria de la acción colectiva y el bien común por sobre el interés individual, mientras que los conservadores pueden verlo como un ajuste para individualizar los costes de un problema colectivo. Tan solo dividir el presupuesto de inversión del Ministerio de Comunicaciones dentro de cada vehículo nos daría un total de cerca de dos mil quetzales por automotor. Y a esto habría que sumarle lo que gastan las municipalidades y otros entes responsables de la ejecución de obra pública, así que aún con el ajuste las nuevas tasas no están ni siquiera cerca de reflejar verdaderamente el costo de utilizar las calles y carreteras.

Por todo esto, invito a los guatemaltecos a que cuando llegue el momento de pagar la nueva calcomanía, no nos deprimamos ni reneguemos sino que lo veamos como una medida que –en el mejor de los casos– nos pone un poco más cerca de tener una movilidad urbana de primer mundo y –en el peor de los casos– al menos nos da unos cuantos años más antes de llegar a la situación del D. F., donde el tráfico no se despeja a las ocho de la noche como acá, sino continúa hasta bien cerca de la medianoche.